Nuevo acuerdo con la Unión Europea: ¿identidad o colonialismo consumista?

pisco

Un nuevo escándalo se ha generado en torno a la actitud de nuestros empresarios y políticos, con relación a la identidad de nuestros alimentos y bebidas emblemáticos, lo cual afecta también, el desarrollo de nuestra gastronomía, turismo y desarrollo socioeconómico.

Esta situación ha surgido en el marco de las negociaciones bilaterales entre Chile y la Unión Europea, particularmente en la Ronda de Bruselas, celebrada este mes, en el marco de las negociaciones tendientes a la renovación del TLC entre ambas economías.

Duele que los diplomáticos europeos defiendan apasionadamente sus productos típicos, mientras que los nuestros, no exhiben igual actitud para defender nuestro patrimonio agroalimentario.

El punto crítico es que la UE exige el reconocimiento de 222 productos típicos, protegidos como Denominaciones de Origen o Indicaciones Geográficas, incluyendo 68 quesos como manchego, camembert, grouyere, feta, roquefort, entre otros.

Esta posición diplomática ha desorientado a los actores locales. Para el presidente ejecutivo de la Asociación de Productos Lácteos, Guillermo Iturrieta, la actitud de la UE "atenta contra la libre competencia".

Su discurso coincide conceptualmente con el sostenido por los capitanes de la industria del vino y los destilados en Brasil, Argentina, Australia, Chile y otros países, cuando se les pidió que dejaran de copiar y falsificar los nombres de los productos típicos de Europa, como champagne, cognac, burdeos, médoc, jerez, oporto, etc.

En realidad, la cultura de la falsificación masiva de productos típicos comenzó a fines del siglo XIX, cuando la plaga de filoxera dañó cuatro millones de hectáreas de viñedos en Europa, y los productores no pudieron satisfacer la demanda mundial. Los franceses comenzaron a falsificar sus propios vinos, con productos extraños, como pasas de uva de Turquía, vinos españoles y alcoholes industriales. Con esas y otras materias primas, los comerciantes de Burdeos mandaban los vinos al mercado nacional e internacional, engañando al consumidor.

Esta cultura de la falsificación se exportó al resto del mundo, y poco después, los comerciantes de Buenos Aires, Río de Janeiro, Sydney y Valparaíso, replicaron esa cultura, poniendo etiquetas con nombres europeos, a vinos y destilados hechos en cualquier otro lugar del mundo. Fue la época del "champagne de Mendoza", el  "burdeos de Talca",  "Armagnac de Quinta Normal" y "Coñac Reserva de San Juan".

Posteriormente, esa cultura se extendió a otros productos, incluyendo los quesos.

La decisión de los empresarios del tercer mundo, en el sentido de falsificar los productos típicos europeos, generaba ganancias en el corto plazo. Pero tenía tres problemas; por un lado, significaba un engaño para el consumidor; por otro, inhibió durante un siglo y medio, el desarrollo de productos típicos locales, genuinos y auténticos. Finalmente, al promoverse productos copiados del extranjero, se provocó la ruina de los productos típicos ya existentes.

En este contexto, la clase empresaria local destruyó productos típicos de notable valor como el queso de Chanco y el vino asoleado de Cauquenes y Concepción. Este era un vino refinado, elaborado por los campesinos surmaulinos, a través de un siglo de prácticas en el terreno, con Uva País y Moscatel de Alejandría. Era también el vino favorito del Libertador, don Bernardo O'Higgins.

El otro crimen fue destruir el queso de Chanco. Este era un producto típico ancestral, creado por los campesinos del secano costero e interior, a comienzos del siglo XVII, a partir de leche de oveja, leche de vaca y sal de Cáhuil.

El esfuerzo de los campesinos de las actuales regiones de O'Higgins, Maule y Ñuble, permitió lograr un queso maduro de alta calidad. El mercado valoró este producto y le expresó su constante demanda. El tradicional queso de Chanco se exportaba a Buenos Aires, Lima, Guayaquil y hasta California durante la fiebre del oro. En esos tiempos no existía todavía refrigeración ni cámaras frigoríficas; a pesar de los largos viajes en barcos de madera, el queso de Chanco llegaba en buenas condiciones a los mercados debido a su sofisticada elaboración.

El queso de Chanco, de los siglos XVIII y XIX, era como el manchego actual, pero mejor; porque este usa sal industrial, mientras que el queso de Chanco usaba sal biodinámica de Cáhuil.

Junto con el queso de Chanco florecieron otros productos notables, como los quesos de cabra del Corregimiento de Coquimbo, muy apreciados por los arrieros, viticultores y pisqueros del Valle de Elqui.

¿Por qué desaparecieron estos quesos? Porque los tecnócratas predicaron una ideología despectiva hacia ellos, y de sobrevaloración de los europeos. Basta recorrer las páginas del Boletín SNA, y los textos de los "expertos" que recomendaban abandonar los productos típicos tradicionales, y en su lugar, copiar y falsificar los productos europeos. Ese discurso promovió la pérdida del patrimonio quesero y vitivinícola de Chile, para sustituirlo por la cultura de la falsificación de los productos famosos europeos. Nos vimos sometidos a un triste proceso de colonialismo consumista.

Perdimos así el queso de oveja de Chanco, el queso de cabra de Coquimbo, el asoleado del sur; perdimos la tradición del vino país. Casi perdemos también el pisco (lo salvó la Guerra del Pacífico, la cual cambió su significado sociocultural).

Mientras nosotros, en América Latina, renunciamos a las obras de creación de nuestros campesinos, los gobiernos de Europa hacen exactamente lo contrario: protegen, visibilizan, fortalecen y promueven los productos típicos de sus campesinos. El resultado ha sido crear el formidable patrimonio agroalimentario que tiene hoy la UE, con más de 700 Indicaciones Geográficas.

¿Por qué la UE hace tanto esfuerzo por cuidar sus productos típicos, y los lleva hasta la mesa diplomática? ¿Por qué los gobiernos del Viejo Mundo encargan con tanto celo a sus cancillerías la protección de la identidad de sus Indicaciones Geográficas?

Simple: ellos tienen clara consciencia de la importancia estratégica de cada IG, como motor de desarrollo local, y como máquina para arraigar los campesinos a la tierra.

¡Qué contraste con nuestro servicio exterior! No hemos visto ese celo por defender a nuestros campesinos. A pesar del reiterado reclamo de los expertos, la Subsecretaria de Relaciones Económicas Internacionales (exDirecom) no ha sido capaz de pedir el indulto del chacolí, ni de defender al Pipeño, ni otros productos típicos.

En esa misma línea, el jefe de los empresarios del queso renuncia también a defender las IG, coincidiendo en lo conceptual, con el enfoque del titular de la cámara de destilados, el cual hizo ostentación de indiferencia cuando el pisco chileno perdió el juicio con el Estado peruano en la India.

La negocaición de Bruselas está desnudando temas conceptuales muy profundos. Al parecer, nuestros diplomáticos y empresarios no han analizado con suficiente profundidad la complejidad de la dimensión cultural de los alimentos y bebidas.

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