En 2006, el danés Jakob Nielsen, un experto mundial sobre usabilidad en la web, estableció una teoría que bautizó Desigualdad Participativa. Su fórmula se resume aritméticamente: "90-9-1". En ella plantea que el 90% de los usuarios de redes sociales no aporta contenido y solo se limita a mirar desde un palco digital; el otro 9% interactúa ocasionalmente y solo el 1% es quien genera el contenido, y de algún modo, establece qué es importante y que no.

El problema es que este diminuto 1% muchas veces eleva temas y discusiones a un nivel de representatividad, que en otra esfera, o incluso red social, tal vez no tenga.

Lo sabe el escritor Jorge Baradit. Este martes estaba invitado a participar en las celebraciones del Día del Libro, un evento en el Teatro Teletón en el que firmaría algunos de sus libros, pero bastaron poco más de 100 tuits para que tuviera que desestimar su participación del evento.

El anuncio de la Teletón de la visita de Baradit fue retuiteado 103 veces, tuvo 212 likes y 1.500 comentarios tanto a favor como en contra de su participación del evento y el tema se volvió trending topic con más de 67 mil comentarios, luego de que él mismo revelara que la Teletón lo había bajado del evento.

Aunque Twitter no es la red social más numerosa si es la que genera más interacción pública. La red social tiene el poder de interferir en una pauta, pero ¿cuán representativa es?

"No es tan representativo de toda la sociedad, porque hay cinco millones de cuentas en Chile. No es la red social que más penetra, pero sí tiene periodistas y líderes de opinión que marcan agenda. Te permite entender un poco de qué se está conversando en el país en términos de grandes ideas. Puede ser influyente, más que representativo", dice Manu Chatlani, director ejecutivo agencia digital Jelly.

Mauro Basaure, sociólogo y director del Doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la U. Andrés Bello, dice que no son representativos de toda la sociedad. "Mientras los que participan de discursos de odio son una minoría, de hecho, cuando se discuten políticas de control las más efectivas aparentemente son las que hablan del autocontrol, que sean los otros usuarios que de alguna manera puedan tener una labor de censura al respecto", afirma.

Según Twitter -que no transparenta cifras totales de cuentas en el país- el 59% de sus usuarios en Chile son hombres y el 41% mujeres. "En Chile, los tuiteros tienen una conexión emocional más fuerte, a diferencia de otras plataformas", indican a Qué Pasa desde la compañía.

Sin embargo, según Nicolás Freire, director del Observatorio de Política y Redes Sociales de la U. Central, la principal actividad la realiza el público masculino entre 30 y 40 años. "Son quienes están más atentos a la coyuntura, especialmente política".

Un informe de Twitter de 2017 señala que el 24% de sus usuarios en Chile tiene entre 12 y 19 años y el 23% son estudiantes secundarios.

Para generar los trending topics o las tendencias en Twitter (las palabras usadas con más frecuencia), la red social escoge la interacción que se produce entre usuarios de Santiago, Valparaíso y Concepción. Pero hay algunas dudas de la representatividad del mecanismo. Bots pueden generar hashtags artificiales, que rápidamente pueden convertirse en trending topics, y hacer creer que son temas relevantes. No hay datos que haya ocurrido en Chile, pero si hay bastante literatura en Internet de cómo ha funcionado en otros países.

Los odiados haters

Según, Mónica Peña, directora de investigación de la Facultad de Psicología de la U. Diego Portales y citada en un reportaje de la Tercera, una de las grandes razones de la virulencia que radica en la inmediatez de esta red. "Las respuestas violentas pueden cambiar y moderarse tras contar hasta 10", agrega, "pero muchas veces el impulso de opinar es mayor y emerge el comentario agresivo".

No en vano, muchos usuarios y con bastante frecuencia, terminan borrando algunos tuits.

"El anonimato y la falta de consecuencias de los propios actos lingüísticos hacen que las personas que producen estos discursos de odio puedan amplificarlos en la manera que lo que hace Twitter, es hacer visible algo que está ahí y lo amplifica porque muchos lo ven", dice Basaure.

"Muchas veces son tomados, repetidos y publicados también por los medios de comunicación", agrega.

En Twitter existe el linchamiento digital. Los mensajes hirientes han reemplazado el cepo y los azotes que se repartían en la plaza medieval en el mundo analógico. La publicación de fotos o videos de una expareja despechada o un político lapidado digitalmente por algo que dijo, incluso en el pasado (no importa cuánto tiempo antes).

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han le puso nombre: shitstorm. Un genuino fenómeno de la comunicación digital, posible gracias a una cultura carente de respeto o discreción.

Según este filósofo, la interconexión digital no facilita el contacto con otros y entorpecen interactuar con la diversidad del mundo, sino que sirve "para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y distintos", detalla el profesor de la Universidad de las Artes en Berlín en su libro La expulsión de lo distinto.

Así, como auténticas jaurías digitales, muchos buscan aliados para hilar ataques que rápidamente se viralizan.

El anonimato es otra de las características que permiten la violencia de Twitter. Los costos de participar se reducen porque hay una distancia física entre el agredido y quien agrede. "El anonimato es clave. Hay literatura en criminología que dice que la percepción de la gente sobre su anonimato aumenta su comportamiento desviado", dice Sofía Donoso, investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (Coes).

Desde Twitter reconocen que en la plataforma existe material no apropiado, pero a la vez aseguran tener una política clara para reducir las conductas de incitación al odio.

Además, señalan que la empresa está probando una nueva herramienta: una etiqueta para identificar quién comenzó un hilo y evalúa eliminar el botón de like para "mejorar el debate".

Por último, reducirá el número de seguidores.

Eso no ha disminuido la ofensiva de países como Australia, que el 4 de abril pasado aprobó una legislación que podría encarcelar a los ejecutivos de las redes sociales si sus plataformas transmiten violencia real, como los disparos a la mezquita de Nueva Zelanda.