Columna de Ascanio Cavallo: Prudencia y riesgo

Es inevitable que el debate sobre lo que debe hacer Chile frente a la situación de Venezuela esté cruzado por estas referencias.



Es improbable que Venezuela se convierta en un tema importante de política interior. En realidad, lo será solo si la oposición lo desea, si insiste en que el Presidente debe limitarse en el uso de su facultad de conducir la política exterior. Pero la oposición, en esto como en la mayoría de las cosas, tampoco es una sola.

La DC y la socialdemocracia tienen una deuda de gratitud muy abultada con el pueblo venezolano como para contemplar con pasividad lo que les ocurre a las fuerzas políticas que hace 40 años les dieron asilo en condiciones de privilegio. Los comunistas y los socialistas revolucionarios no tuvieron la misma experiencia; prefirieron siempre el refugio en Cuba o México. Y hoy Cuba es el principal respaldo de Maduro, a pesar de que el sucesor de Chávez sigue las lecciones de la revolución castrista como si las filtrara por un cristal esperpéntico.

Es inevitable que el debate sobre lo que debe hacer Chile frente a la situación de Venezuela esté cruzado por estas referencias. Los gobiernos de Chávez y Maduro han vivido de una realidad imaginaria que ofrece a sus simpatizantes un refugio para negar todo lo que no convenga a sus convicciones. La verdad cruda es que esto lo ha sabido no solo el gobierno de Sebastián Piñera; fue también la experiencia de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet y de sus respectivos cancilleres.

Piñera ha roto con la prudencia que tuvieron esos gobiernos frente a la persistente e inequívoca deriva autoritaria del "socialismo del siglo 21". No es cierto, sin embargo, que ello rompiera con una "política de Estado", simplemente porque tal política solo se podría diferenciar en intensidad, no en dirección. Lagos y Bachelet supieron muy bien que, por debajo de su gestualidad melosa, Chávez tuvo una política agresiva hacia sus gobiernos, a los que consideraba como las alternativas desviacionistas de la izquierda latinoamericana, y utilizó como hombre de paja a Evo Morales. La Cancillería chilena ha mantenido una posición de defensa de las libertades públicas venezolanas desde comienzos de los 2000. Ningún canciller se movió de esa estricta línea, incluso cuando algunos embajadores flaquearon. Ningún alto diplomático ha dejado de percibir lo esencial, lo importante, esto: para el chavismo, Chile es un enemigo.

Por lo tanto, la crítica a la decisión del Presidente de llegar hasta Cúcuta solo puede medirse en relación con la prudencia.

Y dicho esto, en términos generales, nunca parece una buena idea marchar sobre las fronteras de un país. Bajo cualquier estándar, es un acto muy provocativo, fronterizo con la agresión.

A Maduro le ha provocado, por supuesto, una de sus reacciones clásicas: declararse asediado por Trump, decretar una "alerta máxima" y cerrar las fronteras, incluso las de Brasil y las rutas que por el Caribe se conectan con las islas de Curazao, Aruba y Bonaire. "Cerrar" es un eufemismo, porque las fronteras de Venezuela, como casi todas de las de América Latina, están pobladas de boquetes y zonas porosas.

La operación montada por el gobierno alternativo de Juan Guaidó -con apoyo de los gobiernos del Grupo de Lima y de EE.UU.- es astuta desde el punto de vista de la propaganda y la agitación interna: se trata de acumular sobre las fronteras un tipo de ayuda humanitaria que obviamente necesita el pueblo venezolano. Maduro no puede aceptarla en forma abierta simplemente porque no reconoce la existencia de ninguna crisis. Y centra la culpa en Trump porque percibe que con eso excita los nervios del simplismo latinoamericano. Pero escuchar a Maduro se ha convertido en una especie de ofensa contra la inteligencia.

OK, el concierto Venezuela Aid Live ha sido un exitazo (¿será también recordado como el concierto de Amnesty en Mendoza?). El acopio de alimentos y medicinas también. Y la operación llega hasta ahí: introducida por canales irregulares y sin ningún orden, la ayuda se disolverá en el contrabando y el mercado negro. Pero si Maduro deja entrar esos insumos -mirando para el lado, haciéndose el loco- se puede apostar que pasarán a alimentar a esas fuerzas armadas cuya sublevación es tan irresponsablemente alentada.

¿En qué pensaría Fonseca cuando les dedicó flores a esos militares? ¿En el Portugal de 1974? ¿Tendría siquiera en cuenta al número indeterminado de oficiales cubanos que está incrustado en esas filas? ¿O todas las formas de cooptación y corrupción de las que puede disponer un gobierno sin control para modelar la lealtad de sus militares? Las fuerzas armadas venezolanas pueden ser una amenaza parecida a la del chavismo degradado que ha encarnado Maduro. Es improbable que, de tomarlo, entreguen el poder a un gobierno civil y es más improbable que logren liberarse de Cuba.

Guaidó parece consciente de esto cuando llama a una desobediencia pasiva, que solo consista en dejar entrar la ayuda. La fecha límite para ese ingreso -ayer sábado- debió tener en cuenta que hoy domingo los cubanos están votando la reforma de la constitución castrista. Según datos oficiales, más de siete millones de ciudadanos habrían participado en las discusiones sobre el texto, aunque la redacción final estuvo a cargo de una comisión de 30 miembros designados por el gobierno y la modificación final ha quedado en manos, no de una asamblea constituyente, sino del Parlamento. Una voluminosa campaña oficial por el "Sí" acompaña el proceso, con lo que Cuba encabeza la nueva moda latinoamericana de las reformas constitucionales.

No se esperan sorpresas en el resultado. Pero es evidente que el régimen cubano está buscando formas de reasegurar su legitimidad sobre la base de que no tiene la menor intención de entregar el poder. Lo que ocurra en Venezuela podría tener un impacto sobre este proyecto y Cuba no lo querrá tolerar.

El Presidente Piñera ha querido tomar protagonismo en la presión sobre Maduro midiendo el gambito sobre Cuba. La verdad es que arriesga poco. Ha estado en el puente Tienditas al lado del presidente colombiano Iván Duque, del secretario general de la OEA, Luis Almagro, y del propio Guaidó, a metros de los músicos más populares del hemisferio. Ha estado en un acto histórico para la Sudamérica caribeña. Todo eso le gusta, por Dios que le gusta.

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