Columna de Héctor Soto: Partidos al borde

El presidente del PPD, Heraldo Munoz, concurre al Congreso Ideologico.
Presidente del PPD, Heraldo Muñoz. || Foto: Jonnathan Oyarzun/Aton Chile

La situación de los partidos, particularmente en la oposición, donde el caudillismo está desatado y donde las directivas parecieran estar controlando poco, pone en duda qué tanta ventaja puedan tener para el país los acuerdos orgánicos entre gobierno y uno o más partidos de oposición en temas específicos.



Siempre supimos que los partidos políticos eran fundamentales para el funcionamiento de la democracia. Porque ordenan el mapa político y son irreemplazables como canales de expresión de distintas sensibilidades culturales, como escuelas de dirigentes y como instancias mediadoras entre las demandas e intereses de grupos sectoriales y los requerimientos del bien común. Todo esto, que en principio suena edificante y bastante bien, está en estos momentos sometido a fuertes entredichos. Desde hace un buen tiempo a esta parte la confianza pública en las colectividades ha ido en caída libre, y no solo por el efecto corrosivo que tuvo sobre el sector el financiamiento irregular de la política. Lo concreto es que hoy es difícil que se destape un escándalo en Chile donde no aparezca la huella, la cola o la sombra de los partidos a través de sus agentes y operadores o palos blancos. Los únicos de los cuales han estado al margen, hasta ahora, son los de Carabineros y el Ejército. Menos mal. En el más reciente, sin embargo, que se destapó en la Corte de Apelaciones de Rancagua, merodeaba una trama de padrinos, mediadores y maniobreros políticos en torno a los tres magistrados suspendidos. La gente tal vez exagera al ver los partidos solo como redes de captura del Estado y trenzas de negociado y privilegio, pero, sin duda, no se equivoca cuando los identifica como responsables de una polarización política que está muy lejos de interpretar al grueso de la sociedad chilena, en cuyas bases la sensatez y la moderación tiene bastante mayor densidad que en las cúpulas dirigentes.

Al margen de los temas de transparencia e integridad, que desde luego tocan a algunos partidos más que a otros, están los problemas de disciplina que introducen personalismos y confusión tanto en la discusión política como en los engranajes de la función legislativa. El espectáculo que la opinión pública ha visto en los últimos días tanto en la DC como en el PPD tiene aristas incomprensibles. Entre otras cosas, porque pone en duda la validez y el alcance de los acuerdos a los cuales un gobierno pueda llegar con la directiva de la DC si acto seguido, una vez cerrado el acuerdo, lo que más se escucha en la plaza pública es que diversos diputados y senadores de esa colectividad están reivindicando en términos muy airados el derecho a votar según su propio parecer. La directiva DC logró que el consejo nacional refrendara su actuación, pero ese respaldo orgánico no garantiza que los parlamentarios se alineen con sus propósitos.

Tampoco es fácil de entender que los diputados del PPD, al rechazar esta semana el TPP-11, demuestren que una cosa es lo que piensan cuando son gobierno y otra completamente distinta cuando son oposición. Eso es lo que quedó en evidencia el miércoles, no obstante que el tratado había sido negociado como canciller por quien es actualmente el propio presidente de la colectividad. Da para una obra de teatro del absurdo la declaración de una parlamentaria PPD que dijo que su partido no era un regimiento y, porque no lo era, toda la bancada iba a votar en contra.

La situación de los partidos, particularmente en la oposición, donde el caudillismo está desatado y donde las directivas parecieran estar controlando poco, pone en duda qué tanta ventaja puedan tener para el país los acuerdos orgánicos entre gobierno y uno o más partidos de oposición en temas específicos. La alternativa a estos acuerdos formales es la estrategia, ciertamente menos republicana y presentable, de mandar a los ministros a pirquinear votos en Congreso a cambio de arreglines y favores. El país lo sabe: es una práctica que no enorgullece a nadie. Pero es a lo que la indisciplina de los partidos y la inoperancia de las directivas va a terminar conduciendo, porque la función legislativa no se puede paralizar.

Es fácil darles duro a los partidos por su incapacidad para renovarse, por la opacidad de sus cuentas, por su inercia intelectual, por su falta de democracia interna. Es probable que en varias ocasiones los medios y las redes sociales hayan hecho del linchamiento un festín y eso tiene algo de injusticia, porque, después de todo, los partidos políticos algo representan en Chile. En la derecha, el centro y la izquierda. Tienen historia, interpretan -desde luego no con la misma fuerza de antes- a sectores potentes de la sociedad, responden a ejes que todavía tienen racionalidad y supieron actuar con responsabilidad en momentos complicados de la transición. Pero que están en una coyuntura difícil, es innegable. Y que están poniendo poco de su parte para sortearla y superarla, también.

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