Columna de Óscar Contardo: La historia secreta de las alcantarillas

Hay muchas evidencias que indican que Fernando Karadima no inauguró la cultura del abuso, sino más bien que su caso obligó a abrir una alcantarilla de extenso trazado por la que se avanza a tientas, sin colaboración alguna ni de la Iglesia diocesana ni de las congregaciones.



La gramática de la fe siempre se me ha hecho cuesta arriba en su espesura y recoveco discursivo. Leo textos que parecen querer decir algo que nunca acaba de quedar establecido totalmente. Me pasa con frases bíblicas y con las entrevistas a sacerdotes. También me pasó con las primeras páginas de la carta del Papa Francisco a los obispos chilenos. En ellas menciona una "Iglesia profética" que en algún punto se perdió. Nuevamente quedé desorientado. ¿Cuándo ocurrió eso? ¿Hay un punto claro? ¿Un antes y un después? ¿Existe realmente una muesca en el tiempo que marque el inicio de una "Era del Abuso y el Encubrimiento" y que esta sea aplicable a nuestro país solamente? ¿Es Chile un caso aislado?

Según desprendí de la lectura de la carta de Francisco expuesta por Teletrece, el Papa estima que en Chile hubo un momento en que la Iglesia perdió su "fuerza profética". Algo se dislocó y acabó envenenándolo todo. No aclara fecha, pero lanza sugerencias leves, sutiles, que calzan con los 70 u 80. Uno podría incluso llegar a pensar que el obispo de Roma contrasta el rol que tuvo parte de la Iglesia Católica durante la dictadura –protegiendo la vida de muchos, registrando torturas, invocando la ley, buscando hacer justicia- con la crisis actual. Pero ¿acaso durante esos años no hubo abusos de poder, abuso sexual y encubrimiento?

Hay algo que no encaja si se establece un tiempo pasado como un ideal perdido de la institución. Cómo llamar entonces a lo que sucedía a fines de los 70, cuando Cristián Precht y Miguel Ortega confesaban a los alumnos maristas. Según las víctimas de esa congregación, ambos sacerdotes hacían de las suyas durante las confesiones y también en los retiros en casonas de campo. Jornadas a las que también concurría el exsacerdote Alfredo Soiza Piñeyro, un cura diocesano argentino que llegó a Chile en plena dictadura sin que nadie tuviera muy clara la razón para que se radicara en Santiago. Soiza Piñeyro –que acabó acusado en fiscalía y dejó el sacerdocio- era estrecho amigo de un diácono que fue condenado en Chiloé por abusar de un adolescente. Todo eso pasaba lejos de los dominios de Karadima.

Para quienes fuimos criados en familias que repudiaron la dictadura es cómodo apuntar a entornos como el de la Iglesia del Bosque: era el corazón de una élite cuadrada con el régimen. Pero ¿qué pasaba más allá de esa "élite narcisista" que menciona Francisco? ¿Dónde estaba esa Iglesia de inspiración profética?

En los 80, por ejemplo, el sacerdote columbano Jeremiah Healy solía invitar a su dormitorio a chicos pobres de Pudahuel. Healy era un hombre carismático y aguerrido, que resistió a la dictadura, pero que, a la vez, abusó de adolescentes. Fue denunciado más de 20 años después. Él mismo acabó reconociendo sus delitos, dijo que enfrentaría la justicia, pero no lo hizo. Se fue de Chile y una oficina de abogados se encargó de frenar todo intento de acción civil. Hace un par de años conocí a una de sus víctimas, le pregunté quiénes sabían lo que hacía el cura con los muchachos, su respuesta fue rápida: todos lo sabían. ¿Era Healy parte de la "Iglesia Profética"? ¿Lo eran los sacerdotes que lo encubrieron? ¿A cuál Iglesia pertenecían los cercanos que miraron al techo cuando Healy invitaba a niños pobres a alojar en su casa? ¿Cuándo y dónde estaba esa "Iglesia Profética"? ¿Pertenecían a ella los mercedarios mencionados por un proxeneta interrogado en el caso Spiniak o los salesianos que trasladaban una y otra vez de colegio?

Tentar una fecha, un lugar, un espacio o punto de quiebre es muy complicado cuando hay registros tan antiguos como los abusos cometidos en 1904 por religiosos de la Congregación de las Escuelas Cristianas. Tres clérigos que habían llegado a Chile por invitación del arzobispo Mariano Casanova abusaron de niños de entre ocho y 10 años en un colegio de Santiago. Los acusados fueron ocultados y luego sacados del país.

Hay muchas evidencias que indican que Fernando Karadima no inauguró la cultura del abuso, sino más bien que su caso obligó a abrir una alcantarilla de extenso trazado por la que se avanza a tientas, sin colaboración alguna ni de la Iglesia diocesana ni de las congregaciones.

El Papa también menciona en su carta la destrucción de pruebas. Nada sorprendente en un sistema en el que a la víctima no se le da ninguna garantía ni plazo para investigar su denuncia. En muchos casos ni siquiera se las contactaba para anunciarles la sentencia. Una víctima de un cura salesiano me dijo que mientras hacía la denuncia, el sacerdote a cargo de recibirla le mencionó sonriente que no se preocupara, que todos los papeles "se quemaban".

Hay formas amigables de borrar los hechos y eliminar los rastros. También de presentarse como libre de polvo y paja.

Frente a la situación actual de los obispos chilenos, algunos sacerdotes de determinadas congregaciones exigen públicamente un castigo y la limpieza profunda de la institución. Esos mismos religiosos, sin embargo, no hacen nada porque sus congregaciones entreguen información sobre los abusadores de sus propias filas. Ellos saben, pero callan. Fingen estar libres de una peste ajena, pero solo la mantienen a raya. ¿Es esa la "Iglesia Profética", la que espera el momento adecuado para capturar una tajada del poder a costa de la podredumbre ajena? En mi humilde gramática eso también es encubrimiento.

En las últimas páginas de su carta, el Papa ha escrito que no basta con sacar obispos de sus cargos, que el problema es más profundo. Eso sí me quedó claro. También entendí que al mencionar "hechos delictivos" se está acercando a la gravedad pública del tema. Ya no más el lenguaje tibio y privado de la fe.

Frente al diagnóstico papal ofrecido esta semana a través de la carta a los obispos, no queda más que exigir información, que los episcopados y las congregaciones hagan públicos los procesos que permanecen secretos y así darle un poco de verdad a tanta declaración colmada de hipocresía.

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