Columna de Héctor Soto: Los límites del fastidio

El problema es que si el país, sus dirigencias políticas, sus instituciones, sus voces más influyentes, no aprovechan esta crisis para corregir fragilidades que no podemos seguir ignorando, entonces no solo Catrillanca habrá muerto en vano, sino que el fastidio y el descrédito de la política habrán escalado otro peldaño en la bronca ciudadana.



Mañana lunes se cumplirán exactamente dos meses de la muerte de Camilo Catrillanca. El caso sigue siendo investigado por el Ministerio Público, pero en el intertanto ocurrieron varias cosas. Se vino abajo la versión inicial de los hechos, quedó demostrado que el comunero había muerto sin portar armas, renunció el intendente de la zona, el gobierno decidió retirar al Gope de La Araucanía, fue destituido el general director de Carabineros luego de hacerse evidentes distintas fugas en su cadena de mando, y en el intertanto el ministro del Interior ha debido enfrentar fuertes presiones políticas y ataques asociados a lo que ha hecho y a lo que ha dicho en relación al caso.

A estas alturas, quizás importa poco si hay más pequeñez que grandeza, o más grandeza que pequeñez, en la funa a que el ministro fue sometido esta semana en las redes sociales y en distintos medios, no por lo que dijo, sino por lo que habría callado momentos después de ocurrido el lamentable episodio de Temucuicui. Esto es política, de suerte que aquí los escrúpulos no corren y lo único que importa es la lucha por el poder. Todo lo que te pueda herir me favorece, todo lo que te pueda convenir me perjudica. No es una correlación muy estimulante y, desde luego, no tiene nada de republicana. Pero es lo que el país ha estado viendo durante estos días con una creciente sensación de fastidio.

Si hay algo en lo que Chadwick ha sido cuidadoso y responsable ha sido precisamente en el manejo de este tema. Y lo ha sido porque nadie está más interesado que el propio gobierno en que la verdad de lo que ocurrió en Ercilla se establezca pronto. Pronto en términos judiciales y políticos. Se trata de un hecho que La Moneda no provocó, es un desenlace en el cual murió, por lo visto, un inocente; es un incidente donde Carabineros no estuvo a la altura de las circunstancias, es un episodio donde el ministro no está protegiendo a nadie que esté involucrado y es una crisis que, por un lado, bloqueó los esfuerzos de acercamiento del ministro Alfredo Moreno con el mundo mapuche y, por el otro, sacó al gobierno de su agenda de reformas.

Todo mal. Pero no hay sociedad que esté libre o inmunizada contra estas adversidades. La política no es fatalidad, pero una política que no sepa hacerse cargo de las fatalidades al final es un engaño. Lo importante es enfrentarlas responsable y transparentemente. Sin santos en la corte, sin ropa tendida, sin cartas marcadas.

No es ninguna novedad que el juego político en una democracia a veces sea muy rudo. Está bien: este juego, como se ha dicho tantas veces, es sin llorar, y al jugarlo de este modo los actores están ejerciendo su derecho. Claro que los ciudadanos también son libres para reaccionar adecuada o inadecuadamente.

El problema es que si el país, sus dirigencias políticas, sus instituciones, sus voces más influyentes, no aprovechan esta crisis para corregir fragilidades que no podemos seguir ignorando (la modernización de Carabineros, el imperio del matonaje y la impunidad en La Araucanía), entonces no solo Catrillanca habrá muerto en vano, sino que el fastidio y el descrédito de la política habrán escalado otro peldaño en la bronca ciudadana. Entre tanto tira y afloja de gobierno y oposición, sería bueno no perder de vista esta dimensión del asunto.

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