Uber y la tecnología intelectual

Más allá de la batalla legal, la controversia respecto de Uber pone de relieve un cambio en la relación de los chilenos con el automóvil. En la nueva economía, "usar" es el verbo central del consumo, desplazando al "tener".




Pocos íconos grafican de mejor forma el Chile del siglo pasado que el comercial "Cómprate un auto, Perico". Hasta entonces, el auto era patrimonio de sectores acomodados, y había que demostrar que la clase media también podía acceder a tal símbolo de estatus. La campaña tuvo gran efecto —la frase se instaló en el folclore urbano— y prueba de ello es que la valoración social del automóvil se mantiene hasta hoy. Una reciente encuesta de Cadem reveló que la satisfacción por el uso del auto es bastante alta (en promedio, los chilenos le otorgan nota 5,8), muy por sobre los taxis (nota 4,8), el Metro (4,8) y el Transantiago (4,4). Hasta caminar otorga menos satisfacción: 5,5 promedio.

Sin embargo, la controversia en relación a Uber permite advertir un posible cambio en la valoración del auto propio. Sin perjuicio de la batalla legal por su regulación, hay que reconocer que esta plataforma encierra algo mucho más profundo que un simple sistema de transporte: hay una comunidad que prefiere usar un auto ajeno, y pagarle a un tipo por un viaje, antes que tener uno propio. "Usar" se ha transformado en el verbo central en el nuevo consumo (en desmedro de "tener"), lo que explica —dicho sea de paso— el auge de sistemas de contenido online como Netflix o Spotify. El derecho de propiedad se mantiene, sigue intacto, pero es deconstruido para orientarse a la acumulación de experiencias, más que de bienes.

Quienes mejor han entendido esto son los millennials, la generación de jóvenes que ha crecido al alero de los cambios tecnológicos y culturales posteriores a la caída del Muro de Berlín. Este grupo etário encaja muy bien con la defensa de Uber, pues esta plataforma simboliza todo lo que ellos son: nativos digitales, con un genuino sentido de responsabilidad medioambiental, y que buscan promover el uso racional de los recursos. Si antes Perico le hizo sentido a toda una generación, hoy sería de una irresponsabilidad tremenda: ¿para qué tener un auto, si puedo usar un sistema de transporte privado, de manera cómoda, segura y sustentable?

De alguna forma, este cambio aparece ya manifestado en The Coming of Post-Industrial Society, obra del sociólogo y profesor de Harvard Daniel Bell. En su texto, publicado en 1973, Bell advierte que en el futuro el progreso ya no consistirá en producir bienes, sino servicios, y que, como resultado, surgirá una "tecnología intelectual". Las naciones más avanzadas serán, entonces, no las más industrializadas, sino aquellas que sean capaces de utilizar la tecnología y los conocimientos de manera más certera.

Algo de esto se aprecia en el caso que comentamos. Quienes han defendido la presencia de Uber saben que el tema es más complejo que el derecho de una start up de Silicon Valley a mantenerse en el país. Al final del día, el "caso Uber" no es más que un ejemplo de la llamada economía colaborativa o disruptiva, que ha comenzado a emerger de forma espontánea y desorganizada, pero que —paradójicamente— cuenta con una organización intuitiva y eficiente. Alternativas como Uber, Airbnb, Craigslist, Waze, Yelp o TripAdvisor, entre muchas otras, representan una nueva forma de desarrollar nodos sociales, y bien podrían ser la materialización de la tecnología intelectual a la que se refería Bell. Probablemente pasen varios años antes de que podamos advertir las repercusiones culturales que esto puede generar, pero de algo podemos estar seguros: la idea de una "red social" está más viva que nunca. Tratar de debilitarla, por consiguiente, puede equivaler a luchar contra molinos de viento.

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