Columna de Ernesto Ottone: Chalecos amarillos

En su gran mayoría son blancos, con escolaridad media y baja, con salarios relativamente insuficientes, pero no pobres (...). El 42% votó por la extrema derecha y el 21%, por el populismo de izquierda, y muchos fueron abstencionistas, son antieuropeístas, antipolíticos y antiestablishment .



La escena se desarrolla en una ciudad de provincia en Francia. Ya han transcurrido las fiestas de fin de año y un hombre correctamente vestido deja su casa a media mañana de un lunes para subirse a un auto de marca Mercedes Benz, no es de último modelo, pero luce en perfecto estado.

La casa le pertenece , es una casa de clase media modesta en Francia; en Santiago no desteñiría ni en Ñuñoa ni en Providencia.

Tiene 59 años, está divorciado, vive con su hijo de 20 años que está a su cargo, es chofer de camiones, de esos grandes que en Francia les llaman "Poids Lourds". Está cesante y lo que recibe del sistema social francés ha reducido sus ingresos a la mitad. Señala que tiene dificultades para llegar a fin de mes. Mientras maneja muestra un monumento a Uderzo, uno de los creadores de Asterix, el personaje galo de la famosa tira cómica que él admira profundamente por su espíritu de resistencia y libertad.

Es un "chaleco amarillo", un "gilet jaune", movimiento que ha conmovido a Francia durante ocho fines de semana y probablemente lo hará también algunos más.

Se dirige a una reunión con otros chalecos amarillos. Se juntan los lunes y discuten sobre el futuro del movimiento. Sus edades fluctúan entre los 40 y 60 años, la casa donde se reúnen es muy similar a la suya, toman café y comen croissants, son cuatro hombres y una mujer; quizás lo de los croissants explique el notable sobrepeso de algunos de ellos. La conversación muestra más emociones que ideas , pero se sienten muy a gusto , se conocieron en las manifestaciones.

Sus niveles de escolaridad no son altos, detestan la globalización y a las élites políticas, se consideran representantes del pueblo, precisan que las instituciones democráticas no representan al pueblo, sino que funcionan para defender privilegios. Ellos -dicen- no son escuchados ni tomados en cuenta.

Ha llegado el momento de que las cosas cambien y están preocupados de que el número de manifestantes no baje en el futuro. Es necesario retomar la fuerza de las primeras semanas.

Se declaran contrarios a la violencia, pero no están dispuestos a condenar a quienes la alientan y la practican.

El reportaje televisivo enfoca también a otras personas, en otra ciudad, que pertenecen al grupo de los chalecos amarillos, que se hacen llamar "los irreductibles", aquellos que pasaron las fiestas de fin de año en carpas instaladas en las rotondas, a la salida de las ciudades de provincia, haciendo turnos para mantener encendidas las fogatas.

Se presenta a una persona más joven, de 35 años, alto, rubio, vestido con un buzo deportivo . Él era obrero de la construcción, pero sufrió un accidente en su motocicleta. No pudo seguir trabajando y los subsidios sociales que recibe no le alcanzan para llegar a fin de mes. Sus hijas adolescentes están de visita, son muy bellas , lucen bien vestidas y se aburren como ostras.

Muestra el pequeño campamento, está bien organizado. Hay mucha convivialidad, los vecinos les traen víveres, tienen cafetera, microondas y refrigerador; ese día se comen ravioles, y duermen en una casa rodante que les pertenece.

Su discurso es muy parecido al del anterior, pero más duro y estructurado; piensa que la madre de todas las batallas es aprobar un referéndum de iniciativa popular que hoy plantea demasiadas condiciones para cambiar las instituciones políticas y sacar al Presidente Macron, revocar su mandato. Está dispuesto a que los chalecos amarillos organicen sus propias listas en próximas elecciones europeas.

Ellos no son los voceros que aparecen en los medios y que no se sabe cuánto representan. Algunos voceros son muy extremos y pregonan acciones insurreccionales, otros plantean caminos pacíficos basados en la duración del movimiento y en el desconcierto del poder político.

Nadie vio venir este movimiento, que surgió por el alza de los combustibles diésel y que tenía como lógica el cambio de la base energética francesa muy ligado a los combustibles fósiles y a la energía nuclear.

Nadie pensó que esa chispa incendiaría la pradera, menos aún Macron, que no estaba terminando un mal año. Es cierto que su popularidad había bajado y que había cometido pecados de arrogancia, pero también había ganado batallas muy difíciles frente al conservadurismo sindical de los ferroviarios .

Su rol en política internacional había crecido mucho, defendiendo buenas causas contra el matonaje de Trump y el populismo de derecha de Orban y compañía.

Sus promesas de crecimiento económico eran demasiado lentas, pero tampoco Francia es una economía en ruinas, y el aumento de las desigualdades está entre los más bajos de Europa gracias a su sistema social.

Sin embargo, la percepción de un amplio sector social es otro, siente que la modernidad los deja de lado y que su futuro es incierto.

¿Quiénes son los chalecos amarillos?

No son los sectores marginados de la periferia urbana de origen migrante que se sienten discriminados económicamente, culturalmente y en sus salarios. No son los estudiantes de militancia inconformista. En su gran mayoría son blancos, con escolaridad media y baja, con salarios relativamente insuficientes, pero no pobres. Se consideran a sí mismos, como dice Yosha Mounk, "el pueblo contra las democracias"; el 42% votó por la extrema derecha y el 21%, por el populismo de izquierda, y muchos fueron abstencionistas, son antieuropeístas, antipolíticos y antiestablishment .

Las primeras manifestaciones fueron gigantescas, las de ahora siguen siendo importantes, pero menos masivas; no tienen una estructura, aun cuando ella tiende a surgir.

La violencia los ha acompañado desde un principio, contra símbolos republicanos, contra la prensa, que curiosamente no los trata mal, y mucho pillaje en la vieja tradición de las "jacqueries" francesas. Las ideas son simples, radicales y confusas , hasta expresiones antisemitas se han escuchado.

Pero sería un error confundir el fenómeno de los chalecos amarillos con las expresiones mas violentas , los "casseurs", los que destruyen. Ellos parecieran ser miembros de la extrema derecha y de la extrema izquierda, que encuentran en las manifestaciones el vehículo ideal para provocar destrozos.

Sería también un error pensar que se trata de un episodio que no dejará huella, que todo va a seguir como antes.

Ha quedado muy claro que vivimos tiempos fuera de lo común, que las democracias contemporáneas están en una crisis de representatividad que nos cuesta entender.

Macron se quedó un buen tiempo sin conducta y tuvo que ceder a las primeras peticiones, que eran solo la punta del iceberg. Recién está levantando cabeza, su desmoronamiento sería fatal para Francia y para Europa. No hay por ahora otra alternativa de cambio basado en las instituciones y valores democráticos.

Marina Le Pen ha sido hábil, "comprende" el movimiento y actúa desde adentro sin mostrar sus banderas. Mélanchon ha sido patético, adulándolos con total oportunismo.

Nadie sabe cómo evolucionarán las cosas, pero estamos frente a un cabreamiento plebeyo , con sentimientos contradictorios a las instituciones democráticas.

Si ellas no recuperan su capacidad de canalizar esas percepciones podríamos quizás muy pronto ahondar en Europa, Estados Unidos y América Latina el camino hacia una irresistible extensión de un autoritarismo antiliberal y quién sabe si el de una tiranía sin reglas de mayorías surgida de procesos electorales enrabiados.

Claro, no faltarán los tontorrones que verían en ello una fase superior de la democracia.

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