Columna de Ascanio Cavallo: ¿Quo vadis, PPD?

El PPD habita, además, en el contexto de una coalición derrotada y los movimientos en estos partidos suelen tener impactos sobre sus socios. Por infantil que parezca, hay siempre un efecto dominó: si un partido se mueve hacia la izquierda, su vecino se corre más a la izquierda, y así sucesivamente.



¿Va a resultar ahora que la elección del PPD será el inicio del reordenamiento de la oposición? Veamos. El excanciller Heraldo Muñoz, con el apoyo del girardismo, pero también de fuerzas antigirardistas, triunfó ampliamente en la competencia por la presidencia. En consonancia con su historial y su actividad política (incluyendo su desempeño en la política exterior), Muñoz declaró su inclinación por una recomposición de la centroizquierda. ¿Votaron sus votantes por esto?

Su primer vicepresidente, el también exministro Francisco Vidal, obtuvo su cargo en la misma lista que el excanciller, pero declaró su inclinación por una vocación de izquierda, con un explícito "primer círculo" de alianzas con el PR, el PS y el PC, es decir, lo que quedó de la Nueva Mayoría después de las elecciones del 2017. ¿Votaron sus votantes por esto?

Hay que imaginar una militancia de muy sofisticada calidad para suponer que hubo perfecta conciencia de esas diferencias, en lugar de que más bien hayan prevalecido la fama y el prestigio de los dos, ambos miembros de las "clases ecuestres y senatoriales" como partícipes destacados, en las últimas dos décadas, de los gobiernos que su partido ha integrado.

Nunca está de más recordar que el origen del PPD fue un error de cálculo del entonces dirigente Ricardo Lagos, que creyó que un partido "instrumental" podía dar cabida a todos los opositores a Pinochet que desconfiaban de sus leyes políticas (y en particular, de la ley de partidos), cuando lo que ocurrió fue casi lo contrario: cada partido buscó perfilar su propia identidad en cuanto les pareció que eso ya era posible. Primeros entre todos, la DC y el PR.

El partido instrumental pasó a ser otra cosa en el primer gobierno de la Concertación, cuando se quedó con los liberales de derecha, los liberales de izquierda, los librepensadores, los laicos, los ex Mapu y ex IC que no quisieron entrar de lleno al PS. También algunos ex PC que rechazaron la insistencia de su partido en la vía insurreccional. Si la historia de la transición hubiese sido distinta, la mayoría de ellos estaría hoy en las filas del socialismo histórico. Pero no fue así, y el PPD permaneció como un gozne entre la DC y el PS, a veces funcionando para un lado, a veces para el otro. Algo de eso ha pervivido hasta hace poco: el año pasado el PPD respaldó sin ambages la precandidatura de Ricardo Lagos -lo que habría puesto en marcha una dinámica de primarias-, mientras que el PS la desechó. Es significativo que Lagos no haya querido seguir su candidatura sin el apoyo del PS, aunque tenía el del PPD.

Las posiciones de Heraldo Muñoz y Francisco Vidal no inventan la historia. Más bien la repiten: la alianza de la izquierda con el centro hizo la Concertación; la alianza de la izquierda con la izquierda hizo la Unidad Popular. Lo único que tienen en común ambas coaliciones es que fueron destruidas desde dentro antes de que sus enemigos terminaran de hacerlo. La UP agonizaba meses antes del golpe de Estado de 1973 y la Concertación fue liquidada de manera incruenta por la Nueva Mayoría.

Vidal defiende su postura invocando la declaración de principios del PPD, pero no la original, sino la modificada en el 2012, según la cual este es un partido "de izquierda, democrático, progresista y paritario". Pero el senador Felipe Harboe, líder de otro de los grupos internos, ha recordado que esa declaración fue aprobada por menos del 10% del consejo general, aunque no ha explicado por qué sigue vigente. Es probable que sea lo de siempre: las declaraciones de principios se escriben para olvidarlas. Esa no es la actitud de Vidal, un hombre firmemente convencido de que las palabras y los mensajes modelan la realidad.

Sin embargo, la misma realidad no ofrece datos para pensar que, con declaración o sin ella, el PPD está progresando. Cuando tuvo su primer torneo electoral, en 1989, obtuvo un apreciable 11,5% de los votos (que fue una de las razones para no disolverse y pasar de instrumental a permanente). Esta cifra se mantuvo estable por casi tres décadas (aunque en el gobierno de Lagos llegó a empinarse por un momento sobre el 20%), hasta que el año pasado se desmoronó hasta un 6,10%, eligiendo apenas una mitad de los diputados que solía tener (en senadores le fue mejor, aunque no por los votos, sino por eficiencia electoral). Quizás percibiendo esa declinación, en este período hubo dirigentes y militantes que renunciaron al partido denunciando su captura por parte del senador Guido Girardi. Más allá de su exactitud, es una acusación un poco querulante, porque en política nadie toma lo que no le entregan.

De modo que la situación del PPD no ofrece motivos de orgullo ni da cuenta de una política de asociación exitosa. Pero el caso es que el PPD habita, además, en el contexto de una coalición derrotada y los movimientos en estos partidos suelen tener impactos sobre sus socios. Por infantil que parezca, hay siempre un efecto dominó: si un partido se mueve hacia la izquierda, su vecino se corre más a la izquierda, y así sucesivamente. Suena ridículo, pero esto ya pasó en el Chile de los 70 y ha pasado innumerables veces en la Europa de la posguerra.

De modo que la definición del PPD no es inocua. El partido hegemónico de la izquierda, el PS, ya no podrá decidir a solas, sin mirar -incluso desdeñosamente, como lo ha hecho casi siempre- si su costilla PPD se inclina en una u otra dirección. Lo que el PPD tiene de perverso -o de virtuoso- es que ofrece un refugio "progresista" para socialistas descontentos.

Esta semana, la revista Foreign Affairs abre su edición con la pregunta: "¿En qué mundo estamos viviendo?". No da una respuesta, sino que ofrece tres perspectivas para buscarla: la realista, para la cual el poder es lo mismo de siempre, solo que con otras caras; la liberal, que observa las crecientes amenazas contra las libertades públicas, sobre todo desde democracias que derivan velozmente hacia el autoritarismo, y la tribal, donde lo más importante es la afirmación de identidad de los grupos, políticos, étnicos, religiosos o de cualquier tipo. Quizás sea mucho pedirle a un sector que está más preocupado por el desempleo de sus militantes después de perder el gobierno, pero esa pregunta tendría que ser la primera que se formulara un partido que quiera entender dónde se puede ubicar hoy y por qué.

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