"Estoy agotada, extenuada. Así de simple. Yo caí". La voz de Mónica González dice una cosa. Que está cansada, que llegó a su tope, que no le había pasado nunca. Pero sus ojos dicen algo totalmente distinto. De sus 69 años, ha dedicado 40 de ellos al periodismo. El periodo en el que se hizo un nombre fue en plena dictadura, mientras trabajaba en revistas de oposición. Fue entonces que aprendió que cuando el miedo paralizaba, cuando nadie podía hablar, se hablaba con los ojos.

La pupila del ojo funciona exactamente igual que el diafragma de una cámara fotográfica. A mayor luz, menor apertura. En medio de la oscuridad, el iris deja pasar toda la luz posible. Los ojos de Mónica González son grandes, inquietos, penetrantes. Siempre están atentos, tratando de captar toda la información de lo que la rodea. Cada vez que dice algo que la emociona, cada vez que recuerda algún hito de su vida, cada vez que da su opinión sobre un tema, sobre una persona, sobre lo que sea, sus pupilas se dilatan e intensifican cada una de sus palabras.

Los ojos de Mónica González, como ella misma, son infatigables. Nunca descansan.

La revelación

Hace poco más de un mes que Mónica González tomó un rumbo improbable. Dejó de dirigir el Centro de Investigación Periodística (Ciper), el medio digital que fundó en 2007, y con ello quedaron atrás 12 años de historias que remecieron el poder. Muchos pensaron que también dejaba el periodismo.

-No. Voy a seguir haciendo periodismo hasta que me muera -responde.

González está sentada en medio del comedor de su departamento, que parece tener vida propia. Cada cosa en su casa habla. Habla la colección de copas de colores que tiene en una vitrina donde, dice, se extraña una que le regaló Salvador Allende, pero que terminó hecha trizas luego del terremoto de 2010. Habla su colección de botellas azules de todos los tamaños y formas, que están justo arriba del estante donde reina la música. Hay discos desde Vivaldi, pasando por Barry White, Tom Jones y artistas franceses. Hablan sus plantas, sus cuadros, sus cofres, sus lámparas, sus cojines.

Y habla su mesa.

Hay dos diarios. Uno que leyó, otro que no. Esos son los nacionales. Más allá hay una pila de hojas de otros periódicos. Se lee: "Costa Rica halla… con dos toneladas de cocaína". Encima, unas tijeras azules. Uno de los pasatiempos favoritos de la periodista es recortar noticias y archivarlas. Al lado hay un lápiz rojo y un poco más lejos, varias hojas blancas escritas con él.

Cualquiera que mire la mesa, en un paneo rápido, resumiría esa vista, esa escena, en una palabra: trabajo.

-Yo pensaba que podía descansar y no puedo. Porque me comen las manos por seguir investigando -dice.

¿Por qué se alejó de Ciper entonces?

Porque estoy cansada, porque no doy más. Porque no puedo seguir haciendo periodismo de investigación, consiguiendo y gestionando fondos. Eso no se puede. No es humano.

Hasta hace poco, dice, era gerenta. Pagaba sueldos, pagaba cuentas, hacía los informes para quienes donan los fondos que financian Ciper. Y, en paralelo, reporteaba, dirigía investigaciones y editaba.

-Fueron 12 años sin parar, ya estaba bueno ya. Es bueno que alguien que estuvo por 12 años, que fundó Ciper -porque yo lo creé, lo desarrollé, lo dirigí y lo mantuve-, lo deje libre. Se requiere otra fuerza, 12 años es mucho. Uno está criticando a los que se quedan en el poder. Se requiere frescura. Nuevas ideas, nuevas fuerzas, nuevas miradas.

Antes de seguir hablando, Mónica González hace una pausa.

-Pero seguí hasta que ya no se pudo.

Y entonces, dice la periodista, el cuerpo le dijo que no.

¿Está enferma?

Es que estoy cansada y estoy enferma. Tengo una enfermedad y tengo que mejorarme. Estoy haciéndome un tratamiento, pero debo seguir trabajando, porque voy a tener una jubilación muy pequeña. Tengo que trabajar hasta que me muera, como la gran mayoría de los chilenos. No soy la excepción.

¿Por qué no seguir dirigiendo? ¿Qué cambió?

-Tengo pasión por lo que hago, pero hay que dejar que la gente haga su camino. Quiero seguir investigando. Lo que no quiero es seguir dirigiendo nada. Quiero ser libre, quiero ser muy libre.

El último mes, justo antes de anunciar que dejaba la dirección de Ciper, la pasión pasó a ser una especie de obligación. Mónica González asegura que nunca, en 12 años, desmintieron un artículo suyo. Pero los últimos días tenía pesadillas.

-Soñaba con que me equivocaba. Tenía pesadillas, porque estaba tan cansada que perdía la capacidad y no era capaz de dirigir bien. Seguía disfrutando el trabajo, pero en el último tiempo estaba colmada. Me sobrepasó. Soñaba con que no pagaba las cuentas, que no había pagado los impuestos. Y me olvidaba de pagar mis cuentas, por supuesto.

¿Le cortaron la luz alguna vez?

-Sí.

De obsesiones y dolores

Mónica González no quiere tomarse fotos. De hecho, son pocas las imágenes que hay de ella y siempre está vestida de negro. Esta vez también. Sin embargo, a la hora de posar sabe perfectamente cómo posar.

-Es que yo soy pará -dice.

Si González tiene que elegir la peor amenaza que enfrentamos hoy dirá que es el desplome de las instituciones. También del periodismo.

-Lo hemos hecho mal, pero se han dado a conocer varias cosas. Hay dos situaciones que me han colmado la paciencia en el último tiempo. La primera fue que uno de los políticos que estaba imputado por recibir financiamiento político de SQM me acusó de haber dinamitado las instituciones. Porque había "demolido el sistema político", no lo podía creer. Lo segundo fue el asco que me dieron los periodistas que daban cátedra leyéndose todo el artículo que hizo Ciper sobre los medidores inteligentes y sin citarnos ni un solo segundo. Un trabajo de meses. Eso es miseria humana y falta de ética. "¿Cuál es el mayor aporte de Ciper en estos 12 años?", elevó la vara de la calidad y del método de trabajo de los medios. Ahora todos usan línea de tiempo, todos saben usar bases de datos. Todos saben que para la información diaria hay que usar método y eso es obra de Ciper. Pero es un lujo. Y tengo que darles las gracias a Álvaro Saieh y Jorge Andrés Saieh (presidente de Copesa, empresa editora de La Tercera) por haberme financiado sin ni un solo acto de censura. Pero eso es un lujo que en América Latina no existe.

¿Ve morir al periodismo independiente?

-Yo creo que este es el periodismo que perdura, que subsiste. La crisis del periodismo está, pero también está claro que no se muere. Podrán desaparecer los diarios, el papel. Tenemos que cambiar el switch, ¿cuántas leyes como la de los medidores inteligentes habrán salido sin que nos hayamos dado cuenta? Hoy todos rasgan vestiduras, por ejemplo, con lo que pasa en la Iglesia. Pero Karadima tuvo muchos años el poder y se nos pasó por encima de las narices a los periodistas. ¿Dónde estábamos nosotros? Yo no me dejo de sentir culpable. Hay que aprender de los errores.

Luego de las fotografías y después de servir un té de bergamota y canela que ella misma mezcló, Mónica González se sentará y durante dos horas hablará de sus obsesiones y sus dolores. De por qué hay que combatir la corrupción sistémica y explicará por qué es terreno fértil para el crimen organizado. Repetirá que se necesita información de calidad, que se necesitan historias, que hay que seguir leyendo los ojos de los otros. Dirá que aún siente la adrenalina. Y que lo único que diferencia a un periodista de un computador es que el último lo puede tener todo, menos algo: la emoción. Sin embargo, durante las dos horas, González solo se ceñirá estrictamente a hablar de lo profesional.

Pero tal como la colección de matrioshkas que está a sus espaldas, que son una y varias a la vez, Mónica González no es solo periodismo. Y aunque solo por unos minutos, la periodista dará paso a la que está una capa más abajo y sus sentimientos aflorarán.

-Estoy orgullosa de no haberme vendido.

¿Cuáles son los costos de no "haberse vendido"?

Un costo brutal. Tampoco tan brutal. Pero un costo, sí. Uno se va quedando muy sola.