Reflexiones de un astrónomo en tiempos de pandemia


En 1990, la sonda espacial Voyager-1 tomó una imagen de la Tierra a 6000 millones de km de distancia, mostrándola tal como es: “una mota de polvo suspendida en un rayo de Sol”. Esta fotografía inspiró el último libro de Carl Sagan, Un Punto Azul Pálido, donde el astrónomo medita sobre la banalidad de las interminables riñas que han caracterizado nuestra historia. En 1990, a finales de Guerra Fría, la posibilidad de un apocalipsis nuclear nos recordaba la fragilidad de nuestra especie. Las pandemias, como la actual del COVID-19, son un recordatorio adicional.

Nuestra especie es joven, y durante gran parte de su historia reciente vivió bajo la ilusión de habitar el centro de un Universo creado para ella. La realidad es muy distinta: el Universo es inconcebiblemente vasto y antiguo, y probablemente indiferente a nuestra existencia.

La historia biológica del planeta tiene al menos 3700 millones de años y ha mostrada cambios bruscos por acontecimientos tan aleatorios como la caída de un asteroide. Además, la diversidad genética del ser humano es sorprendentemente baja, lo que indica que nuestros antepasados directos ya han estado al borde de la extinción.

Pensar que la tecnología y nuestra posición como especie dominante es garantía de supervivencia sería un grave error. El físico Stephen Hawking solía decir que la humanidad sólo sobrevivirá si es capaz de establecerse en otros planetas antes de causar su propia destrucción. La llamada Paradoja de Fermi da pistas poco alentadoras sobre esa disyuntiva: ¿Si existen miles de millones de planetas habitables en nuestra Galaxia, y la mayoría de ellos son mil millones de años más antiguos que la Tierra, donde están las especies más avanzadas, capaces de poblar toda la Galaxia? Existen varias posibles soluciones para esta paradoja, pero la más pesimista indica que todas las especies suficientemente evolucionadas están condenada a su autodestrucción.

La crisis del Covid-19 pasará, pero la humanidad enfrenta muchos otros desafíos que requieren de una acción coordinada de toda nuestra especie, tales como el cambio climático, el cuidado del medio ambiente, la desigualdad y el uso responsable de la tecnología. Nuestra supervivencia depende de cuánta energía dediquemos a enfrentar estas amenazas en vez de insistir en la búsqueda constante de distintas formas de dominar a otros grupos de nuestra misma especie, un nocivo hábito que suele ser la raíz de la mayoría de nuestros conflictos.

Astrónomo y Académico de la Universidad Diego Portales *

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