En septiembre del año 2015 ocurrió el último terremoto de magnitud mayor a 8 en Chile. Este evento, al que llamamos "Terremoto de Illapel" o "Terremoto de Canela" fue uno de esos grandes sismos que se producen en la subducción entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana. Como todo terremoto, grande, tuvo un área de ruptura importante : la corteza se "rajó" en una zona que tuvo mas de 200 km de largo y 80 km de ancho. Esto pasa cuando las dos placas, previamente bloqueadas, se desplazan una respecto a la otra súbitamente, liberando la tensión acumulada. Ese día, poco antes del 18 de Septiembre y al principio de la fiesta de la Pampilla, los habitantes de Coquimbo y La Serena sintieron el rigor de las ondas sísmicas, por más de dos minutos. El terremoto fue acompañado de un tsunami, que fue destructivo. Después del impacto, y como siempre pasa en Chile, las personas se levantaron, y los negocios volvieron a funcionar : los turistas siguieron llegando a la IV Región, y todo volvió a la normalidad. Incluso a nivel sismológico, la actividad fue la típica que venía de una zona que fue afectada por un gran terremoto, más los sismos típicos de fallas locales de la región.

Pero algo no tan usual ocurrió el sábado 19 de enero en la noche, ya que los habitantes de La Serena y Coquimbo sintieron un sacudón muy potente. Tan fuerte que más de 200 construcciones quedaron con daños de diversa magnitud. La gran mayoría de los serenenses y coquimbanos hablaron de que el sismo lo habían sentido más fuerte que el del 2015. Por lo mismo, se asustaron y comenzaron a autoevacuar. Sin embargo, la información que vino pocos minutos después de la alerta de tsunami advirtió que el sismo sólo tenía magnitud 6.7, y que no tenía las características que generarían un tsunami. Ante eso, muchos dudaron: la experiencia que habían tenido era más propia de un terremoto con magnitud mayor a 8.3, o al menos eso pensaron varios. Pero la magnitud estaba bien. ¿Qué pasó?

Pasa que el terremoto que se registró cerca de Coquimbo no fue como los típicos de subducción a los que estamos acostumbrados: fue uno intraplaca. ¿Intra-qué? Es un sismo que se genera dentro de una placa, y no en el contacto entre dos de ellas. En nuestro caso chileno, la mayoría de los terremotos se generan en el contacto entre dos placas, que primero están bloqueadas, y luego se mueven súbitamente una respecto a la otra. Cuando esto ocurre, se liberan ondas Sísmicas, y nosotros salimos a salvar la tele si es muy fuerte el movimiento.

Sin embargo, un sismo como el del sábado 19 de enero fue distinto: allí se rompió súbitamente una parte de la placa de Nazca, que es la que se subducta debajo de la placa Sudamericana. Estos sismos son poco usuales en Chile, pero suelen ser muy destructivos. El ejemplo más típico es el terremoto de Chillán de 1939, que dejó más de 5000 muertos. Una de las razones de que estos sismos sean más destructivos es que, como se generan en roca que está soportando una presión muy alta y muy firme, entonces tienen una caída de tensión mayor al de un sismo de subducción. Esto hay que explicarlo un poco más. Es cierto que en cualquier sismo se libera parte de la tensión acumulada en la corteza terrestre. Cuando esto pasa, parte de la corteza se rompe, de manera parecida a como se genera una rajadura cuando tratamos de romper un papel con nuestras manos. El tamaño del sismo se mide en base al porte de esta área de ruptura, y la magnitud se calcula en función a ella. Así, un terremoto tiene una sola magnitud, porque no puede tener más de un tamaño. Lo que sí es que la ruptura no ocurre instantáneamente, sino que se va rompiendo progresivamente, y muy rápido. Cada vez que se rompe parte de ella, salen las ondas sísmicas. Así, un terremoto grande genera un tren de ondas muy largo, y por eso el movimiento generado por ellas dura tanto. El tema es que en cada parte de la ruptura que se libera hay una caída de tensión. Mientras mayor sea esa caída, implica que se debe liberar más energía en poco tiempo que lo que pasa con una caída de tensión pequeña. Entonces, al comparar a un sismo intraplaca con uno interplaca (de subducción en Chile) del mismo tamaño (y magnitud), es el intraplaca el que libera más energía por tiempo. Esto lo hace más destructivo. Y el terremoto de Coquimbo fue intraplaca.

Además, el sismo ocurrió cerca de la zona metropolitana de Coquimbo-La Serena, por lo que se sintió muy fuerte de forma muy focalizada en esa zona. De hecho, al ver la comparación de los shakemaps del USGS de los terremotos de Illapel y de Coquimbo (en la figura de arriba), hay diferencias importantes. Estos mapas estiman "cuan fuerte" se movió un lugar. Podemos ver que, en efecto, el sismo del fin de semana se sintió de forma severa (con intensidad VIII) en Coquimbo - La Serena. El terremoto en sí mismo, sin embargo, fue mucho más pequeño que el de Illapel del 2015, lo que podemos deducir al comparar las áreas afectadas por cada uno de ellos. Por último, fíjense cómo el terremoto de Illapel no se sintió tan fuerte en las ciudades más grandes. Este es un clásico caso que remarca la diferencia entre magnitud e intensidad: la primera es sólo una, que habla del tamaño del sismo, y la segunda habla de como se sintió en algún lugar en particular.

Y una cosa más: el terremoto de Coquimbo del fin de semana, al ser intraplaca y de magnitud no muy grande, no tenía forma de mover el fondo marino y generar un tsunami. Por eso, el análisis inicial llevó a descartar la posibilidad de un maremoto a los pocos minutos después del sismo.

Y esto llevó a algún nivel de confusión. Pero lo que les he contado hasta ahora arma una secuencia de hechos que nos permite explicar los avisos de la Onemi y dar una explicación a lo que las personas sintieron ese Sábado por la noche.

Primero ocurrió el terremoto, que se sintió muy fuerte en La Serena y Coquimbo. Más fuerte que el 2015 con el terremoto de Illapel, también. Como la intensidad percibida fue VIII en esas ciudades, se activó inmediatamente la alerta de tsunami por parte de la Onemi. Esto, ya que en la gran mayoría de los sismos que pueden producir una intensidad VIII en ciudades costeras son de subducción y potencialmente generadores de tsunami, entonces hay que dar la orden de evacuación rápidamente. Los celulares recibieron la alerta, y la gran mayoría de las personas comentaron a evacuar rápidamente, y a pie. Muchos de ellos lo estaban haciendo por cuenta propia, antes de que llegara la alerta. Sin embargo, un grupo tomó sus autos, y generaron un gran atochamiento e, incluso, hubo algunos que condujeron temerariamente, estando muy cerca de dañar a las personas que caminaban.

Mientras esto pasaba, el SHOA analizaba el terremoto, y rápidamente concluyó que el sismo no podía producir un maremoto importante. La Onemi dio cuenta de ello, pero mantuvo la alerta de tsunami por unos cuantos minutos más, antes de levantarla. Las personas pudieron volver, tras el susto. Pero lamentablemente dos personas fallecieron, y más de 200 construcciones sufrieron daños. El problema es que, si es que el terremoto en efecto hubiese sido uno de subducción de los que generan tsunamis, varios habrían fallecido en los atochamientos que se generaron. Eso no lo podemos dejar pasar, porque debemos prepararnos mejor para el futuro. Al parecer, las personas locales supieron autoevacuar, pero los turistas no supieron muy bien que hacer. Al día siguiente, muchos se fueron. El miedo fue más fuerte. No debemos culparlos, mal que mal, no debemos olvidar que es terrible sentir un terremoto fuerte. Perdemos el control. Lo importante entonces es aprender a transmitirle a las personas que van a visitar una zona cuales son los riesgos de estar allí, de forma simple, amena, y sin generar una alarma innecesaria. El conocimiento de lo que nos puede pasar nos va a permitir estar mejor preparados mentalmente para enfrentar estos fenómenos. Y también nos va a ayudar a pensar de mejor forma como debemos desarrollar nuestras ciudades para que cada día seamos más fuertes. Es un camino largo que vale mucho la pena.

Al cierre, lo fundamental es la comprensión de lo que ocurrió con los afectados. La empatía aquí es fundamental, porque ellos sintieron un fenómeno muy potente, que no calzaba con su intuición. Como ya vimos, no hay nada raro, pero sí inusual. Hacia el futuro debemos estudiar mucho más estos poco recurrentes fenómenos, para que nuestra intuición también mejore.

Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.