Hace tres años, un enigmático hombre de rasgos asiáticos y sin manejo del español tocó la puerta de la oficina de Gema Arévalo, dueña del supermercado Aregon en el Quisco (V Región), y le entregó una carpeta verde que contenía sus antecedentes. “Adentro estaba su currículum con todas sus investigaciones y dónde había trabajado”, recuerda la mujer, sobre el día en que conoció la experiencia laboral de Motoe Kato, doctor en Ciencias Veterinarias de la Universidad de Azabu en Japón y experto en mutagénesis y reproducción animal.

Como no tenía más vacantes en ese local, Arévalo le ofreció ser reponedor en una sucursal cercana que opera en El Tabo, localidad donde Kato se había instalado junto a su actual esposa chilena. Para su sorpresa, el hombre aceptó: estaba dispuesto a tomar cualquier empleo. “Decía que necesitaba mucho trabajar, que lo habían estafado y le había ido mal por malos manejos en el laboratorio”, dice la empresaria, quien agrega que lo que más recuerda de ese día es una frase que decía el japonés una y otra vez: “'Estoy endeudado', me repetía en ese español que tiene y que cuesta entender”.

Desde ese día, Motoe Kato (68) empezó a trabajar en ese supermercado, por una remuneración equivalente al sueldo mínimo más horas extras. Y, de paso, se transformó en un verdadero misterio en esta localidad de nueve mil habitantes.  

Lo que más recuerda Gema Arevalo de ese día es una frase que decía el japonés una y otra vez: “'Estoy endeudado', me repetía en ese español que tiene y que cuesta entender”.

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La llegada de Kato a Chile tiene que ver con la doctora Ruby Valdivia, a quien conoció a finales de los 80 en el laboratorio Nacional de Oak Ridge, en Tennessee, Estados Unidos. “Era un doctor recién graduado en Japón, donde era muy famoso por sus publicaciones de detección de cromosomas en la primera división celular de embrión de mamífero. Estaba en la cumbre”, relata la científica, quien hoy es académica de la Universidad Andrés Bello.

Según un artículo titulado “Experto mundial se vino al país por amor”, publicado el 15 de junio de 1999 por el diario La Hora, después de conocerse en Tennessee, Kato y Valdivia se casaron a los dos meses. Hoy ya no están juntos y ella prefiere no referirse a su antigua relación con el científico, aunque sí reconoce que a inicios de los 90 se ganó la beca Monbukagakusho, que entrega el gobierno japonés. Valdivia partió a estudiar reproducción y desarrollo embrionario en el Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Tokio. Ahí se reencontró con Kato.

En 1995, cuando terminó su doctorado en Japón, Valdivia decidió volver a Chile, pero antes de hacerlo invitó al doctor a acompañarla para montar un laboratorio de biología molecular en las dependencias de la nueva Facultad de Odontología de la Universidad de Chile, en calle Olivos. “La doctora Valdivia conversó conmigo contándome que él tenía intenciones de venir y quería saber si lo podíamos recibir y formar el laboratorio. El rol del doctor Kato era implementar el laboratorio de biología molecular y desarrollar la investigación, para que nuestra facultad tuviera ciencias más amplias dentro de la universidad y del ámbito académico”, recuerda José Matas, decano de la Facultad de Odontología entre 1994 y 2002.

Valdivia cuenta que al japonés le gustó la idea, aunque en la práctica el laboratorio no existía: “Yo digo que es un aventurero kamikaze. Se entusiasmó mucho a pesar de que allá podía jubilarse temprano, pero prefirió dejar a su familia bien allá en Japón y aventurarse. Es el típico hombre al que le gustan las cosas imposibles, es como un quijote para sus cosas”. La investigadora agrega que las condiciones con las que se toparon en junio de 1996 no eran las mejores, ya que les entregaron una especie de bodega en el terreno de la antigua Facultad de Química y Farmacia. “No tenía luz y había un baño sin agua. Me acuerdo perfectamente que nos colgamos de un cable de corriente para hacer el primer proyecto en unos computadores que nos trajimos cuando en Chile no había”, relata.

“Yo digo que es un aventurero kamikaze. Se entusiasmó mucho a pesar de que allá podía jubilarse temprano, pero prefirió dejar a su familia bien allá en Japón y aventurarse. Es el típico hombre al que le gustan las cosas imposibles, es como un quijote para sus cosas”, cuenta Ruby Valdivia, sobre Kato.

Según describe el artículo de La Hora, para 1999 el laboratorio ya estaba montado con muchos equipos traídos por el mismo Kato desde Tokio, con una inversión de 170 millones de pesos. Ahí trabajaban él, Valdivia y cuatro alumnas tesistas. En ese año, el mayor logro del equipo había sido desarrollar la técnica de knock out para anular o sacar cualquier gen de una cadena de ADN, una parte del proceso que termina en la clonación. Luego comenzaron estudios con células madre embrionarias de ratón, que tenían como objetivo final reconstruir dientes en humanos.

En la facultad sorprendía que el profesor no dominara el español ni el inglés, aunque aseguran que lograba hacerse entender entre sus alumnos. “Él es un científico, es uno de esos genios locos con un ego muy fuerte. Tiene una cabeza dragoniana, obsesiva. Entonces, se comunicaba muy bien, los alumnos lo adoraban. Yo hablaba un japonés-inglés, mezclado con español y nos entendíamos perfectamente. Con los científicos no tenía problema, su problema es en la vida diaria”, explica Valdivia. Matas agrega que esta dificultad para comunicarse lo hacía mostrarse introvertido en la comunidad académica.

El cirujano dentista Ignacio Barrón, quien fue su ayudante en el ramo de Biología y trabajó en su laboratorio, lo recuerda como un hombre metódico y activo. “Se levantaba muy temprano a hacer deporte en la mañana, un arte marcial. Se alimentaba saludablemente, bebía muy poco alcohol y no fumaba”, cuenta, y destaca que estaba obsesionado con su investigación. “A veces, dormía en el laboratorio y le llegaban ideas de cómo mejorar un procedimiento. Era una persona que quería patentar su investigación y que eso tuviera algún impacto a nivel mundial”, afirma.

Para finales de la década de los 2000, Kato había logrado armar muy a pulso un centro de muy buen nivel, apelando a fondos propios o auspiciadores reclutados por él mismo. “El laboratorio funcionó bastante bien y le dio prestigio a nuestra facultad desde el punto de vista de la investigación”, cuenta el ex decano Matas. Prueba de eso es que fueron los primeros en Latinoamérica en detectar riesgos cancerígenos en alimentos o crear un ratón transgénico, una técnica muy avanzada para esos años que Kato ya había explorado durante su doctorado en Japón.  

Ignacio Barrón, quien fue su ayudante en el ramo de Biología y trabajó en su laboratorio, lo recuerda como un hombre metódico y activo. “Se levantaba muy temprano a hacer deporte en la mañana, un arte marcial. Se alimentaba saludablemente, bebía muy poco alcohol y no fumaba”, cuenta.

Otros recuerdan el bioterio. “Uno tenía que entrar con un traje especial y pasaba por una ducha de aire, así los ratones estaban libres de cualquier patología o germen”, relata Barrón, quien comenta que contaban con todo para trabajar biología molecular o celular, los ratones y hasta dinero para viajar a congresos en el extranjero. “A todos les llamaba la atención que tuviéramos un laboratorio así. Era muy avanzado en ciencias básicas y ese tipo de investigaciones no se manejaban mucho por los recursos que demandan”, cuenta el dentista Matías Devia, quien fue ayudante y participó del laboratorio de Kato.

Barrón apunta que eran seis alumnos separados en tres parejas que competían e investigaban dentro del laboratorio. “Pasabamos tres noches a la semana ahí trabajando con los ratones. Teníamos una pieza para dormir, comida y el profesor Kato era como bien papá en ese sentido; siempre nos apoyaba y tenía una visión donde creía que si uno no trabajaba de manera esforzada, no iba a tener buenos resultados. Eso me marcó mucho”, cuenta. También recuerda que el científico oriental los preparaba también para otras etapas del proyecto. “La única vez que fui a jugar golf fue con él. Me dijo que para hacer negocios había que aprender a jugarlo; decía que cuando esto se patentara nosotros teníamos que promocionarlo”, relata.

Valdivia dice que con el profesor prefirieron apuntar a una patente, más que acumular publicaciones científicas o ganar un currículum en la academia. En ese proceso lograron ganar varios fondos de investigación. “Lo que nos interesaba era crear el ambiente para futuros científicos, porque sabíamos que no íbamos a llegar al Nobel, ni siquiera soñarlo. No había ambiente ni recursos en Chile”, explica.

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Pero ese éxito del japonés en algún momento se revirtió. Un ex funcionario de la universidad recuerda que su trabajo no era bien visto en la Facultad de Ciencias. Otro va más allá y asegura que despertaba envidias y desconfianzas, que se sumaban a la gran autonomía que el laboratorio alcanzó de la facultad. Un ex alumno cree que por eso cuando hubo cambio de autoridades consideraron que el trabajo de Kato amenazaba el principio de que toda producción hecha dentro de la universidad es propiedad de ésta y comenzaron sus problemas.

Kato y Valdivia, en el laboratorio de la facultad de Odontología en 1999. Foto: Luis Bozzo / La Cuarta

“Él salió de la facultad de una manera un poco difícil”, cuenta otra de las personas que lo conoció en ese período, en alusión a un sumario que se abrió en contra del académico. Desde la casa de estudios dicen que debido al trabajo remoto hoy no cuentan con ese documento. Sólo informan que a fines de 2010 se le dio aviso al profesor Kato de que su nombramiento a contrata no sería renovado. “La carta de aviso no contiene el fundamento de esta decisión; sin embargo, a mediados de ese año, se tomó conocimiento del funcionamiento de una empresa privada del académico en las dependencias de la facultad, lo que vulneraba sus deberes como funcionario público”, respondieron de la universidad por correo.  

Un ex funcionario vincula esas acusaciones con los recursos generados por el laboratorio mediante los análisis hechos para privados de toxinas de marea roja en mariscos de exportación. “Había personas en la facultad que sabían del tema y que de alguna manera hacían vista gorda pensando que si esto del laboratorio resultaba, iban a tener cierta participación en las patentes”, cuenta.

“En esos tiempos no se podían hacer spin off o empresas que salieran después al mercado, porque era irregular. Así que nosotros ocupamos proyectos para hacer ese tipo de investigación”, recuerda Valdivia, quien declaró en el sumario que se le hizo a Kato. Dice que cuando mostraron los contratos en la facultad, ésta los desestimó argumentando que no justificaban el servicio. “Esto pasó por la envidia de este país; se puede revisar el sumario. Acá todos siempre supieron de los informes, Fondecyt tiene todos los proyectos y están aclarados. Nunca tuvimos que devolver un peso porque jamás tocamos plata de proyectos”, agrega.

Para sus alumnos la salida fue un golpe. “Nunca tuvimos claro si renunciaron o los desvincularon. Después nos preguntaron si nos interesaba seguir con un investigador que estuviera trabajando, pero cada uno siguió por su lado”, cuenta Devia, sobre lo que pasó con el equipo del laboratorio. Mientras que un ex funcionario recuerda a Kato subiendo equipos y papeles de investigación a un auto: “Él salió un poco por la puerta trasera y, de paso, se llevó gran parte de los equipos del laboratorio que eran de él o de empresas que se los habían prestado para la investigación”.

Un ex funcionario recuerda a Kato subiendo equipos y papeles de investigación a un auto: “Él salió un poco por la puerta trasera y, de paso, se llevó gran parte de los equipos del laboratorio que eran de él o de empresas que se los habían prestado para la investigación”

Desde ese día, el nombre de Motoe Kato se transformó en una especie de tabú en la Universidad de Chile y el proyecto de su laboratorio pasó al olvido.

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Alumnos que tuvieron contacto con Kato, cuentan que después de su salida de la universidad instaló un restaurante de comida japonesa en el patio de comidas del centro comercial Apumanque. También se sabe que trabajó junto a Valdivia en un laboratorio privado en la comuna de Lampa hasta 2015. Ella dice que les fue bien y lograron patentar algunos trabajos con células madre desarrollando colágeno para regenerar la raíz dental. “Éramos niños felices jugando en el laboratorio, pero la empresa matriz quebró y tuvimos que cerrar”, recuerda.

Después de eso se pierde la pista del profesor. A Alejandro Urrutia, director del canal Red Noticias V Región, le contó que hubo un problema de dinero, se quedó sin trabajo y empezó a hacer consultorías y clases, pero eso no funcionó y tuvo que vender sus propiedades en Santiago e irse a vivir a la casa de veraneo en el litoral.

Así llegó a la oficina de Gema Arévalo. Es aquí, en El Tabo, donde pasa los días entre su departamento en el sector de las Torres, las artes marciales que practica todas las mañanas, las salidas a pescar con su amigo Jorge Amaya -quien se ha transformado en el vocero y traductor en las últimas semanas de exposición mediática- y su empleo en el supermercado.Sus compañeros de trabajo lo conocen simplemente como “el Kato”.

Marcela Torreblanca, administradora del supermercado, lo destaca por su orden: organiza los productos por color, alinea sus etiquetas mirando todas hacia afuera de la góndola y cada vez que alguien compra uno, se apura en reponerlo. Dice que desde que el japonés apareció hace dos semanas en el diario El Líder de San Antonio lo han visitado periodistas, el embajador de su país y dos veces el alcalde de la comuna, Alfonso Muñoz, deslizando la posibilidad de ofrecerle ayuda en la municipalidad. “Nosotros no queremos que él se vaya porque es nuestro trabajador, pero estoy súper contenta de que lo apoyen porque él es una eminencia. Ojalá que se le abran las puertas, porque la verdad es que no es para estar en un supermercado”, opina Torreblanca.

Kato, en su trabajo en el supermercado. Foto: Cortesía de Red Noticias V Región.

El alcalde dice que quieren buscar una solución a su situación y aprovechar sus conocimientos en la comuna. “Él ya nos ha presentado un proyecto, el que se encuentra en estudio, así como también estamos recabando antecedentes de sus capacidades profesionales y su historial laboral, que nos permitan garantizar que su actuación en las instituciones en las que ya se ha desempeñado ha sido intachable”, explica Muñoz.

De todas formas, Ruby Valdivia cree que a Motoe Kato no le complica estar reponiendo botellas en un supermercado. “Para él eso es digno para ganarse su plata, porque obviamente acá no tiene una jubilación. A un chileno le daría mucha pena, pero yo sé que él se ríe y sabe lo que está haciendo”, cuenta. Ella cree que más que un caso particular, lo del japonés es algo que viven muchos científicos en el país: “Tengo varios ex alumnos pidiendo trabajo que se tuvieron que ir de Chile y están atendiendo cafeterías, reponiendo cajas o conduciendo taxis. Esa es la realidad del que no consigue entrar dentro de los privilegiados que ganan proyectos. Es totalmente injusto para científicos que dan la vida”. 

Mientras tanto, el japonés espera su oportunidad. En la comuna se rumorea que un empresario que hace cremas con algas en Algarrobo lo quiere contratar, o que va a ayudar en la municipalidad en la lucha contra el Covid-19. Aunque inicialmente no había querido dar declaraciones para este artículo, Motoe Kato repentinamente envió un mensaje vía WhatsApp. En sus propias palabras, trata de aclarar su misterio:

“La vida puede subir y bajar. Un investigador que ha perdido su laboratorio no es un investigador. Para vivir, necesito trabajar por el salario mínimo. Sin embargo, tengo un sueño como científico y espero la oportunidad de volver”, dice en un críptico mensaje escrito en inglés, donde cuenta que ha descubierto dos tecnologías para salvar vidas y que sólo necesita una posibilidad de demostrarlo. “Mi sueño final es ver la cara feliz del paciente después de que se haya recuperado. Para ello, necesito tener un laboratorio y busco inversores en un pequeño supermercado”.