En los años 70, Jorge Carey (73) viajó a Buenos Aires y quedó impactado cuando conoció el estudio Beccar Varela, en que había unos 20 abogados. Todo lo contrario a lo que entonces ocurría en Chile, donde, con suerte, el bufete más grande tenía como máximo seis y eran más bien generalistas.

Por entonces Carey, nieto e hijo de abogados (su padre era el conocido abogado y profesor de la UC, Guillermo Carey), a los 25 años ya tenía en mente llegar a liderar un gran estudio chileno y, tal vez, latinoamericano. Años después lo logró, y hoy en Carey trabajan 450 personas. De ellos, más de 200 son abogados, conformando el estudio de abogados más grande de Chile.

—Siempre tuve la visión de ir siguiendo las tendencias mundiales en materia de estudios de abogados, especialmente los anglosajones, donde la profundidad de la especialización era muy importante. Y por nuestro tipo de clientes, que en general son grandes empresas y multinacionales, tenía la convicción de que iban a preferir tener una sola firma que les viera todos sus asuntos. Y para hacer eso, había que tener un número creciente de abogados y que cada especialidad se dedicara a su tema en profundidad.

Carey ha dedicado su carrera al Derecho Corporativo, y últimamente también a arbitrajes, pese a que inicialmente pensó que sería tributarista. De hecho, cuando se ganó la beca Fulbright, recién egresado de la UC, donde fue el alumno más destacado de su promoción, se fue a la Universidad de Nueva York porque era una de las mejores escuelas del mundo en el tema de impuestos.

Pero a su regreso cambió de rumbo debido a la necesidad de los clientes que fue adquiriendo, en su mayoría multinacionales. Le ayudó a eso hablar inglés y hasta cierto grado su interés por la política internacional y también local: siempre ha combinado su profesión con la militancia en RN.

Carey empezó a trabajar a los 17 años como procurador en la oficina de su papá, por lo que fusionó rápidamente la teoría con la práctica.

—¿Y le sirvió trabajar tan joven?

—Lo respondo de otra manera: recomiendo a todos los estudiantes que quieren entrar aquí de procuradores, que privilegien estudiar. Porque lo más importante es tener estudios sólidos, lo que produce como consecuencia buenas notas, las que son la llave que abre a las buenas universidades en el extranjero para estudios de posgrado y a las mejores firmas de abogados.

"Mi padre era brillante, un abogado muy famoso en los años 40, 50 y 60. Era, además, un gran profesor de la Universidad Católica, y donde yo iba, estaba precedido por su fama. Eso era muy cargante, porque el 'yo chiquitito' siempre preguntaba '¿y dónde estoy yo'?".

Carey dice que algo clave en el crecimiento de su oficina ha sido reclutar a muy buenos abogados y generar con ellos una cultura común. Pero enfatiza en que también es necesario lograr retenerlos.

—Hemos implementado un sistema que pone incentivos económicos para que los abogados que reclutamos tiendan a no irse. Uno de los problemas más serios que enfrentan las firmas de abogados como la nuestra es que formas abogados y, de repente, se van con los clientes. Pero también hay un incentivo en la cultura. Es una oficina meritocrática, en la que cada uno tiene su opinión, donde no importan el origen social ni la orientación sexual o política. Somos abiertos y respetuosos de los valores personales de cada uno. Ni siquiera los parientes entran si no tienen los mismos méritos que los demás.

Otro plus que estima clave en Carey es la diversidad que hay en su bufete.

—En todos los estudios se busca lo mismo, pero me atrevo a postular, con humildad y modestia, porque no quiero parecer alardeando, que eso lo probamos en la práctica. Acá hay ateos, católicos, agnósticos, judíos, socialistas, ultraconservadores, de todo. Realmente predicamos lo que pregonamos.

— ¿Y usted como se definiría?

—Yo soy un liberal en la mayoría de las cosas, pero conservador en algunas otras. Pero principalmente soy una persona que no cree en los dogmas. Soy más bien librepensador.

—¿Alguna vez pensó no ser abogado?

—No. Yo creo que fui influenciado por mi padre desde que nací y era obvio que esta era la mejor profesión del mundo. No me puede haber gustado más la profesión que elegí, y he ganado razonablemente bien.

—Ninguno de sus hijos abogados trabaja en su estudio, ¿por qué?

—Dos que son abogados trabajaron aquí, pero prefirieron ser independientes y se fueron, siguiendo otros caminos.

—¿Le habría gustado que siguieran su mismo rumbo?

—Es un cliché lo que voy a decir, pero a mí me gusta que ellos hagan lo que los hace más felices. No es fácil trabajar en una oficina donde tu padre es el socio principal. Porque crecer bajo la sombra de tu padre no es bueno. Pero ellos no se fueron por esa razón, sino porque tenían otros intereses y les va muy bien.

—¿A usted le resultó duro trabajar bajo el paraguas de su padre?

—Sí. Y fue muy duro, difícil. Porque siempre te están comparando. Te sientes juzgado y con la obligación de estar constantemente rindiendo por esta comparación eterna. Mi padre era brillante, un abogado muy famoso en los años 40, 50 y 60. Era, además, un gran profesor de la Universidad Católica, y donde yo iba, estaba precedido por su fama. Eso era muy cargante, porque el "yo chiquitito" siempre preguntaba "¿y dónde estoy yo?". Pero, por otro lado, aprendí mucho de él.

—¿Pensaban que todo le salió más fácil por su papá?

—Por supuesto. Y había algo de cierto en eso, por lo demás.

—¿Era incómodo?

—En el fondo, a todos nos gusta que nos valoricen, que nos vean por nuestros méritos. Yo estudiaba mucho y me decían: "Es réfácil sacarse un 7 si eres hijo de un profesor y te conocen". Pero si te sacabas un 4, decían: "Pese a que eres hijo de... te sacaste un 4". Entonces, no podías ganar en eso. Uno tenía mucha más inseguridad e inmadurez y dolía. Pero hoy me da lo mismo, no estoy compitiendo. Ya corrí la carrera.

EL ANTIDOGMÁTICO

—Es partidario del matrimonio homosexual, ¿cómo fue el proceso de transformarse en un liberal?

—Yo cambié. Vengo de una familia católica y de derecha. También fui a la Universidad Católica. Yo debí haber sido un católico clásico. Pero no lo soy. Me fui a estudiar a Estados Unidos y allá tuve un cambio. Tuve profesores muy liberales, muy abiertos. Y como que se me abrió la cabeza y aprendí, y me plantaron la semilla para pensar por mí mismo y no aceptar dogmas. Entonces, empecé a cuestionar todo.

—¿Y cómo pasó eso en una familia católica?

—Me costó bastante. Porque yo era muy católico. Incluso, en una época, como muchos adolescentes, quería ser cura. Fue en el colegio, tendría unos 12 años, cuando me gané el segundo lugar en un concurso literario a nivel nacional de la Iglesia Católica que se llamaba "Por qué quiero ser sacerdote".

—¿Le ha servido en su trabajo ser un liberal de cabeza?

—Sí. Yo creo que esa forma escéptica de mirar el mundo y de cuestionarlo todo me ayudó mucho en la profesión. Porque siempre estoy pensando que yo puedo no tener la razón. Siempre. Y me interesa oír otras opiniones. ¿Qué pasa si el otro tiene la razón? ¿O qué parte de la verdad tiene el otro y qué parte de la verdad tengo yo? Entonces, no me compro dogmas ni tampoco me siento dueño de la verdad.

—¿Ser así lo deja más tranquilo?

—No, porque no es fácil ir en contra de tu entorno.

"Creo que esa forma escéptica de mirar el mundo y de cuestionarlo todo me ayudó mucho en la profesión. Porque siempre estoy pensando que yo puedo no tener la razón".

—¿De qué manera le influyó haber estudiado en Estados Unidos?

—Me acuerdo que en la primera clase en la Universidad de Nueva York, el profesor de sacó los zapatos y se sentó sobre la mesa. Yo estaba choqueado, pensando "este tipo está loco", pero ahora veo que estaba tratando de mandarnos un mensaje de apertura, de que aquí había que ser informal, que no nos apabullaran las autoridades intelectuales o los dogmas. Él nos hacía leer una gran cantidad de cosas, luego nos planteaba casos tremendamente complejos, nos pedía la opinión y armaba una tremenda discusión. Él decía: "me interesa que ustedes piensen, que lleguen a sus propias conclusiones". Pero nunca daba su opinión.

—¿Desde cuándo está a favor del matrimonio homosexual?

—He ido evolucionando con el tiempo. Nací en medio de una cultura homofóbica, porque mi entorno era muy homofóbico. Creíamos que los homosexuales eran gente enferma, o que había sido pervertida y a la que si llevabas al psiquiatra y le dabas unas pastillas, se iba a mejorar. No digo que yo pensara eso, sino que era lo que rondaba. Pero hace 20 o 30 años que estoy a favor.

—Hace mucho tiempo.

—En Nueva York tenía un compañero homosexual que era muy amigo mío. Pero la homosexualidad de él no era tema. Yo creo que he evolucionado con el mundo. O bien, he evolucionado junto a los liberales chilenos. No creo que me haya adelantado a los tiempos, porque más bien en esto voy con el grupo. Pero, claramente, mucho antes que mis amigos católicos conservadores.

"Muchos de los que son contrarios al aborto están a favor de la pena de muerte y ese es un contrasentido enorme. Las mujeres tienen derecho a decidir lo que hacen y me molesta que sean los hombres los que decidan lo que hacen las mujeres".

—¿Qué piensa de las adopciones en parejas del mismo sexo?

—Intelectualmente estoy a favor. Pero reconozco que desde el punto de vista de mis sentimientos, me cuesta. Yo creo que para allá voy, siempre que esté apoyada por psicólogos y especialistas frente a las alternativas que tienen los niños huérfanos.

—¿Qué opina del aborto?

—Si yo fuera mujer, no abortaría. Sería incapaz de cortarle la vida incluso al hijo de un violador. Pero, al mismo tiempo, siento que no tengo el derecho a imponer a las mujeres, que han sido víctimas de una violación o están dentro de las otras dos causales que se discuten, mi punto de vista. Hay personas muy religiosas, como Laura Bush, que es la bondad hecha persona, que es partidaria que la mujer elija. Y yo tiendo a pensar como ella, y muchas personas de mucha fe, que uno no tiene el derecho de imponer sus creencias a otra persona. Es un tema delicado. También hay que reconocer que muchos de los que son contrarios al aborto, están a favor de la pena de muerte y ese es un contrasentido enorme. También las mujeres tienen derecho a decidir lo que hacen y me molesta que sean los hombres los que decidan lo que hacen las mujeres.

EL POLÍTICO

Foto carey3—Así como pasó de católico a liberal. ¿Coqueteó con la izquierda?

—No. Yo creo que la izquierda chilena es muy conservadora y poco progresista. En general, sus integrantes están llenos de ideales y de motivaciones muy loables pero, a mi juicio, se preocupan mucho de la redistribución pero no suficientemente del crecimiento. Tampoco se preocupan de cómo se debe de la productividad y la competitividad. En Chile ha salido una gran cantidad de gente de la pobreza en los últimos 30 años y un 90% de eso o más se debe al crecimiento. Entonces, yo creo que el crecimiento es el elemento insustituible para cambiar el pelo a los países, como lo ha hecho Chile en su pasado reciente. Por eso nunca he podido dejar de ver a la izquierda como gente retardataria en materia económica

—Pero en temas valóricos tiene más coincidencia.

—Tengo coincidencia en muchas cosas valóricas con la centroizquierda chilena, pero nunca he podido dejar de ver el manejo económico con cierto grado de pragmatismo y realismo. Por eso, creo que este gobierno está equivocándose y, en vez de mirar a Irlanda, que es el país europeo que más rápido ha salido de la crisis reciente y lo ha hecho en base a bajar los impuestos a las empresas y a atraer la inversión, va para el lado de los socialistas franceses de antiguo cuño. De Mitterrand 1 y de Hollande 1. Es contradictorio que la izquierda se defina como progresista, cuando son tan retardatarios o populistas en materias económicas.

—Pero la economía no es todo.

—No. La economía no es todo. También hay que buscar una mayor integración y una mayor igualdad e inclusión. Estoy de acuerdo con eso. Pero estoy en desacuerdo cuando se autodenominan progresistas en la forma en que lo hacen. Porque, a mi juicio, están a destiempo con la historia. Acabo de regresar de China, donde estuve dos semanas visitando empresas privadas, y cuando ves el empuje y la confianza de los chinos, es fantástico. Claro, se trata de una dictadura en lo político, que encuentro espantosa. Pero en materia económica, tienen las directrices claras. Estuve con muchos dueños de esas empresas y el dinamismo, optimismo y fuerza que tienen es un contraste de lo que vi cuando llegué de vuelta a Chile.

—¿Por qué?

—Porque aquí me encontré rodeado de pesimismo y de un ambiente tan malo entre los empresarios. Hace cuatro días, un connotado empresario me dijo que íbamos hacia Corea del Norte vía Cuba. Y yo me enojé. Es que esa es una caricatura que nos hace mucho mal. Porque si tú dices eso, como todos empiezan a repetir esas cosas, se van autoconvenciendo y nos vamos hundiendo. En este país estamos con políticas económicas equivocadas, afectando gravemente el crecimiento, hablando de un proceso constitucional que va a producir más incertidumbre, pero no es Venezuela, Argentina o Ecuador. No se pretende reformar la Constitución para que se quede la presidenta Bachelet o se perpetúen los que están gobernando. Este es un país de instituciones sólidas y tenemos una clase política honesta, pese a este financiamiento ilegal que conocíamos desde siempre.

—¿Pese al financiamiento ilegal?

—Pese a eso, es la mejor clase política del continente. Yo fui con la presidenta a México y se me pidió que hablara ante los empresarios allá. Dije que estamos con problemas serios en Chile, pero que no es un país corrupto, sino que estamos viviendo las consecuencias de haber tenido, desde hace varias décadas, un sistema de financiamiento ilegal de la política que, evidentemente, era incorrecto, aunque conocido por muchos y de todas las sensibilidades políticas. Pero es una cosa aislada, porque la clase política, la presidenta y los dirigentes siguen siendo muy correctos.

—¿Alguna vez ha votado por alguien de izquierda?

—Jamás.

—Pero le gusta mucho Lagos.

— Yo no sabía que iba a ser tan buen presidente, pese a ser socialista. Pero hoy yo estaría encantado con Lagos como presidente, aun cuando reconozco que me gustaría más que ganara Sebastián Piñera por razones ideológicas y de amistad. A Ricardo Lagos le tengo una simpatía y admiración enorme. Si fuera el uno contra el otro, serían dos opciones estupendas. Velasco también sería una muy buena alternativa, frente a otros de la izquierda o centroizquierda.