Columna de sismología: Chaitén, el sufrimiento y la irresponsabilidad

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Ya han pasado más de 10 años desde la erupción del volcán Chaitén, que llevó a la última gran tragedia en Chile ligada a la actividad volcánica. Hoy, la construcción de casas en el paso de antiguos lahares pone la duda de si realmente estamos haciendo las cosas bien o no.


Cuando los habitantes de Chaitén sintieron una serie de sismos en Abril del año 2008, seguramente nadie pensó por un instante que su mundo se iba a voltear, y que su vida ya nunca más sería la misma. Pero eso pasó: el primero de Mayo de ese año el volcán Chaitén comenzó una erupción tremendamente explosiva, tan grande como la del Vesubio que llevó al fin de Pompeya y Herculano. La erupción del Chaitén, sin embargo, no terminó de forma tan dramática, pero si fue lo suficientemente potente como para que el pueblo fuera declarado inhabitable.

La cronología, en breve, fue así: el volcán Chaitén comenzó su primera erupción en alrededor de 700 años de forma muy explosiva. Como pocos estaban conscientes de que el cerro protagonista de esta historia era realmente un volcán, al principio todos pensaron que la tremenda columna de ceniza era del Michinmahuida, que está muy cerca. Tres días después de iniciada la erupción, el Chaitén tuvo una de sus mayores explosiones, donde la columna eruptiva llegó a más de 23 km de altura. Lo que en otros lados del mundo genera pinturas icónicas lo estábamos viendo en una zona muy aislada del país. Rápidamente se dio la orden de evacuación, porque se temía que la erupción terminase con un dramático colapso de la columna de tefra, que generaría flujos piroclásticos tan grandes que sepultarían al pueblo de Chaitén. Eso no pasó, por fortuna.

Lo que sí ocurrió es que la gran cantidad de piroclastos lanzados por el volcán terminaron ayudando a generar un lahar que bajó por el río Blanco, que se desbordó y, con una potencia típica de los lahares, destruyó la mitad del pueblo. Los expertos mandaron un mensaje claro: nadie puede volver a vivir en Chaitén. De súbito, había miles de exiliados de su pueblo. Pero es que el riesgo era simplemente muy alto, ya que un volcán como el Chaitén, con un domo de lava como el que tiene, puede volver a ser destructivo en no demasiado tiempo. La experiencia indica que no es poco común ver a volcanes con erupciónes moderadas años después de una grande, y el pueblo está muy expuesto incluso a una de esas.

Con el pasar del tiempo varios quisieron volver, especialmente los que tenían algún negocio en el pueblo. El plan de reubicar Chaitén 10 km al norte no prosperó ya que hubo un lobby importante, y los que volvieron lo agradecieron. Para ellos, la vida sin su Chaitén no es vida. Ese arraigo, especialmente en una zona que ha sido muy abandonada por el estado, es increíblemente poderoso. Así que de a poco fueron volviendo a la parte norte del pueblo, y buscaron embellecer el área. Incluso está planificada la construcción de un museo volcanológico, donde el volcán Chaitén es protagonista.

Parece una muestra enorme de la resiliencia que los caracteriza como chilenos, y algo de eso hay, sin duda: pocas comunidades se han levantado como la de Chaitén. Pero hay algo que va más allá de la superficie, y que muestra problemas serios en cuando al manejo del estado de una situación compleja.

Lo que ven en la foto, tomada por el geólogo Pablo Moreno hace pocos días, son la base de construcciones que se están empezando a levantar en el paso de lahares del volcán Chaitén. Tal como lo leen: a poco más de 10 años de una de las tragedias más grandes ligadas a una erupción en Chile, alguien está construyendo en los depósitos del último lahar que pasó por allí. Y si bien a parecer hay un muro de rocas de dos metros de altura, es algo totalmente insuficiente cuando un lahar puede cargar rocas de más de dos metros de diámetro en su torrente. Al construir casas, Chaitén estará aún más expuesto al peligro que representa la actividad del volcán. Entonces, ¿por qué buscar esto?

Quizás parte de esto se explica por el arraigo de muchos chaiteninos tienen por su tierra. Varios volvieron, e hicieron presión para que el primer gobierno de Piñera desechase el proyecto de relocalización en otro lugar. Para ellos, Chaitén es su hogar, y están definidos en función de él. Naturalmente, y aparte de los intereses económicos de un grupo, su sueño es volver a tener a su pueblo. Ese deseo claramente fue recogido por alguna autoridad, ya que alguien debe promover, y autorizar, la ejecución de un proyecto inmobiliario. Y es aquí donde la historia se pone más complicada. Porque hay una serie de profesionales que consideraron que la amenaza del volcán no es lo suficientemente grande. ¿Saben ellos que un domo de lava como el del Chaitén puede colapsar parcialmente, llevando a una crecida del río? ¿Están conscientes de que el Chaitén es un volcán activo que puede tener una erupción importante? ¿Entienden de que el que haya ocurrido una gran erupción hace más de 10 años no impide tener una fuerte en los próximos años? ¿Están pensando en el beneficio político-económico solamente?

En temas complejos, como el de Chaitén, no hay salidas simples. Tiene que existir una articulación entre la comunidad, los expertos, y las autoridades, para que así todos tengan la información a la mano, y así tomar decisiones para poder desarrollar de forma sustentable la zona. Algo de eso se ha hecho, lo que hace cada vez más incomprensible el hecho de que se haya autorizado construir donde un lahar arrasó la mitad del pueblo poco más de 10 años atrás. Esto no es una crítica a la persona cuyo sueño es tener su hogar de vuelta, sino que a la decisión de una serie de personas que decidieron que lo mejor que se podía hacer era exponer la vida de muchas familias a una futura erupción del volcán. En la zona se hizo un análisis de vulnerabilidad frente a diferentes tipos de amenazas provenientes de fenómenos naturales, pero en Chile estos informes no son vinculantes cuando se trata de planificar el desarrollo de las comunidades, ni para ver donde se construye. Basta tomar como ejemplo a Pucón, que es un caso de todo lo malo que hemos estado haciendo en el tema. En ese contexto, uno esperaría que existieran las ganas de no cometer los errores que cometimos antes porque no sabíamos a qué nos estábamos enfrentando realmente. Pero, como sociedad, los seguimos cometiendo.

Esto nos recuerda, una vez más, que los desastres no son naturales. A veces realmente nos la estamos buscando.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.

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