La pandemia de Covid-19 (el nombre de la enfermedad por el nuevo coronavirus) ha llegado con fuerza al país y ya somos el segundo país con el mayor número de casos dentro de América Latina y el Caribe, (después del gigante Brasil); cuánto de esto es por mayor testeo diagnóstico y cuánto por real magnitud comparativa es incierto, lo real es que es esperable un expansivo y prolongado crecimiento, con la consiguiente consecuencia en morbimortalidad, sobresaturación y eventual colapso del sistema sanitario, así como las consecuencias económicas globales y locales.

Tres medidas que han sido recomendadas y variablemente implementadas son la cuarentena (variable y que va desde los enfermos y sus contactos a la población general), el frecuente y riguroso lavado de manos y el distanciamiento social, han contado con aceptación de la población y creciente cumplimiento.

Una cuarta medida ha sido el uso “adecuado” de la barrera facial, es decir mascarillas. La Organización Mundial de la Salud ha sostenido categóricamente que no debe ser usada por el público general y que hasta podría desincentivar las otras medidas preventivas, que su uso disminuiría la necesaria disponibilidad del recurso en los centros de salud y que, finalmente, no otorga protección como filtro para la inhalación de las submicroscópicas partículas virales.

Ha indicado que su único uso es para disminuir la expulsión a distancia (más 1 metro) de contenido de saliva y mucosidades respiratorias portadoras del coronavirus por parte de los infectados, de ahí que sean ellos los que debieran usarla (además del personal de salud o los familiares que los atienden, dada la constante exposición).

Nuestras autoridades sanitarias han adoptado esta política. La verdad es que hasta ahí el principio es correcto, la mascarilla corriente no “me” protege, pero la gente quiere usarla en la calle y el trabajo.

¿Están equivocados? La recomendación oficial de la poderosa OMS y el prestigiado CDC (de EUA) no consideró una situación, oculta e inmersa entre los miles de sintomáticos y fallecidos: la infección puede ser trasmitida desde unos días antes de que aparezcan los síntomas y, peor aún, una proporción aún no cuantificada, pero epidemiológicamente importante nunca va a enfermar y se mantendrá sana todo el tiempo, aunque con la capacidad de infectar a otros.

Esto lo vieron venir en China e implementaron políticas altamente restrictivas de la movilidad y el uso generalizado y constante de mascarilla para toda la población, con lo que los presintomáticos y asintomáticos no expandieron el contagio por estar usando la barrera facial.

Resultado: hasta el momento son los únicos que han controlado este ciclo de la pandemia; otros países de Asia, que han implementado políticas similares, ayudados por la amplia aceptación cultural del uso de mascarilla, están experimentando mejor control de la epidemia.

Los que hemos cambiado de opinión, ahora nos preguntamos ¿Cómo no lo vimos venir si tenemos el ejemplo de muchas infecciones virales frecuentemente asintomáticas pero infectantes (Hepatitis B y C, VIH y la misma influenza)?

Basado en estos hechos y con la intención de tomar a tiempo medidas protectoras recomiendo ampliar y generalizar el uso de mascarillas en todos los ámbitos posibles, en toda interacción cercana entre las personas, dentro y fuera del ámbito de la atención médica y laboral, obviamente cumpliendo las otras recomendaciones. Aumentan los países que lo están haciendo.

El mensaje debe ser: “Uso mascarilla para protegerte a ti, úsala tu para protegerme a mí”. La gente tenía razón al insistir en usarla, ahora sabemos por qué.

Y si faltan mascarillas comunes, como país reaccionemos proactivamente y fabriquémoslas. ¡Por centenares de miles!, es mínima tecnología, fácil y rápidamente implementable, sin o con mínima reconversión industrial. Si exageramos en esto no habrá muchas consecuencias, si nos quedamos cortos, puede ser devastador