La crisis y el sufrimiento adolescente

Manifestación pacifica en Manquehue

Nuestro modo de pensar determina en gran medida si alcanzaremos nuestros objetivos y disfrutaremos de la vida, e incluso si sobreviviremos (Aaron Beck).


Desde octubre me he reunido con más madres y padres de adolescentes de lo habitual, simplemente porque están preocupados por el efecto de la crisis social en sus hijos. Algunos, si bien están gratamente sorprendidos de que sus hijas e hijos hayan cambiado horas de Instagram y de batallas virtuales por tardes de calle y caceroleo, les inquieta el descuido de sus estudios y de sus relaciones familiares, la agresividad de sus posturas y sus malas reacciones frente al llamado al orden, al equilibrio o la cautela.

Otras y otros están aterrados por la seguridad física y reconocen estar agotados de pelear cada día para que se cuiden y eviten las marchas, mientras unas pocas y unos pocos lamentan el desinterés, apatía e incluso rechazo, que sus hijas e hijos manifiestan por las marchas y sus consecuencias, debido a que éstas han interferido con su vida social y sus carretes.

Pero lo más difícil, al menos para mí en consulta, es que hay padres que, frente al comportamiento de sus hijos, tienen reacciones opuestas, trasladando así la preocupación por ellos a una profunda tensión entre ellos.

Y con esto en mente, vuelvo a Emilia, una adolescente que tras salir del colegio, decidió tomarse un año sabático con su pololo. Hasta ahí, todo bien, pero nada más llegar al viejo continente descubrió que sus padres no solo se habían separado apenas su avión despegó, sino que esa misma noche su padre se fue a alojar a la casa de esa misteriosa amante… quien resultó ser… la madre de su mejor amiga.

Como se podrán imaginar, esta teleserie criolla estaba fuera de control, pues a medida que aparecían las verdades, se descubrían más mentiras y ya nadie tenía la capacidad ni la autoridad para contener ni mediar las discusiones y peleas, razón por la cual, Emilia decidió desconectarse de los chats familiares y de las historias de Instagram de sus amigas.

Matías, quien fuera mi cliente antes de acompañar a Emilia en este año sabático, ya no sabía que más hacer para ayudar a su polola y fue ahí que me pidió hablar con ella. Su pedido me complicó, pero considerando el panorama, accedí no solo a hablar con ella, sino a reunirme con sus papás.

Y así fue como conocí a los padres de Emilia, un par de personas que, tras veintitantos años juntos, llevaban un mes sin verse. Y esa tarde se juntaron en mi consulta, cosa que no pasaba desde que Emilia abordó ese avión con Matías.

La sesión fue un desastre, pero logré que ambos accedieran a que Emilia tuviera sesiones virtuales conmigo. Y con este grano de arena, empecé a trabajar en el ostracismo de Emilia, quien, de acuerdo a Matías, se había desconectado del mundo -y de él- tras semanas de hiperconexión.

Matías, profundamente conflictuado, ya no sabía qué hacer, pues por un lado sabía que no podía dejar a Emilia sola en estas condiciones, pero por otro, ya lo único que quería era volver a Santiago y retomar su vida.

¿Y Emilia?

Emilia no quería volver y solo tenía cabeza para sus problemas, frase de Matías que me hizo recordar La Máquina de las Emociones, de Marvin Minsky. Y es que este autor, en un capítulo titulado Del dolor al sufrimiento, nos advierte que uno de los problemas del sufrimiento, es que no nos deja pensar en ninguna otra cosa.

Escuchemos a Marvin Minsky:

"Cualquier dolor activará el objetivo <<librarse de ese dolor>>, y la consecuencia de esto hará que el objetivo desaparezca. Sin embargo, si ese dolor es lo bastante intenso y persistente, se activarán otros recursos que intentarán suprimir el resto de nuestros objetivos, y, si esto aumenta en una <<cascada>> a gran escala, será muy poco lo que quede utilizable en el resto de nuestra mente".

En definitiva, lo que Minsky postula es que nuestro aparato mental, diseñado para eliminar el dolor, falla cuando estos son muy intensos y constantes, razón por la cual empieza a eliminar todo lo demás. Así, las personas que sufren intensamente, dejan de lado otras áreas, relaciones e intereses de su vida pasada.

Claramente Emilia no era la excepción, pues en su bóveda craneal no había espacio para su familia, sus amigas ni su futuro académico. Tampoco lo había para su vida después del año sabático y aunque le doliera reconocerlo, tampoco lo había para su relación con Matías.

Emilia literalmente ya no sabía qué hacer con tanto dolor, pero antes de seguir con su historia, es importante considerar la distinción que hace Minsky entre el dolor y el sufrimiento, pues para este autor "hemos de estar agradecidos por el hecho de sentir dolor, ya que eso protege nuestros cuerpos de posibles daños, en primer lugar haciendo que intentemos suprimir la causa, y luego porque consigue que la zona herida descanse y se reponga por sí misma, ya que nos impide moverla".

Así, la función primaria del dolor es "obligarnos a eliminar aquello que lo está causando", pero cuando esto no es posible y el dolor se acumula, pasamos a hablar del sufrimiento, palabra que al igual que la angustia o el tormento sirven -de acuerdo a Minsky- "para expresar lo que sucede cuando un dolor persistente llega a perturbar tantas zonas de nuestra mente que apenas podemos pensar en otra cosa que no sea el modo en que esta circunstancia nos está perjudicando".

Hecha esta aclaración, estamos en condiciones de afirmar que el sufrimiento de Emilia estaba alterando todos sus objetivos vitales a tal punto, que sentía que su mundo entero se venía abajo y no podía hacer nada para evitarlo.

La familia y los amigos -a la distancia- intentaban animarla y removerla, mientras Matías, a su lado, ya se había rendido a la idea de que las cosas cambiaran. Y frente a este panorama, el aparato mental de Matías le recomendaba apretar el botón que aborta la misión, pues pasaban las semanas y Emilia no salía de su ensimismamiento, como si aparentemente quisiera que todo se fuera por la borda.

Pero… ¿Por qué alguien abandonaría todo por el sufrimiento?

Escuchemos a Marvin Minsky:

"Un componente importante del sufrimiento es la frustración que genera la pérdida de nuestras opciones; es como si nos hubieran robado la mayor parte de nuestro cerebro, y el hecho de ser conscientes de ello no sirve más que para hacer que la situación parezca peor. Por ejemplo, he oído hablar del sufrimiento comparándolo con un globo que se infla cada vez más dentro de la mente hasta que no queda espacio para los pensamientos habituales. Esta imagen sugiere, entre otras cosas, la pérdida de la <<libertad de elección>> en tal medida que uno llega a convertirse en un prisionero".

Al darle este ejemplo del globo a Matías, este me señaló que eso era precisamente lo que él sentía que pasaba con Emilia y que pese a todos sus esfuerzos por sacarla de ese estado, no lograba desinflar ni reventar el globo. Tampoco lograba que se interesara en el viaje que habían diseñado ni en nada que no fuera hablar sobre lo que le estaba pasando.

Y aunque a los más cercanos les cueste entenderlo, el cerebro de Emilia trabajaba intensamente y con dedicación exclusiva para elaborar el dolor, pues desde allá lejos, sentía que todo lo que creyó bueno, no lo era. Era todo una mentira. Un engaño tras otro. Y así… saltaba de un desastroso capítulo de su vida e infancia… a las traiciones y decepciones de sus amigas… de ahí… a las mentiras y peleas familiares y remataba en profundos sentimientos de culpa… por arruinarle el viaje… y la vida a Matías.

Por esta razón, es importante recordar lo que señala Minsky, de que "cuando irrumpe un dolor, todos nuestros proyectos y planes quedan de golpe a un lado, como si actuara una fuerza exterior, y todo lo que nos queda es un conjunto de estratagemas desesperadas para encontrar el modo de librarnos de ese dolor. Los imperativos que marca el dolor pueden sernos útiles cuando nos ayudan a enfrentarnos a situaciones de emergencia, pero, cuando no se puede superar, el dolor puede convertirse en una catástrofe".

Cierro el libro y pienso que hoy, en mayor o menor medida, muchas y muchos adolescentes están pasando por lo mismo que pasaba Emilia. "No tengo cabeza para estudiar" escucho una y otra vez en consulta… "No logro concentrarme en nada que no sea lo que pasa en la calle"… dicen varios y confiesan que la violencia, la destrucción y la muerte no los deja dormir bien… "estoy chata pero no tengo energía para pensar que más hacer"… son frases que… como pequeñas piezas de un puzle interminable… reflejan lo que a los chilenos nos está pasando…

Y como padres, ya sea que estén juntos o separados, como en el caso de los padres de Emilia, ya sea que piensen parecido o de manera antagónica, como en el caso de tantas parejas que pelean en estos días por las acciones u omisiones de sus hijas e hijos, la pregunta es qué podemos para ayudar a nuestros hijos cuando el dolor de lo que ven en la calle y en las pantallas, les impide pensar más allá.

Continuará

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