Columna de Óscar Contardo: Agujeros negros

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La tierra es plana, las vacunas son veneno, la imagen del agujero negro es un invento y el cambio climático no existe. Creer en eso es mucho más fácil que tratar de comprender un trabajo científico; que relacionar la evidencia recopilada o escapar de la estrecha experiencia propia como insumo único para elaborar una opinión.



Aveces preferimos la ignorancia. La usamos como refugio o como arma para mantenernos en nuestras posiciones sin tener que enfrentar los desafíos de conocer lo que sucede allá afuera. Porque hacerlo supone un trabajo demasiado largo, un viaje que no se completa nunca y que incluso puede sobrepasar la propia vida. Nadie nos educa para eso. Nuestra crianza está orientada, cada vez más, a la competencia entre pares y a lograr el máximo provecho con la mayor rapidez posible en beneficio propio. Un logro que se termina con nuestra muerte. ¿Qué te importa lo que pase con el resto? ¿A quién le importa lo que ocurra después? Es decir, una lógica contraria a la travesía de los científicos que lograron la primera imagen de un agujero negro, algo que solo se conocía en abstracto, a través de cálculos y fórmulas que ni siquiera alcanzo a imaginar, porque mis matemáticas son analfabetas. Pienso la cantidad de hombres y mujeres que colaboraron durante años para llegar a este punto y que murieron antes de ver esa imagen que constataba lo que antes solo se dibujaba en números.

El hincapié de las vocerías dadas a la prensa por los científicos era claro: esto era el fruto de un trabajo de larguísimo aliento, colaborativo, internacional, entre países ricos europeos e instituciones de países como el nuestro. No había una cabeza a la que coronar como se hace con los campeones, era el logro de muchos que se concretaba en una fotografía: la imagen de un lugar a miles de millones de kilómetros de distancia que nos demostraba -una vez más- que nuestra insignificancia solo en ocasiones puede rozar la grandeza.

Aquel círculo de luz amarillo y anaranjado rodeando un centro oscuro, flotando en la inmensidad, llenó los sitios de prensa. La imagen también se multiplicó en las cuentas de redes sociales, nuestros nuevos centros de gravitación, el lugar en donde los hechos han sido degradados hasta parecer insignificantes frente a las teorías conspirativas. En cuestión de horas comenzaron a aparecer las declaraciones de personas que desde su teclado alertan que todo es una confabulación, que la foto no dice nada, que la ciencia es pura mentira. Ellos no se dejan engañar, el resto sí.

A veces preferimos la ignorancia, aunque sea difícil sostenerla, es fácil propagarla. La ignorancia es un bicho flexible, se adapta como las cucarachas, a los miedos y frustraciones, y sabe tomar ventaja de ellos, sobre todo cuando los hechos son vaciados de valor y las instituciones han fundido su credibilidad. La ignorancia entonces nos da soluciones rápidas, nos mima en la magia paranoica de un enemigo invisible y en el discurso ramplón de los terraplanistas y los antivacunas que frecuentan los matinales de televisión. "Todas las opiniones son válidas", suele repetir un conductor de matinal para justificar que pongan a un mismo nivel la medicina y la magia negra. No hay argumento que satisfaga a los nuevos charlatanes, porque frente al conocimiento ajeno, se escudan en sus "convicciones" y en eso que han dado a llamar como "sentido común". Una especie de sabiduría instantánea transmitida por osmosis, que se nutre de los prejuicios y calma su ansiedad desquitándose con los más débiles. La combinación es efectiva y voraz.

La tierra es plana, las vacunas son veneno, la imagen del agujero negro es un invento y el cambio climático no existe. Creer en eso es mucho más fácil que tratar de comprender un trabajo científico; que relacionar la evidencia recopilada o escapar de la estrecha experiencia propia como insumo único para elaborar una opinión.

Durante el último invierno boreal, gran parte de Estados Unidos sufrió temperaturas inusualmente bajas, el llamado vórtice polar. Los climatólogos relacionaron el evento con el calentamiento del ártico, un fenómeno que año tras año se intensifica, liberando gases atrapados en el suelo congelado, afectando la fauna y repercutiendo en la temperatura del agua. El vórtice polar es un efecto puntual del cambio climático, explicaron. Sin embargo Donald Trump ironizó en su cuenta Twitter: para el Presidente de Estados Unidos sencillamente no existía el cambio climático, porque si realmente el clima fuera cada vez más cálido, como lo indican todos los estudios, él no estaría sintiendo frío en ese momento. Algo similar piensa el actual Presidente de Brasil. Ambos fueron elegidos por su pueblo.

Los datos del agujero negro fotografiado son apabullantes. Cada cifra es una catarata de tiempo y distancia que excede la posibilidad de la experiencia humana. Es el retrato de la eternidad. Todo eso estaba allí antes de que el primer mamífero existiera y lo seguirá estando después, cuando nuestro tiempo –el de unos curiosos primates que caminaban erguidos- tenga un punto final, una clausura acelerada por el imperio de la ignorancia que avanza empujándonos a nuestro propio pozo, hacia una profunda oscuridad. R

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