Columna de Ascanio Cavallo: El torrente sigue su curso

Es un panorama complicado. El equipo político es, después del Presidente, lo más sensible del gobierno y cuesta siquiera imaginar el reemplazo de cualquiera de ellos. Pero, como ya se dice en los mentideros de la derecha, el gobierno necesita una especie de "segundo impulso", una idea, una imagen, un proyecto, algo que lo saque del cuadro de agobio que muestra hacia afuera.



¿Qué le pasa al gobierno? En apariencia, nada: mantiene una popularidad sobre lo normal (entre 38 y 44%, según la encuesta que se mire), empieza a ver una economía más movida, ha enfrentado las emergencias del verano con rapidez y ha reforzado esa imagen de eficiencia a la que Sebastián Piñera le debe dos gobiernos, más el actual que el primero. Nada parece tan mal.

Pero nada parece tan bien. ¿Es este el problema? Antes de cumplir un año, el gobierno no se ve débil, sino abrumado. Hablar con un ministro es conversar con una fanega de problemas.

Es verdad que el gobierno navega hacia un litoral tormentoso. El año legislativo que parte en marzo será duro. Todo indica que ninguno de los proyectos importantes del gobierno tendrá un paso ligero por el desfiladero del Congreso. De entre ellos, la reforma de la salud (isapres y Fonasa) es el que plantea el desafío más original y provocativo, porque ningún gobierno lo ha abordado, a pesar de figurar desde 1990 entre las tres primeras prioridades de las personas. Hay allí, para decirlo de otro modo, un potencial histórico que puede obligar a la oposición a mirarlo con cuidado.

Los otros cuatro proyectos –tributario, laboral, previsional y educacional- tocan elementos de la administración anterior y el gobierno cree advertir la presencia de un "bacheletismo subyacente" que empuja a la ex Nueva Mayoría a defender esa gestión como si los cambios fuesen ataques contra su identidad. Y es innegable que en cierto sentido lo son: las reformas de las reformas tienen un inevitable componente de crítica política. Es iluso que el gobierno espere una recepción más templada, más objetiva, de quienes precisamente perdieron el Poder Ejecutivo con la sombra de un reproche por estar haciendo mal las cosas.

Esta oposición –presionada desde la izquierda por una fuerza novedosa- no ve por ahora otra posibilidad que la de reunirse en torno a un solo acuerdo: imponer su mayoría parlamentaria, con la interpretación voluntariosa de que allí se representa una mayoría social. Y cada uno ha encontrado ciertas demandas específicas para representar mejor su papel: la DC exige la renuncia del subsecretario de Salud, Luis Castillo, a pesar de que, como quizás deseaba, no aparece acusado de nada en el proceso sobre Frei Montalva; el PS exige que se olvide el proyecto sobre indemnizaciones laborales; el Frente Amplio exige que la ministra de Educación deje de recorrer el país; y así por delante.

No es el reino de la racionalidad. Pero así funciona la democracia. Nadie puede decir que no sabía que una oposición desunida sería un laberinto difícil de sortear. En contraste con el inmenso mérito de haber obtenido una mayoría contundente en la segunda vuelta, el Presidente Piñera no logró que los partidos de Chile Vamos cumplieran con las metas que les fijó para las parlamentarias. Los partidos de la derecha pueden quejarse un día sí y otro también de lo que le falla al gobierno, pero la situación actual se debe a ellos, no al Presidente. Fueron los partidos los que no consiguieron los poquísimos escaños que necesitaban para tener mayoría.

Este es otro refuerzo para la centralidad de la figura del Presidente. A estas alturas de su vida, Piñera es un hombre de Estado y solo cierto infantilismo derechista insiste en verlo como un excéntrico. Piñera ha aprendido, como pedía Eugenio Montale, a "vivir su contradicción sin escapatoria", y no tiene contrapeso en su sector. Pasa por su cabeza hasta el más mínimo detalle del Estado y en ese conocimiento se ha forjado una idea del país que solo él conoce. La burla y el denuesto son cada vez más inofensivos. En esta ocasión, para decirlo figuradamente, es más presidente que en la anterior.

¿Por qué esto resulta más notorio ahora? ¿Solo porque interrumpe sus vacaciones para atender las emergencias del norte? ¿Porque lleva al dedillo la situación de los incendios forestales en el sur y hasta emite instrucciones para mover aviones? No únicamente: la razón principal es que por primera vez su equipo político se ve debilitado y casi ausente. El ministro Chadwick, su escudero más fuerte, fue castigado por el crimen de Camilo Catrillanca y no ha podido reponerse de ese gravamen, da lo mismo si es injusto o no. El gobierno ha desarrollado un equipo de comunicación de alta sensibilidad, con capacidad de alerta y reacción, pero la ministra Pérez no es la protagonista de ese dispositivo, quizás porque nadie puede ser vocera y rompelanzas durante tanto tiempo. El ministro Blumel ha de estarse preparando para el desfiladero que le acecha para el resto del año. Y el cuarto ocupante de La Moneda, el ministro Moreno, ha quedado también cogido en la trampa de La Araucanía, al menos de momento.

Es un panorama complicado. El equipo político es, después del Presidente, lo más sensible del gobierno y cuesta siquiera imaginar el reemplazo de cualquiera de ellos. Pero, como ya se dice en los mentideros de la derecha, el gobierno necesita una especie de "segundo impulso", una idea, una imagen, un proyecto, algo que lo saque del cuadro de agobio que muestra hacia afuera.

Y es un panorama extraño: de acuerdo a todas las encuestas –incluso las que el gobierno encarga en privado-, la derecha aventaja por 10 o más puntos a la oposición si hubiese elecciones en el corto plazo, lo que también quiere decir que mantiene la opción de continuidad que se perfiló en las presidenciales del 2018. Los gobiernos de hoy se organizan, finalmente, en torno a dos posibilidades: los proyectos o los carismas. Y mientras alguna de esas condiciones no se cumpla, el gobierno de Piñera corre el riesgo de volver a ser un islote dentro de un torrente poblado de islotes. R

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