El código masón
<p>El Codigo Da Vinci fue para el Opus Dei lo que El símbolo perdido será para los masones. El nuevo libro de Dan Brown trata sobre esta institución, la cual ha vivido rodeada de un halo de hermetismo y misterio. Aquí una radiografía de la logia chilena: quiénes son y cuál es su nivel de influencia.</p>
Un cajero automático en la entrada de la Gran Logia de Chile de calle Marcoleta, en pleno centro de Santiago, se convirtió en un símbolo de los masones que aún siguen aferrados a la tradición de perpetuarse como una sociedad secreta. Hace unos años, cuando se instaló en el templo, los más ortodoxos se opusieron a su llegada ante el temor de que al usarlo, sus nombres quedarían registrados en el banco y se expondrían a revelar lo que aún conservan de sus tradiciones: su identidad. "Hay hermanos que todavía prefieren sacar dinero afuera para evitar que se sepa que son masones", cuenta uno de sus miembros.
La misma inquietud ha rondado por estos días entre algunos integrantes de esta institución frente al éxito internacional que ha tenido el nuevo best seller del escritor Dan Brown, El Símbolo Perdido, que ya tiene una primera edición de cinco millones de copias desde su lanzamiento, la semana pasada. En la memoria de los masones chilenos está el impacto que tuvo la primera novela de Brown, El Código Da Vinci, en la cual el protagonista fue el Opus Dei: vendió 80 millones de copias.
En la orden hay expectativas frente al nuevo libro de Brown, pero también existe desconfianza frente a las revelaciones que hace el escritor de los secretos que han guardado durante siglos. Pero en Chile existe un factor adicional. La novela llegará al país en medio de una encrucijada de la masonería nacional. Pese a que en sus filas aún hay jueces, ministros de Estado, parlamentarios, rectores, generales y conocidos abogados, no ostentan el poder y ascendiente en la sociedad que tuvieron a mediados del siglo XX.
Al interior de la institución se pueden encontrar nombres como los de los supremos Haroldo Brito, Hugo Dolmetsch y Rubén Ballesteros; también los de los senadores Carlos Cantero, Alejandro Navarro, José Antonio Gómez y Roberto Muñoz Barra; o los de los abogados Jorge Ovalle, Darío Calderón y Juan Agustín Figueroa. En el actual gabinete está también el ministro de Minería, Santiago González. Y más cerca aún de la presidenta Michelle Bachelet está su hijo, Sebastián Dávalos, un novato afiliado.
Sin embargo, la orden ha tenido una pérdida de influencia desde que tuvieran a su último representante en La Moneda, Salvador Allende, y antes en forma sucesiva a cinco mandatarios entre 1920 y 1952. La razón de fondo, según argumentan algunos de sus miembros, es que no han sabido amoldarse a los nuevos tiempos. Y también a los recientes casos de irregularidades en los que se han visto involucrados algunos de sus integrantes.
De lo que se trata es que entren sólo los hombres mejor preparados. De ahí el desconcierto que reinó en la sede de Marcoleta cuando uno de los presentes le preguntó a Ricardo Lagos por qué nunca entró a la masonería. "La verdad, nadie me invitó", respondió el ex mandatario.
En 2007, la responsabilidad del ex gran maestro Jorge Carvajal -quien falleció este año- en los problemas financieros que afectaron a la Universidad La República le costaron la expulsión. El segundo hecho, y más grave, sucedió el año pasado, cuando también fueron removidos de la masonería el ex director del Registro Civil Guillermo Arenas y el ex rector de la USACh, Ubaldo Zúñiga, ambos vinculados a la adjudicación fraudulenta de una millonaria licitación.
Aunque menos conocidos que estos episodios, el actual líder de los masones chilenos, Juan José Oyarzún, expulsó a 20 personas. "Con la Universidad La República, a mí me pasó lo mismo que a la presidenta Bachelet con el Transantiago: no tuve nada que ver y pagué los platos rotos", explica el hoy gran maestro. Y agrega: "He contado más días de pena que de gloria aquí".
El secreto de los hermanos
El propio Dan Brown lo dijo al promocionar su libro: La masonería es un movimiento "fascinante" y ha logrado mantenerse como un grupo "bastante secreto".
De lo que se trata en parte, según ellos dicen, es que entren sólo los hombres mejor preparados. De ahí el desconcierto que reinó en la sede de Marcoleta cuando uno de los presentes le preguntó a Ricardo Lagos por qué nunca entró a la masonería. "La verdad, nadie me invitó", respondió el ex mandatario. Ninguno podía creer que un personaje que contaba con todos los requisitos para transformarse en uno de ellos no hubiese sido reclutado: agnóstico, culto, estudioso y liberal.
La escena grafica la selectiva elección que ha caracterizado el ingreso de los más de 15 mil miembros de la orden en Chile y de los casi 500 postulantes que se presentan cada mes. La forma de entrar sigue siendo un proceso apegado a las tradiciones. Nadie puede hacerlo si no es recomendado por otro hermano y, cuando logra postular, una comisión de tres masones lo somete a un riguroso interrogatorio sobre su vida privada y profesional. Para ello, los seleccionadores incluso van a la casa del aspirante a cotejar lo que él declara. Después, el nombre del candidato es examinado por todas las logias de Chile y basta que un integrante se oponga para que sus aspiraciones queden truncas.
Sin embargo, tras las últimas expulsiones, al interior de Marcoleta se asegura que de aquí en adelante serán "mucho más exigentes en la selección", pues se reconoce que en el último tiempo bajaron la guardia. Donde no han cedido espacio, según dicen sus integrantes, es en las exigencias para ascender al interior de la jerarquía masónica. Una vez que alguien es aceptado, obtiene el grado de aprendiz (en esa categoría está hoy el ex presidenciable Alejandro Navarro). Tras dos años de estudio se pasa a la fase de compañero y, luego de dos años más, a la etapa de maestro. En cada una de ellas, los miembros deben demostrar consistencia intelectual a través de ensayos académicos sobre materias filosóficas y temas de actualidad, los cuales deben exponer ante sus pares. Para algunos connotados personajes esas exigencias les han obligado a estar "en sueño", como definen al período en que "congelan" su participación. Es el caso del senador Gómez, del magistrado Haroldo Brito, del presidente del directorio de TVN, Mario Papi y del ex titular de Minería, Sergio Jiménez.
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