La crisis de los mares

Los océanos son claves en la geografía del planeta y en la subsistencia de las especies que viven en él, ya que no sólo cubren el 71 por ciento de la superficie de la Tierra, sino que sus diminutas plantas conocidas como fitoplancton producen hasta el 85 por ciento del oxígeno que existe en la atmósfera. No sólo eso: al menos 400 millones de personas de los países más pobres obtienen el 50 por ciento de la proteína animal y de minerales a partir de los peces y otras especies marinas.

Por eso, los científicos y expertos en conservación están muy preocupados por el estado de sus aguas y las especies que las habitan. Una de las crisis que hoy enfrentan los mares está ligada al oxígeno: el volumen de agua que carece totalmente de este elemento, esencial para sustentar a los peces y el resto de la vida oceánica, se ha cuadruplicado en las últimas cinco décadas. Ese es el resultado de un análisis publicado este año por expertos del grupo GO2NE, un equipo de trabajo especializado de Naciones Unidas.

El reporte también señala que las áreas costeras donde la presencia de este elemento es muy baja –lugares conocidos como "zonas muertas"- se multiplicaron por diez. Denise Breitburg, ecóloga marina del Centro Smithsoniano de Investigación Ambiental y líder de la investigación, señala a Tendencias que las consecuencias de este fenómeno pueden ser críticas: "Los grandes eventos de extinción en la Tierra están asociados a océanos con déficit de oxígeno".

La principal causa de este fenómeno es el progresivo calentamiento global. A medida que el planeta se vuelve más cálido, al oxígeno le cuesta más penetrar la superficie del océano y el mar no lograr retener el que ya tiene. Este desbalance también puede activar la liberación de químicos peligrosos como el óxido nitroso, un "gas invernadero" 300 veces más poderoso que el dióxido de carbono liberado por los combustibles fósiles. Lisa Levin, investigadora de la Institución Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego y coautora del reporte, comenta a Tendencias que, además de intentar reducir las emisiones de "gases invernadero", la "creación de áreas protegidas –Chile tiene más de treinta- que limiten los efectos de otros factores como la pesca y la polución pueden promover la resiliencia de los ecosistemas marinos ante el cambio climático".

Este fenómeno también está destruyendo los arrecifes de coral, conocidos también como las "selvas del mar": casi el 25 por ciento de las especies marinas pasan alguna parte de sus ciclos de vida en esas áreas, cuyo estudio ha permitido incluso drogas contra el cáncer. Estás zonas son muy susceptibles al blanqueamiento, un proceso en el que los corales eyectan las algas que viven en ellos y se vuelven vulnerables a enfermedades y parásitos que los matan. Un análisis de la Universidad James Cook en Australia presentado en enero estableció que hasta los 80 estos eventos se producían cada 25 o 30 años, pero hoy se dan cada seis y están destruyendo arrecifes como la Gran Barrera australiana.

Una vez más los "gases invernadero", que elevan la temperatura de los océanos y los vuelven más ácidos, están detrás del problema. Mark Eakin, coordinador de la red de observación de corales de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), comenta a Tendencias que la crisis es grave porque "más de 500 millones de personas en el mundo dependen de los arrecifes como fuente primaria de proteína proveniente de los peces que habitan en ellos, además de ser resguardo para sus costas y generar turismo".

El experto agrega que ya se trabaja en crear "nuevas especies de supercorales que resistan las temperaturas más altas. Sin embargo, esto no será suficiente si no controlamos el cambio climático". A todo esto, se suma otra amenaza humana: la creciente presencia de plástico en los mares. Hoy se estima que ocho millones de toneladas métricas de este material llegan al mar cada año, lo que envenena a múltiples especies con toxinas y altera los ecosistemas.

De hecho, en septiembre de 2017 investigadores de Algalita dieron a conocer el hallazgo de una gran "isla" de desechos plásticos frente a las costas de Perú y Chile, cuya superficie equivale al territorio de Colombia. Un ejemplo del efecto de esta basura lo reveló un estudio de 2017 de la Universidad de Exeter, que estableció que más de mil tortugas mueren cada año al quedar atrapadas en hilo de pescar de nylon, cintas plásticas y materiales similares. "En algunas áreas este problema está dificultando la pesca y la vuelve más costosa. A largo plazo, estos desechos se convertirán en trozos microscópicos y no sabemos qué impacto tendrán", comenta a Tendencias el profesor Brendan Godley, director del Centro de Ecología de la Universidad de Exeter.

El planeta se vuelve árido

La advertencia es clara: más del 25 por ciento de la Tierra experimentará problemas graves de sequías y aridez en el 2050 si no se logra cumplir con las metas del acuerdo climático de París, que busca limitar el aumento de la temperatura planetaria a 1,5 °C por sobre los niveles que existían en la época preindustrial. Esa es la evaluación de un estudio presentado en enero y que señala que si la temperatura media global sube por sobre los 2 °C durante este siglo, un escenario que parece bastante probable, las áreas más afectadas por condiciones propias de un desierto abarcan América Central, el sureste de Asia, el sur de Europa, el sur de África –donde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, está a punto de quedarse sin agua- y el sur de Australia, las que acogen a más del 20 por ciento de la población global.

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Tim Osborn, profesor de ciencia climática de la Universidad de East Anglia y coautor del reporte, señala a Tendencias que los efectos de esta creciente aridez incluyen sequías "cada vez más comunes o extremas, lo cual afecta la agricultura, las fuentes de agua y la biodiversidad". A esto se suma un mayor riesgo de incendios forestales como los que vivió Chile en 2017, los peores de su historia y que arrasaron con más de 500 mil hectáreas.

Según cifras de Conaf, la sequía afecta hoy al 72 por ciento del territorio nacional e impacta al 90 por ciento de los chilenos, mientras que el 21,7 por ciento del país está afectado por la desertificación. "Limitar el nivel de calentamiento global, especialmente reduciendo el uso del carbón y el petróleo para generar energía, son las mejores estrategias para evitar este tipo de efectos", señala Osborn.

Una sobrepoblación  imparable

Migraciones masivas, hambruna, contaminación, altos niveles de polución y destrucción de la fauna y ecosistemas completos. Todos esos son efectos del sostenido aumento en el número de humanos que viven en el planeta, los que, según Naciones Unidas, totalizarán 9.700 millones en 2050 y 11.800 millones en 2100. De acuerdo con un análisis publicado a mediados del año pasado por The New York Times, hoy el planeta suma cada año 80 millones de nuevos habitantes, lo que equivale a la población total de Alemania.

El crecimiento humano se hace sentir, por ejemplo, en la escasez de recursos básicos como la comida: según la Red de Alerta Temprana de Hambruna (FEWS), al menos ocho países de África y Asia están viviendo crisis alimentarias. Además, la sobrepoblación y el sobreconsumo están arrasando con el medioambiente. Un estudio de 2017 de las universidades de Stanford y Autónoma de México, reveló la existencia de una "aniquilación biológica", una "epidemia global" en la pérdida de especies que forman parte de una "sexta extinción masiva" causada por el hombre.

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Los resultados son reveladores: el 30 por ciento de todos los vertebrados terrestres experimentan caídas masivas en sus números y en gran parte del mundo las poblaciones de mamíferos están perdiendo hasta el 70 por ciento de sus miembros debido a la reducción de hasta el 80 por ciento de sus hábitats y factores como el calentamiento global. Incluso, hoy los científicos estiman que 200 especies se han extinguido durante los últimos 100 años, mientras que el ritmo normal durante los últimos dos millones de años era de dos por siglo.

"Los efectos más evidentes y críticos en los ecosistemas se dan en procesos como la polinización, el control de las pestes agrícolas y vectores de enfermedades, manejo de flujos de agua y pérdida de alimentos en mar y tierra. Es muy probable que esto contribuya a un colapso inminente", dice a Tendencias Paul Ehrlich, biólogo deStanford que es coautor del reporte y que en los 60 se hizo famoso por su libro La bomba de la población.

La esperanza de las baterías

En septiembre pasado, el Foro Económico Mundial (FEM) publicó un artículo que planteaba que el futuro será impulsado por las baterías. China, Gran Bretaña, Francia, India y Noruega ya anunciaron planes para abandonar la producción y uso de los autos que operan con diésel en favor de los vehículos eléctricos. Por ejemplo, este 1 de enero, China –que produce más del 25 por ciento de los "gases de invernadero" del planeta- suspendió la fabricación de 500 modelos en un esfuerzo por combatir el calentamiento global y sus propias crisis de polución que periódicamente obligan a cerrar escuelas y fábricas.

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Según el FEM, el rápido crecimiento del segmento de autos eléctricos –que pasará de 1,2 millones de autos vendidos en 2017 a dos millones en 2018- más la creciente demanda por plataformas más eficientes de almacenamiento de energía que surge de la propagación de la energía solar y otras fuentes renovables hará que el mercado de baterías llegue este año a US$ 11,3 mil millones.

"Los vehículos diésel no desaparecerán en el futuro cercano, pero irán disminuyendo su presencia durante los siguientes veinte años debido a lo peligroso de sus emisiones", señala a Tendencias Bruce M. Belzowski, director del grupo Automotive Futures del Instituto de Investigación del Transporte de la Universidad de Michigan. El investigador agrega que cuando los fabricantes como Tesla y otros similares logren producir vehículos con baterías a gran escala, los precios van a bajar y países en desarrollo como Chile tendrán un mayor acceso si "logran dar soporte a la infraestructura de recarga que se necesita".