A diferencia de algunos amigos míos, no me extraña que Piñera te haya nombrado ministro de Relaciones Exteriores (tendré que acostumbrarme a no tutearte en público por respeto a tu investidura, pero en esta carta no te libras de ello porque no has asumido el cargo todavía). La última vez que estuve en Santiago, poco antes de las elecciones, me sorprendió lo sorprendidos que se quedaban mis interlocutores cuando les decía que creía que eso podía ocurrir. No tenía ningún "inside information", sólo un pálpito. ¿Basado en qué? En la cercanía de Piñera, difícilmente se podía encontrar a alguien más adecuado para el cargo. Lo cual no garantiza, claro, que lo vayas a hacer bien. Pero sí garantiza que tienes todo para hacerlo bien.

No eres el primer escritor ni intelectual (no todos los escritores son intelectuales, pero en tu caso tienes la doble vertiente, la del creador y el pensador) que asume un muy importante cargo público en América Latina. Pero tampoco ha habido tantos: no llegan a trescientos en total en siglo y medio, aunque la mayoría como embajadores.

Convengamos en que la tradición latinoamericana es que sean intelectuales de izquierda, y no liberales o de centroderecha, dos etiquetas que no son la misma cosa necesariamente, los que lo hagan. En el siglo diecinueve, y tu país no era una excepción, tanto liberales (la izquierda de entonces) como los conservadores tenían entre sus figuras de primera línea a gentes del mundo de la cultura. Esta tradición duró hasta entrado el siglo 20, pero luego se perdió. Como la cultura pasó a estar casada con la izquierda, fue sobre todo ella la que se interesó en incorporar escritores e intelectuales a la política. La derecha –con excepciones- despreció por mucho tiempo a la cultura, tanto como ésta a aquélla: ambas estaban perfectamente de acuerdo en no colaborar entre sí.

Lo que Piñera hace, no sé cuán conscientemente, ofreciéndote la cancillería, es recuperar para ese espectro que va del liberalismo a la derecha la relación de primer orden con el mundo de la cultura. No ignoro que en su primer gobierno ya tuvo embajadores escritores (Jorge Edwards y tú mismo) o que ocupaste la cartera de Cultura. Pero el rol que te toca hoy es distinto. La lista de escritores que fueron embajadores en América Latina es nutrida, pero la de quienes fueron Presidentes o cancilleres es mucho más pequeña; de allí que representes la recuperación de una tradición perdida.

Dicho esto, la cosa es complicada. Por una razón que conoces perfectamente: el escritor, el intelectual, desconfían del poder (incluso cuando, en regímenes totalitarios, son instrumentalizados por él para fines propagandísticos). Ahora te toca saltar del otro lado de la barrera y no sólo confiar, sino algo más difícil: lograr que los demás confíen. Como escritor, este desafío es psicológico más que otra cosa. Antes eras un observador, ahora eres un actor. El actor no se puede dar el lujo de observar demasiado si hace bien su tarea, del mismo modo que el observador pierde capacidad para distanciarse de aquello que observa si actúa demasiado. A lo que voy con esto es que tendrás que adaptarte psicológicamente a la rutina de actuar más que observar. Probablemente será tu subconsciente el que vaya almacenando observaciones que algún día, ya fuera del poder, aflorarán y, enriquecido por esa experiencia, utilizarás en tu quehacer literario. Pero ahora tienes, obligatoriamente, que mudar de piel por un tiempo. Interesante reto personal.

Como canciller, te tocará una América Latina que vive una transición fascinante. Insertar a Chile en esa transición –de la que en cierta forma también los chilenos son parte— puede permitirle a tu país recuperar liderazgo en la región, donde la incertidumbre de años recientes le hizo perder perfil. Claro, para mala suerte tuya no tienes el camino despejado porque un obstáculo muy antipático, un gato negro, se te va cruzar constantemente en el camino, como se le cruzó al anterior canciller de Piñera: La Haya.

Hasta el fallo, que podría ser este mismo año, no sólo tendrás que ocuparte mucho de Bolivia, sino que tendrás que buscar la manera, sin que parezca, ni por un instante, que dejas de darle la importancia debida a ese proceso, de evitar la bolivianización de tu gestión, es decir convertirte en rehén de ese espinoso asunto (a diferencia de tu par boliviano, a quien sí le conviene chilenizar la política exterior intensamente). La razón salta a la vista: no te interesa, ni mucho menos, levantar en Chile expectativas de un éxito rotundo en La Haya que no depende de ti (y en realidad ni siquiera de los abogados chilenos, porque ese tribunal tiene un componente diplomático, incluso "florentino", como sabes). Sólo si Chile lograra la victoria te convendrá bolivianizar tu gestión durante un breve periodo. Cómo evitar eso y al mismo tiempo implicarte a fondo en la defensa de los intereses de tu país –y lograr que los chilenos, además de tu jefe, el Presidente, te perciban implicado— es un segundo reto interesante.

¿El tercero? Vuelvo a la transición latinoamericana. La región va abandonando el populismo en todas sus vertientes: la autoritaria (Argentina, Ecuador), la democrática (Brasil) y la "light" (Chile). Se abre un espacio para gobiernos liberales, semiliberales o una pizca liberales, pero en todo caso distintos. En otros tiempos, te habría tocado ser parte de eso desde una cierta superioridad: la del Chile que abandonó el populismo hace mucho tiempo. Pero da la casualidad de que Chile tuvo coqueteos recientes con el populismo (y un sector del país que no es pequeño sigue en ello), lo que te confiere una oportunidad porque te coloca en un plano parecido al de tus vecinos (sin que Chile haya padecido, es obvio, nada comparable a ellos). Ha sido frecuente que los latinoamericanos vean a Chile con algo de distancia. Ahora quizá sea más fácil acortar esa brecha psicológica. Tener relaciones ya no sólo buenas sino hasta cierto punto "cómplices" con los países latinoamericanos que abandonan el populismo o incluso el marxismo es algo que ofrecerá a la política exterior chilena espacios para ejercer liderazgo, para marcar presencia. ¿Y quién mejor que un intelectual que está desde hace buen rato de regreso del marxismo, como dan fe tus abundantes testimonios, para jugar ese excitante partido?

Iba a decir que es un buen momento para que impulses a fondo la Alianza del Pacífico, que está algo venida a menos, pero, claro, hay dos escollos. Uno es que López Obrador puede ganar las elecciones en México –país que conoces tan bien— en julio; el otro es que el liderazgo de Argentina y –a pesar de todos los líos internos— de Brasil han dado hoy al Mercosur nueva notoriedad. Incluso negocian con Europa el tantas veces postergado tratado comercial que, si se termina de sellar, devolverá prestancia a esa bloque, reforzando el papel de Argentina. ¿A dónde voy con esto? A que cada vez va siendo más evidente, y algunas veces lo he sostenido en esta columna, la necesidad de acercamientos más formales entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur, o de algunos países de ambos bloques con miras a ir preparando el terreno para una eventual integración… algún día. Al canciller argentino (diplomático de carrera) y al brasileño (político del partido de Cardoso) les interesa tanto como a ti esa conexión. Cuarto reto significativo.

Para Estados Unidos, Argentina se ha vuelto hoy el país referencia de la región, en gran parte por el liderazgo de Macri en el trágico tema venezolano. La posición de Piñera no es distinta de la que tiene Macri y el mandatario electo de Chile conoce Estados Unidos tan bien como el mandatario argentino, si no mejor. Tú también conoces bien Estados Unidos y no sólo el mundo de las costas sino el que ha pasado hoy a ser clave para entender al país de Trump: el del Medio Oeste (Midwest), donde viviste y enseñaste. Independientemente de lo antipático que es lidiar con una administración nacionalista y populista, estás condenado a llevarte bien con Washington y te interesa trabajar para que Chile sea, a la par que Argentina, otra referencia estadounidense en este vecindario.

La relación se envenenará un poco si Trump termina haciendo el muro (que creo que se hará sólo a medias, para la foto) o cancela el NAFTA (la presión es muy fuerte para que la renegociación que está en marcha produzca acuerdos), o lleva más allá de lo actual la presión a Colombia para privilegiar la erradicación forzosa de cultivos de coca, política errónea que fracasó en oportunidades anteriores. Pero, en general, nada indica que Trump quiera a estas alturas alterar o eliminar los TLC firmados con otros países latinoamericanos. Por tanto, si la posición de Chile sobre Venezuela se hace notar, quizá en conjunto con la argentina, Chile tendrá peso en Washington. Quinto reto.

También conoces bien Europa y, por supuesto, Alemania, con la ventaja de que –al igual que la Presidenta Bachelet- hablas ese idioma (el verbal y el mental). Todo está abonado para que la relación con Europa, con la que ata a tu país un importante tratado comercial, tenga a Alemania –además de España, por razones obvias— como gran referencia. En el mundo con tendencias nacionalistas y populistas de nuestros días, Angela Merkel ha sido una figura sensata. En la Europa de la crisis financiera, fue una líder solidaria y prudente. Para Alemania, ha sido una fuente de estabilidad. Te tocó vivir la terrible experiencia de la Alemania Oriental; hoy puedes ayudar a que Chile abrace la Alemania del éxito, líder indiscutible de Europa. Es acaso un sexto reto que te espera.

No puedo explayarme como quisiera sobre las oportunidades fascinantes que tiene Chile en Asia, que por lo demás son conocidas. Apuntaré una cosa: Chile puede jugar, de la mano de Piñera y de la tuya, un papel destacado en los esfuerzos por recuperar alguna versión del Acuerdo Transpacífico. Hay gestiones ya avanzadas, y lo más interesante es que Trump se ha visto obligado a decir, al ver que los demás países continúan sin él, que, en ciertas circunstancias, no descarta la posibilidad de sumarse a un acuerdo de esa naturaleza con el Asia. Chile, que tuvo acuerdos con Asia antes que ningún país latinoamericano, puede ocupar allí un sitio visible. Séptimo reto de varios más.

"Last but not least", menciono uno muy complicado: incorporar a la cultura a la política exterior. La cultura suele ser de izquierda y lo es también en Chile. Pero si prevalecen los valores republicanos sobre consideraciones ideológicas, no tiene sentido que las gentes de la cultura se resistan a una eventual invitación tuya para involucrarse sin perder independencia crítica. La política exterior de cualquier país gana mucho si ella le importa. Pero, ya lo sé, no hay ninguna necesidad de convencerte de eso.

Mucha suerte.