La nueva guerra fría

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(Crédito: Alfredo Cáceres)

El aire acondicionado abre un campo de batalla. No hay oficina que se salve. En un bando están las mujeres, que se congelan con facilidad y se abrigan aunque estén en pleno verano. En el otro, los hombres que se quejan del calor y siempre quieren bajar los grados. Esta pelea, sin embargo, no obedece a caprichos personales: las causas están en procesos metabólicos, hormonales y fisiológicos distintos. ¿Hay entonces solución posible?


El sol pega fuerte. La temperatura supera los 33 grados. Los más afortunados huyen del calor veraniego zambulléndose en una piscina; los demás se resignan a sudar mientras arrastran los pies por la calle o viajan sofocados en algún carro del Metro. Pero aunque Santiago arde, Cecilia (22) y sus compañeras de oficina -donde conviven 17 hombres y 13 mujeres- siempre tienen a mano ropa de invierno. En sus cajones hay chalecos, calcetines, polerones de polar y camisetas largas, porque todas dicen trabajar día a día en una especie de iglú. La culpa de todo, coinciden, la tiene el aire acondicionado.

"Me resfrío muy seguido, no puedo venir a trabajar con chalas y me muero de calor cuando salgo del trabajo por culpa del microclima de la oficina", cuenta Cecilia, mientras al frente de su escritorio una colega se tapa la cabeza con un chal.

En la otra esquina de la oficina hay dos hombres. Siempre acalorados. Uno usa además un ventilador portátil que apunta directo a su cara durante todo el día. El otro se queja de que trabajar aquí es como estar en el desierto de Atacama y siempre está pidiendo que bajen la temperatura al termostato. Pero ellas, ante el más mínimo descuido, se las arreglan para subirlo furtivamente. Así -grados de más, grados de menos- se abre inevitablemente un campo de batalla por la temperatura que debe rodear la convivencia.

Francisca (43) trabaja en el mismo edificio de Cecilia, pero en otra planta también poblada en su mayoría por hombres. En el último tiempo, su historial médico incluye dos episodios de sinusitis, cuatro visitas a un broncopulmonar y diversos exámenes para evaluar su sistema inmunológico. "El resultado siempre es el mismo: es el aire acondicionado el que me enferma, aunque las discusiones en la oficina apuntan a que mis defensas están bajas. Pero no es cierto. El aire y los cambios de temperatura me hacen sentirme mal", acusa.

Desde la trinchera masculina también hay quejas. Andrés (38) trabaja como botones en un hotel y asegura que las discusiones con las mujeres con las que atiende la recepción se repiten sin cesar. Ellas se congelan con los 18 grados del aire acondicionado, mientras él trabaja feliz: "Nunca siento frío, pero veo que las mujeres lo pasan mal". La disputa, dice, escaló hasta que una de sus compañeras llegó con un certificado médico que le impide exponerse a las bajas temperaturas del aire acondicionado. "Fue un problema. Tuve que sacrificarme por ella; pero aquí los hombres andamos más acalorados mientras acarreamos cosas y si andamos sofocados rendimos menos".

Cecilia, Francisca y Andrés no están solos en este conflicto. La guerra fría provocada por el constante sube y baja del aire acondicionado ocurre en cualquier lugar donde un grupo de seres humanos debe compartir la misma temperatura ambiente. Es una batalla que se libra en todo el planeta. En 2016, por ejemplo, la Asociación Internacional de Diseño Interior les pidió a 1.200 empleados de EE.UU. que identificaran la queja más habitual en sus oficinas. La respuesta fue clara: la "habilidad para controlar la temperatura" se impuso al ser mencionada por el 46% de los encuestados. Otro sondeo realizado en Inglaterra por la empresa de aire acondicionado Andrews-Sykes reveló que sólo el 24% de los empleados considera que la temperatura de su oficina es ideal para trabajar. En el caso de las mujeres, ellas pierden 9 minutos diarios tratando de aclimatarse, mientras que ellos desperdician 6,5. Además, el 70% de las trabajadoras dice llevar ropa adicional para abrigarse y el 50% considera que bebe té en exceso para entibiarse. En el caso de los hombres, esas cifras bajan al 40% y 28%, respectivamente.

Estas diferencias y disputas no obedecen a meros caprichos personales. En realidad tienen su base en particularidades fisiológicas que están siendo descifradas poco a poco. Boris Kingma, biofísico y experto en rendimiento humano de la temperatura del Instituto Holandés de Tecnología Aplicada, publicó en 2015 uno de los estudios más comentados sobre el tema. En el reporte divulgado por la revista Nature Climate Change, el investigador y sus colegas establecieron que mientras las mujeres se sienten más cómodas en ambientes con 24,5 grados, los hombres prefieren entornos con 22 grados. Ahí ya habría una causa de desencuentro, pues la mayoría de los sistemas de aire acondicionado no están adaptados para esa disparidad: según afirma el reporte de Kingma, estos siguen un antiguo protocolo de regulación de temperatura que fue introducido hace más de 50 años.

Ese estándar fue creado en 1966 por la Asociación Americana de Ingenieros en Calefacción, Refrigeración y Aire Acondicionado, cuyos miembros consideraron factores como la humedad, la ropa de quienes trabajaban en oficinas y su índice metabólico; es decir, la cantidad de energía que consume el cuerpo durante un período de tiempo. Para moldear ese parámetro se inspiraron en el trabajador prototipo que predominaba en las oficinas de ese entonces: un hombre de 40 años, de 70 kilos y vestido con un traje formal, al más puro estilo de los protagonistas de la serie Mad Men. El resultado fue un índice metabólico que en reposo genera entre 60 a 70 watts de calor por metro cuadrado, cifra que según las mediciones de Kingma sobreestima en hasta 35% el calor que produce realmente el organismo de una mujer.

"La masa corporal de hombres y mujeres es distinta y eso incide en que sus metabolismos también sean diferentes", señala el investigador a Tendencias. Por ejemplo, el cuerpo de una mujer tiene entre cuatro a seis kilos más de grasa, mientras que los hombres poseen más masa muscular, la que se relaciona con una metabolismo más rápido y activo que quema más calorías y genera un mayor flujo sanguíneo que mantiene al cuerpo más cálido. De hecho, análisis de la Universidad de Yale muestran que en estado de reposo 4,5 kilos de músculos queman unas 50 calorías diarias, mientras que la misma cantidad de grasa gasta apenas 20. Un proceso que también explica por qué los más ancianos se vuelven más friolentos: "A medida que avanzamos en la vida tendemos a perder masa muscular y a acumular más grasa, por lo que nuestro índice metabólico se va reduciendo con la edad", explica Kingma.

El peso de las hormonas

Hace cuatro años, la periodista Radhika Sanghani publicó un artículo en el diario británico The Telegraph que se titulaba "El aire acondicionado en tu oficina es sexista. Una historia verdadera". Su texto partía así: "Me estoy congelando mientras escribo este reportaje en mi escritorio. Estoy envuelta en un chaleco con mis piernas cruzadas para mantenerme caliente y mis mangas están estiradas lo más abajo posible. Los hombres no usan chaquetas. La mayoría usa camisas arremangadas y sostienen religiosamente que la temperatura está 'bien'".

En Twitter, Sanghani alentó a otras mujeres para que le contaran sus experiencias. "Mi abrigo ahora hace las funciones de chal sobre mis rodillas", contó una de ellas; y otra incluso dijo que el ambiente gélido era el "azote de su existencia".

En 2015, Petula Dvorak de The Washington Post hizo un ejercicio similar y fue al centro de la capital estadounidense, donde entrevistó a varias mujeres que en pleno verano estaban paradas en la calle como si fueran lagartijas bajo el sol. "Estoy congelada… Tóqueme las manos… de cuando en cuando tengo que salir 30 minutos para calentarme", le dijo Ruth Marshall, administradora de una constructora. Sus manos, escribió Dvorak, parecían dos "filetes helados".

Ese entumecimiento generalizado y constante, acusa Radhika Sanghani en su artículo, puede perjudicar seriamente el funcionamiento del organismo de una mujer: "A menudo me tiendo a encorvar más y a tensar mis hombros, lo que genera dolores de espalda. Y está científicamente probado que si haces ejercicio con músculos fríos, eso puede provocar lesiones. Así que tampoco se puede hacer ejercicio posttrabajo".

Si bien hombres y mujeres tienen la misma temperatura corporal -alrededor de 37 grados-, la percepción del calor varía en gran parte debido a los mecanismos que actúan en la piel de cada uno. Una investigación de la Universidad de Utah estableció que las manos de las mujeres que están expuestas a ambientes helados tienden a estar 3 grados más frías que las de los hombres. En este fenómeno, además del metabolismo, influyen los estrógenos, hormonas que hacen que la sangre se vuelva ligeramente más densa, lo que reduce el flujo que alimenta las extremidades. "En condiciones de reposo, el torrente sanguíneo es la fuente primaria de calor en nuestras manos y pies. Por lo tanto, cualquier factor que influya en su acción puede alterar el balance térmico del cuerpo", señala Kingma.

Patricio Trincado, endocrinólogo y jefe de medicina interna de Clínica Las Condes, indica que estas hormonas también actúan en el hipotálamo y la hipófisis, dos regiones del cerebro que ayudan a regular la temperatura al incentivar la sudoración y una mayor o menor frecuencia respiratoria. "Pueden generar una disminución, porque provocan efectos de vasoconstricción sutil a nivel de piel, lo que determinaría que la mujer sea levemente más sensible a las bajas temperaturas. Esto podría constituir un mecanismo protector, pues les permite detectar rápidamente temperaturas bajas que pueden poner en peligro la integridad y aumentar el riesgo de infecciones o daño de órganos vitales", indica Trincado. De hecho, diversos estudios muestran que las mujeres tienden a sentir frío más intenso durante la ovulación, fase en la que los niveles de estrógeno son más altos.

Intervenir en los factores biológicos que determinan una mayor o menor sensación de calor es complejo. Por lo tanto, una solución definitiva a esta nueva guerra fría parece improbable. Pero existen atisbos de salidas para lograr una tregua. Si bien la Universidad de Helsinki, en Finlandia, determinó que la temperatura ideal para trabajar productivamente es 22 grados -lo que podría convertirse algo cercano a un acuerdo-, Patricio Trincado afirma que el rango óptimo en realidad se extiende desde ese punto hasta los 25 grados. No más ni menos que ese rango, porque a "estas temperaturas el cuerpo humano puede generar mecanismos de adaptación altamente eficientes".

Factor "dress code"

A mediados del año pasado, la discusión por el aire acondicionado se instaló incluso en la política estadounidense. El equipo de la actriz Cynthia Nixon, que aspiraba a quitarle el puesto de gobernador de Nueva York a su colega demócrata Andrew Cuomo, pidió que la temperatura del set televisivo donde se celebró un debate entre ambos se fijara en 24,4 grados. La razón era que el político era famoso por realizar sus mítines en recintos con una temperatura digna de la Antártica: "La refrigeración de los espacios cerrados es notoriamente sexista", escribió una asesora de Nixon en un email.

Joost van Hoof, profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas de La Haya, Holanda, y experto en la física de los edificios, cree que esta disyuntiva se aminoraría en gran parte atacando el dress code que se aplica en muchas oficinas: "Mientras menos capas uses, más frío vas a sentir. Si los hombres tienen que vestirse de traje y corbata y ellas usan faldas con piernas visibles y tobillos al aire, es posible asumir que ellas van a sentir más frío, a pesar de que todos estén expuestos a la misma temperatura", señala a Tendencias.

María (25), quien adjudica las tres bronquitis que tuvo el año pasado al aire acondicionado de la oficina en la que trabajaba, coincide con el investigador holandés. Para ella, una de las raíces de las disputas por el aire acondicionado más frío o cálido está en que los "hombres tengan que trabajar con camisa de manga larga, calcetines, pantalones y zapatos. Así cualquiera se muere de calor. Es una tenida anacrónica, considerando que en el verano tenemos más de 30 grados".

Hace dos años, los conductores de buses urbanos en Nantes, Francia, se rebelaron contra la prohibición de usar pantalones cortos en verano. Un día en que había más de 38 grados, simplemente se presentaron a trabajar con faldas, acción que según el sindicato buscaba atacar una medida que sus miembros consideraban discriminatoria: "Las mujeres pueden usar falda y los hombres no", dijo un vocero. Sólo días después su empleador se vio obligado a flexibilizar su código de vestimenta.

Mientras estos y otros hombres intentan trabajar menos acalorados, ellas no se rinden en el combate de su gélido némesis. Ése es el objetivo de emprendimientos como Cognowear, una empresa estadounidense creada por mujeres y que ya ofrece un chal inteligente que detecta e interpreta las señales ambientales y corporales de la mujer. De esta manera, su circuito impreso se asegura de generar la temperatura más cómoda para ellas.

Boris Kingma ve esta pelea no resuelta como una amenaza no sólo para la salud de unos y la comodidad de otros, sino que también para el futuro del planeta. Hoy casi el 20% de la electricidad de los edificios del mundo -cuya producción depende en muchos países de turbinas que operan en base a petróleo, carbón y otros combustibles fósiles- se dedica a la operación de sistemas de aire acondicionado y ventiladores. Además, un informe de la Agencia Internacional de la Energía establece que las emisiones de dióxido de carbono provenientes de los equipos de aire acondicionado se duplicarán de aquí al año 2050.

"Uno de los mayores desafíos de nuestra generación es limitar el uso de energías fósiles -advierte el investigador holandés-. Por eso, es relevante no sobreenfriar o sobrecalentar los edificios, porque es simplemente un desperdicio. Este es un problema que va más allá del sexo, la edad o cualquier otro factor que pueda generar diferencias en la percepción de la temperatura".

Ese es el enemigo

Por Rita Cox*

Aborrezco el aire acondicionado. En el auto, en los aviones, en los hoteles, en los mall, en los cines y en la oficina, destino inexorable del día a día, congelamiento seguro durante ocho horas diarias, cinco veces a la semana; primavera, verano, otoño, invierno. Algunas amistades me envían por WhatsApp sus lamentos por la ola de calor e imágenes de sus fórmulas para capearlo. Pero yo figuro frente al computador tapada con un chal, ingiriendo en serie tazas de café-té-café-té-café-té, para temperar el cuerpo. El cuerpo tenso por el maldito frío y los brazos con "piel de gallina" (aunque a las cinco de la tarde la aplicación del celular marque Santiago 34 grados) son prueba de que las condiciones ambientales son desfavorables para mí.

"La loquita friolenta", deben pensar de mí en la oficina. Pero esta tarde, que ya todos se han ido, veo que silla por medio hay una parca, un chaleco, una chaqueta, una bufanda, una manta y un polar que pertenecen a mis compañeras de trabajo, que también padecen de las inclemencias del aire acondicionado. No son todas las mujeres del piso, pero una buena parte. Entre ellas, P. (protegeré su identidad por posibles represalias), compañera en la resistencia, con quien varias veces al día cruzamos miradas para encontrar apoyo emocional y moral sobre que nos sucede: tiritar de frío. Juntas hacemos "turnos" para vigilar que los de atrás, seis hombres, estén concentrados en lo suyo y poder dar ese golpe certero que es apagar el maldito aire.

No siempre se puede. Esta mañana tuvimos una jornada de trabajo en una sala de reuniones. Seis horas muy productivas y gélidas. Aunque el termómetro marcaba 20 grados, y las tres mujeres que nos sentamos juntas cuchicheamos varias veces que el frio era insufrible, ninguna se atrevió a intervenir. Nos arriesgábamos a instalar una discusión y ¿quién quiere ser el problemático del grupo en una jornada creativa? En el primer break, corrí por el chal 100% lana que había dejado en mi escritorio.

¿Exagerada? No en esta pasada. Desde septiembre a diciembre de 2018 pasé de una laringitis a otra; de una faringitis a otra; de irritaciones en los ojos a estar todo el maldito día sonándome. Hasta que colapsé. El otorrrinolaringólogo me dio 10 días de licencia con la instrucción de que no me expusiera por ningún motivo a los rigores del aire acondicionado. Ese era el único camino para sanarme, fortalecer las defensas y volver a la carga.

¿Qué es lo que debía evitar? Se lo pregunté al doctor Sebastián Ugarte, jefe de la Unidad de Paciente Crítico de la Clínica Indisa, para tener una segunda fuente: "Un efecto directo del aire acondicionado, que genera menor humedad y menor temperatura, es la irritación de la nariz, la faringe, las amígdalas y la laringe. Esto puede favorecer la entrada de infecciones virales si es que están en el ambiente. Alérgicos y asmáticos pueden tener una exacerbación de su cuadro si tienen una exposición más prolongada a estos ambientes". Resumen de mi primavera 2018.

¿Cuál debiese ser la temperatura promedio ideal? Ugarte me cuenta que 24 grados en verano y 22 en invierno es una media recomendada. Es decir, tiritar con 20 grados no es una excentricidad ni una manifestación de histeria.

Cierro este dramón con el aire en off y a 25 grados (uno más de lo indicado, porque soy vengativa), picazón en la nariz, una rinitis diagnosticada y el consejo del otorrino: "vaya a trabajar con mascarilla y pañuelo de seda para proteger la garganta". Ese tendrá que ser, muy a mi pesar, el look de la causa contra las oficinas gélidas.

*Periodista. Conductora de Tejado de Vidrio en Radio Zero.

El chacal del aire acondicionado

Por Francisco Aguirre*

Para efectos gráficos, detallaré que generalmente trabajo como periodista vestido con camisa manga larga, pantalones, calcetines y zapatos. Todo el año igual. Una vestimenta calurosa y obligatoria para la mayoría de los hombres que trabajamos en oficina. Da lo mismo si hay 35 grados o 15 en Santiago.

Esa es mi cotidianidad, aunque en estos días estoy viviendo un momento de excepción por una licencia en la peor fecha, sobre todo si vives en medio de la jungla de cemento que es el centro, en un edificio antiguo, con paredes que absorben el calor y sin piscina. Es ahí cuando se echa de menos el aire acondicionado, el grifo y la solidaria manguera callejera ofrecida por algún vecino.

Ante el alto costo de los aparatos, me vi en la obligación de recurrir a cuestionables remedios caseros contra el calor: la toalla húmeda frente al ventilador, ducharme con agua tibia y no fría, comer comida picante para estimular la sudoración y que el cuerpo regule su temperatura, muchas ensaladas y frutas, evitar el café, azúcar o alcohol y conocer mis "zonas clave", como aplicar frío en las muñecas, detrás de la rodillas, nuca y cuello.

En verano no lo paso bien y probablemente soy el chacal del aire acondicionado para quienes sufren con el frío dentro de las oficinas.

La reflexión sobre el tema la hice conscientemente hace dos años, cuando leí la columna "Cómo demonios puede un hombre vestir elegante en verano", publicada en El País. Partía con una premisa: la vestimenta masculina y el verano son los peores enemigos. Y aunque estoy convencido de que no es el único factor que nos tiene a hombres y mujeres enfrentados en la oficina por el aire acondicionado, sí me interesó seguir leyendo ese texto donde cada párrafo se volvía más estético y lejano a lo que pensé leer. Lo que creí sería una reflexión sobre el calor versus la vestimenta masculina laboral, se convirtió en una serie de tips para sobrevivir al verano.

Digo "sobrevivir", porque hombres y mujeres cargamos con nuestro propio infierno corporal cuando las temperaturas pasan los 30 grados. En mi oficina soy parte de la vereda de los acalorados, de los que en verano prefieren estar en la oficina capeando el calor y de los que ve a compañeras de trabajo taparse con chalecos y pañuelos, mientras afuera la ciudad arde y los hombres nos apoderamos del aire acondicionado.

¿Cómo se llega a un consenso? Es complejo y al parecer ningún país tiene la respuesta a la contienda desigual que trae el aire acondicionado. Cada verano los medios extranjeros y chilenos se llenan de artículos sobre las altas temperaturas y las enfermedades que acompañan al aire acondicionado. Otros hablan de una particular lucha de género. Respecto a ese punto, probablemente la medida más conveniente, al menos en la práctica, ha sido encender y apagar el aire por periodos iguales para complacerlos a todos. Pero nunca es la medida definitiva ni mucho menos suficiente.

Todos somos víctimas de las circunstancias. Mientras las mujeres tienen que pasar por la situación exasperante de tener ropas invernales en la oficina para no enfermarse, los hombres estamos obligados a seguir el patrón social que nos obliga a hacer una apología a la elegancia asociada a vestimentas calurosas. Como si nuestro prestigio o seriedad se jugara en el uso de zapatos, camisas manga larga, terno y calcetines, y no en nuestra capacidad intelectual.

Del artículo de El País, además de la reflexión que pone en jaque el dress code veraniego, me quedó una frase de Oscar Wilde: al final, uno nunca está demasiado bien vestido ni es demasiado educado.

*Periodista.

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