Columna de Héctor Soto: Un horizonte sombrío

Quizás lo más sano sea que el gobierno tenga que olvidarse por un tiempo de las encuestas. Ya bastante daño ha hecho gobernar en función del aplausómetro, no tanto porque el Presidente haya abrazado causas equivocadas o malas políticas públicas, sino porque, sobre todo en su frenética dispersión de causas y prioridades, ha terminado desdibujando los grandes ejes de su administración, que no son otros que el crecimiento y la seguridad pública.



Tal como lo anticipan las encuestas de marzo, no vienen semanas especialmente plácidas para el gobierno. Constituyó, sin duda, un triunfo para La Moneda que la Cámara de Diputados se abriera a la idea de discutir el proyecto de reforma tributaria que el ministro de Hacienda estuvo negociando hasta comienzos de esta semana. Es desenlace demuestra que no todo fue tiempo perdido en la ronda de conversaciones que el Presidente mantuvo con los presidentes de los partidos opositores. Pero si bien el proyecto no fue abortado el miércoles, eso no significa que tenga el camino despejado en adelante. De hecho, del Congreso podría salir algo muy distinto de lo que entró y, en ese escenario, el Presidente tendrá que ir evaluando la tramitación muy de cerca, para establecer si vale la pena insistir en la iniciativa o si es mejor, en un contexto de gran adversidad, darla por muerta. Creer que la suerte del gobierno o del país está forzosamente atada a la reforma tributaria no es solo juzgar el árbol por una de sus ramas; esta mirada también revela una errada jerarquización de las prioridades gubernamentales.

Como quiera que sea, vienen meses duros. En principio, no tenían por qué coincidir en la agenda informativa los medidores inteligentes del consumo eléctrico con el alza en los planes de las isapres y tampoco la circular de la Superintendencia de Salud para ajustar las tarifas de estas entidades a condiciones de menor riesgo con el secuestro de la devolución de impuestos para cubrir las cotizaciones de salud de los trabajadores independientes. Eran todos asuntos separados que respondían a lógicas distintas y, tal vez, muy atendibles. Pero los astros se alinearon de tal modo que todos estos incidentes pasaron a ser parte de una suerte de trama conspirativa unificada contra la clase media. La tormenta, entonces, fue perfecta. Nadie la anticipó, nadie la vio venir y el gobierno, no obstante haberse desplegado en varias iniciativas que han sido bien evaluadas por la ciudadanía (como el control preventivo a menores o el nuevo plan de drogas), fue severamente castigado en las encuestas. Cuesta creer que la debacle haya sobrevenido justo en los días en que La Moneda preparaba, según se había anunciado, un programa de protección para la clase media. Menos mal que el lanzamiento no coincidió con esto. Habría sido un escarnio.

En todo caso, como es muy alto el riesgo de lo que ya anda mal, por simple ley de Murphy, comience a andar peor, el gobierno enfrentará en las próximas semanas no solo más presiones opositoras, sino también de sus propios aliados. No hay coalición oficialista que sea inmune o tolere con tranquilidad el fracaso político. Y la cosa puede derivar a un cuadro aún más crítico, como ocurrió en la crisis del 2011, cuando el movimiento estudiantil se tomó las calles y la autoridad se quedó sin repertorio, si a eso se le suman las propias ansiedades que La Moneda no sepa canalizar adecuadamente.

Quizás lo más sano sea que el gobierno tenga que olvidarse por un tiempo de las encuestas. Ya bastante daño ha hecho gobernar en función del aplausómetro, no tanto porque el Presidente haya abrazado causas equivocadas o malas políticas públicas, sino porque, sobre todo en su frenética dispersión de causas y prioridades, ha terminado desdibujando los grandes ejes de su administración, que no son otros que el crecimiento y la seguridad pública. Más que ver a un Presidente hablando todos los días en televisión de una infinidad de temas encontrados, lo que la gente quiere ver es a un mandatario lejos de las peleas chicas, que escuche y que sepa marcar, una y otra vez, con persistencia terca e inconmovible, los rumbos prioritarios y definitivos de su administración.

En un contexto institucional complicado -porque ya son demasiadas las instituciones que están en entredicho, Carabineros, Parlamento, Ejército, municipios, tribunales de justicia-, la Presidencia debería ser un factor de confianza y serenidad, más allá de la pifia o el aplauso circunstancial. Ciertamente, es muy distinto gobernar teniendo el control del Congreso que hacerlo con la mayoría parlamentaria en contra. Pero es un error pensar que solo se gobierna a punta de nuevas leyes. En muchos casos, la legislación ya existente le entrega al gobierno más margen de acción e iniciativa del que podría sacar con fórceps en nuevas mociones bajo la actual correlación de poderes. R

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