El arte de divagar

En esta novela la anécdota es lo de menos, pues Gonzalo Maier apuesta todo al lenguaje y a las divagaciones del protagonista: un hombre viaja y ya está, pero lo que nos importa son esas miles de pequeñas historias que circulan por su cabeza.




Si tuviéramos que resumir la trama de Material rodante —la nueva novela de Gonzalo Maier (1981)—, diríamos que es la historia de un hombre y sus viajes arriba de un tren. O diríamos, para ser más precisos, que es la historia de un chileno radicado en Bélgica, más o menos joven, quien ha pasado demasiadas horas de su vida arriba de ese tren, que lo lleva hacia su oficina, ubicada en una ciudad holandesa.

Aunque en esta novela, en realidad, la anécdota es lo de menos, pues Gonzalo Maier apuesta todo al lenguaje y a las divagaciones del protagonista: un hombre viaja y ya está, pero lo que nos importa son esas miles de pequeñas historias que circulan por su cabeza: recuerdos, imaginaciones, lecturas y divagaciones que se cruzan y originan pequeños relatos delirantes: el botánico escocés que un día, a fines del siglo XVIII, echó en sus bolsillos un par de piñones, sin saber que terminarían convirtiéndose en unas grandiosas araucarias plantadas en Inglaterra —y que luego llegarían a otros lugares de Europa—; la sobreabundancia perturbadora de conejos en Holanda; las distintas formas en que nos despedimos en los correos electrónicos o esa apología conmovedora al pijama —y a la vida poco activa— que hace el narrador en un momento.

"Lo único que se puede hacer en un viaje, a fin de cuentas, es leer e intentar dormir", dice un poco más tarde el narrador, pero nos miente, porque en realidad lo que hace siempre es recordar y divagar y observar aquellos detalles que luego convertirá en literatura. Es eso: Maier tiene un talento particular para convertir cualquier reflexión en un relato atractivo; la facilidad de detenerse en un par de imágenes y cruzarlas con distintas lecturas o experiencias y así transformar todo en una historia que desearías que nunca acabara.

Material rodante es una novela autobiográfica, un diario de vida involuntario, una suma de apuntes intermitentes —como anota el narrador—, que recuerda a escritores como Roberto Merino, Alejandro Rossi o Mario Levrero, maestros de la divagación latinoamericana, lectores privilegiados, creadores de un realismo que poco tiene que ver con la idea de representación. En esa tradición, los libros de Maier —quien ya había publicado una novela singularísima como es Leyendo a Vila-Matas (LOM)— encuentran un lugar particular: narrar todo con un lenguaje curiosamente chileno —palabras como "piñufla" o "paraguazo" conviven con expresiones como "de chiripa", "cara de pavo" y "sacar la vuelta"—, pero además con una levedad poco común por estas latitudes. En ese cruce radica una de las mayores particularidades de su escritura, tan plástica y ágil como contundente.

No es casualidad que Material rodante haya sido publicada por una editorial tan prestigiosa como es Minúscula —en cuyo catálogo hay autores imprescindibles como Joseph Roth, Karl Kraus y Shirley Jackson—, ni tampoco que haya tenido una recepción tan entusiasta en España. Es una novela divertidísima, llena de ideas chispeantes, de ocurrencias luminosas, de observaciones particulares

e inesperadas.

"Material rodante", de Gonzalo Maier.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.