Cuando papá se queda sin trabajo

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Sólo durante los tiempos difíciles es donde las personas llegan a entender lo difícil que es ser dueño de sus sentimientos y pensamientos (Antón Chejov).


Estamos en diciembre y tímidamente el comercio nos recuerda que, con crisis o sin ella, se viene Navidad, Año Nuevo y vacaciones. Históricamente éstos suelen ser momentos complejos para la mayoría de los padres, pues aparte del cansancio acumulado y de los gastos que implican tanta fiesta y tanto descanso, en estas fechas hay que lidiar con niñas y niños que necesitan ser cuidados, alimentados, trasladados y entretenidos.

En consulta, los padres que atiendo hacen un último esfuerzo antes de cerrar el año, solo que en esta ocasión sienten que todo ha cambiado. Estamos tan cerca del 2020 que parece mentira, pues de aquí, a por fin descansar, hay demasiado camino. Y es que la crisis social no solo ha afectado los bolsillos, sino que ha golpeado las cabezas.

La incertidumbre ha desatado las peores fantasías, esos históricos miedos que solíamos aguantar en silencio. Ese malestar, hasta hace poco privado, ahora se pasea por las calles, las radios y las pantallas, transformando el habitual estrés de fin de año en un profundo pesimismo sobre el presente y futuro.

En este contexto, la pesadilla de quedar sin trabajo no se queda en la almohada, sino que ahora acompaña a muchos en todas las conversaciones. En la familia, en el trabajo, entre los amigos o vecinos, se enumeran y comparten las pérdidas, las caídas y las faltas, como si de alguna extraña manera, se quisieran construir evidencias de que la cesantía está a la vuelta de la esquina.

Con esto en mente, viajo unos años atrás, cuando sostengo mi primera sesión con Ricardo, el padre de Emilia, una adolescente que atendí tras un fallido año sabático con su pololo en Europa. Fue él, en la mitad del proceso de su hija, quien pidió hablar conmigo. A solas.

Tras consultarlo con Emilia, me insistió en que por favor hablara con él, pues la separación, a sus ojos, no le había sentado nada bien. Así, tras este pase, recibí a Ricardo, un sujeto de unos 55 años quien, tras esbozar una sonrisa y apretar mi mano, se hundió en el sofá.

Silencio. Juntó sus manos frente a su cara como si rezara, y me dijo que no sabía por dónde empezar. Eran demasiadas las mentiras. Otro silencio. Más largo. Tras bajar las manos, me dijo que suponía estaba al tanto de todo lo que sabía Emilia. Históricas infidelidades de su parte, venganzas de su exseñora y mutuos engaños, ocultados de sus hijas para no perjudicarlas, sobretodo a Emilia, que era la menor de las cuatro. Pero eso también es una mentira.

El relato de Ricardo continuó en este tono unos 30 minutos y en ese espacio no pude dejar de pensar en la novela Recursos Inhumanos de Pierre Lemaitre, donde Alain, el protagonista, a mitad de camino confiesa lo siguiente:

"Me acorrolan mis mentiras. He acumulado tantas durante tanto tiempo… Decir ahora la verdad a Nicole es superior a mis fuerzas. Nos robaron la confianza en nuestra propia vida, nuestra seguridad, nuestro futuro. Eso es todo lo que quería reconquistar. ¿Cómo explicárselo?".

Y es que Ricardo no le había contado a Catalina que hace un año que no tiene trabajo y que varios años atrás dejó de ser gerente del banco. ¿Mintió? Al principio no, pues cuando cumplió 50 años el gerente general, amigo y excompañero de universidad, le advirtió que las cosas estaban difíciles y que tenía que estar preparado para lo peor.

Ricardo me cuenta que fue un golpe que nunca vio venir. Siempre pensaba en lo que haría después de jubilar. ¿Faltaba mucho? ¿Poco? Después de ese anuncio cumplió los 51 siendo gerente. Agradeció no haberle contado nada a la Cata, pues la vida de su exseñora no sufrió ningún trastorno.

"Ya a esa altura nuestro matrimonio no iba bien y supongo que yo me hacía el loco trabajando y haciendo mucho deporte y la Cata ocupándose de las niñitas y planificando su próximo viaje con sus amigas".

Visto en retrospectiva, todo mal, pero aún así cumplió los 52 como gerente y recién a los 53 se cumplió la advertencia. Jorge, su jefe, finalmente hizo efectivo el despido, pero, como siempre, le tendió una mano. "No sólo me fui con buenas lucas, sino que en los primeros meses, Jorge me contrató como externo para un par de proyectos. En el papel ya no tenía un contrato indefinido con el banco, pero Jorge me siguió apoyando y en cuestión de meses estaba ganando igual e incluso más que cuando ocupaba una oficina. Mi última oficina".

Ricardo hace una pausa, vuelve a cruzar las manos y mira por la ventana.

"La Margarita no sólo era la secretaria de Jorge, sino la exseñora de un compañero de generación. Jorge es así, ayuda y tras su separación la contrató como una forma de apoyarlos a los dos. Y la Margarita, para enredar aún más la historia, es la mamá de la Isi, la mejor… bueno… la que era la mejor amiga de Emilia…"

Nuevo silencio, sólo que ahora Ricardo se agarra la cabeza con las manos y mira al suelo. Le ofrezco un vaso de agua, lo agradece y cuando vuelvo está rojo. Se toma el agua en dos tragos y continúa su historia sin levantar la mirada del suelo.

"Como pasaba entrando y saliendo de la oficina de Jorge, muchas veces me quedaba hablando con Margarita. Me escaneaba documentos, me imprimía informes y respondía las llamadas de algunos clientes de los proyectos involucrados. Sin darme cuenta, pasó a ser mi confidente y mi secretaria personal. Margarita no solo me escuchaba, sino que conocía a Jorge, al banco, a mis compañeros y clientes. Entendía la lógica de todo esto, pero sobretodo, cachaba mi terror de quedarme en la calle, con dos niñitas en el colegio, dos en la universidad y una señora que nunca había trabajado y que quería remodelar la casa, el jardín o salir de viaje. ¿Por qué no vamos a Europa estas vacaciones?".

Ricardo levanta la cabeza, mira al techo y sopla con fuerza… como si quisiera sujetar un techo que se le viene encima.

"Cata no entendía nada y una vez, aleonado por Margarita, le conté que era posible que en un futuro ya no fuera más gerente. ¿Su reacción? La peor. Se puso a gritar, a llorar y tras sacarme en cara todo lo que ella hacía para que yo pudiera trabajar tranquilo, me dijo que pasara lo que pasara me las iba a tener que arreglar, pues yo no le podía hacer esto a las niñitas. Quedé devastado y esa fue la única vez que hablamos de mi trabajo".

La historia terminó ahí y Ricardo me preguntó si podía volver, pues necesitaba seguir hablando. Le dije que lo iba a conversar con Emilia y le propuse confirmarle por WhatsApp.

Perfecto.

Se fue Ricardo de mi consulta e inmediatamente busqué Recursos Inhumanos para leer mis subrayados, pues mentalmente no podía dejar de comparar las historias y las mentiras de Ricardo y Alain.

"Llevo cuatro años en paro (…) Como este empleo no basta para llegar a fin de mes, adonde llegamos bastante apurados, me dedico a otras cosillas aquí y allá (…) No siempre le cuento a Nicole lo que hago, porque le dolería. Multiplico las excusas para justificar mis ausencias.

En cuatro años, a medida que mis ingresos se volatilizaban, mi estado de ánimo pasó de la incredulidad a la duda, después a la culpabilidad y, por fin, a una sensación de injusticia. Hoy lo que siento es cólera".

Cierro el libro y recibo un WhatsApp. No es Ricardo, es Emilia, su hija, quien me pide adelantar la sesión. Me dice que es urgente y esa tarde se sienta en el mismo sofá que su padre y me cuenta que finalmente se juntó con la Isi.

"Te mueres lo que viví anoche. Ya… finalmente me junté con la Isi. Te juro que estaba más nerviosa que en la PSU. Nos juntamos en un Starbucks que nos terminaron cerrando y continuamos en un pub que estaba a media cuadra. Hablamos horas. Lloramos, nos enojamos y al final hasta nos reímos de mi papá".

Emilia me cuenta básicamente lo mismo que me contó Ricardo, pero agrega que su padre lleva un año sin trabajo, "pues a Jorge, su amigo y su jefe, el banco se lo llevó a Estados Unidos y el nuevo gerente general lo primero que hizo fue pegarle una patada en la raja. Esto pasó cuando entré a cuarto medio y recién ahora cacho todo lo que se ha bancado mi viejo solo… bueno… no tan solo… mientras mi mamá se junta con puras viejas a pelarlo, tomar espumante y planificar viajes. Todo a cuenta de mi papá."

Terminó la sesión y me sentí profundamente agobiado, pues mi cerebro estaba procesando dos versiones de una misma historia a muy altas intensidades. Me tendí un rato en el sofá, conmovido y abatido, por el destino de Ricardo, destino que peligrosamente se estaba pareciendo al de Alain y al de tantos padres que hoy sufren al quedar sin trabajo.

Finalmente, estiro el brazo para seguir leyendo Recursos Inhumanos, y llego a este subrayado:

"A las chicas les duele ver a su padre haciendo trabajillos. No dicen nada, pero sé que es más fuerte que ellas: la imagen que tenían de mí se ha deteriorado. No por culpa del paro, no, por culpa de los efectos que el paro ejerce sobre mí. He envejecido, he encogido, estoy lleno de tristeza. Me he vuelto inaguantable".

Recibo un WhatsApp. Es Emilia. Me pregunta si la próxima semana puedo hablar con su madre. Le acaba de contar que su papá está sin trabajo y ha quedado una nueva embarrada.

Continuará

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