La saga de Tristán Radic

Tristan Radic
Tristán Radic y el mapa del mundo que concibió para La última fracción. (Crédito: Roberto Candia).

Tiene 19 años y acaba de debutar con su primera novela La última fracción, obra de literatura fantástica que sigue la tradición de clásicos como Juego de tronos. Un libro cuya elaboración está cruzada por el amor que siente por las matemáticas y la guía que recibió de sus padres: el arquitecto Smiljan Radic y la escultora Marcela Correa.


Una noche de verano, Tristán se puso a llorar. Eran cerca de las cinco de la madrugada y acababa de ponerle punto final a la historia que vivía en su cabeza desde que estaba en octavo básico. El joven truhan Anígoran, la noble Inaza, el reino de Erathot y un sinfín de criaturas habían luchado arduamente por convertirse en palabras reales. Hasta que Tristán tuvo 17 años y logró acabar un relato épico que comienza así: "Era difícil darse cuenta de lo hermoso que estaba el cielo estrellado, mientras sobre la tierra se producía la mayor masacre de la historia".

Recuerda Tristán: "Estaba acostado en mi cama, iluminado por una lámpara y la pantalla del notebook. Cuando uno lee un libro y se acerca al final lo único que quiere es terminarlo como sea. Lo mismo me pasó cuando estaba escribiendo, así que me quedé despierto hasta muy tarde. Me acuerdo que al terminar se me cayeron las lágrimas. Al fin había logrado cerrar la burbuja". Esa historia hoy se titula La última fracción, obra que esta semana le permitió debutar en las librerías nacionales con tan sólo 19 nueve años y que se nutre directamente del género fantástico, el mismo que se ha popularizado a través de obras como El señor de los anillos o Juego de tronos.

Al igual que JRR Tolkien y George RR Martin, Tristán también se fue obsesionando con los personajes y las escenas que concibió, incluyendo al villano Dóhernaz y la caída del antiguo imperio que da inicio al libro. Por eso se emocionó tanto al redactar los últimos fragmentos de su historia: "Era una compulsión. Creo que a muchos les debe pasar eso, algo así como querer liberarse de algo. Es casi como cargar con el peso de una creación y no poder comunicárselo a los demás". Él sólo podía dedicarle tiempo a su narración durante las vacaciones escolares, pero siempre tuvo clara la meta final: "Yo quería contar esta historia porque me muevo en ese mundo de fantasía. Eso era lo que leía cuando chico y son los códigos que manejo y entiendo. Por eso el libro tiene elementos clásicos del género, como caballeros y criaturas increíbles".

Otro de los ingredientes que abundan en este tipo de libros, y que también se hace presente en La última fracción, es el bosque. "Hay harta descripción de robles y coigües, que son preciosos y los siento muy cercanos. En estas historias siempre hay mucho de ciudades medievales, nobleza, lugares exóticos y bosques. Es ahí donde están las criaturas, la magia, el misterio", afirma Tristán. La inspiración para esos frondosos escenarios provino de su propia vida, del lugar en el que pasaba sus veranos y donde terminó de escribir su novela: la casa que la familia Radic tiene en Vilches, localidad de la Región del Maule famosa por sus lingues, raulíes y otras especies arbóreas.

Tristán es hijo de Smiljan Radic y Marcela Correa. Él es uno de los arquitectos chilenos más conocidos a nivel mundial, gracias a exposiciones en lugares como la Bienal de Venecia y proyectos como la remodelación del Museo Chileno de Arte Precolombino. Ella es una reconocida escultora que ha presentado sus obras en varios países y ostenta el Premio Altazor de las Artes Nacionales, entre otros galardones. Un núcleo ecléctico que fue moldeando las ideas y talentos del joven escritor, quien también ama los números y actualmente cursa el segundo año de Ingeniería Civil Matemática en la Universidad de Chile.

"Mis papás son muy artistas y desde chico fui una especie de niño sobreestimulado. Siempre me tenían dibujando o haciendo cosas parecidas. Además, yo era muy inquieto y el movimiento te lleva a crear, a hacer cosas. Cuando tenía como 13 años hacía muchos bocetos, pero me di cuenta de que no era muy bueno para eso. Lo que sí tenía eran historias que daban vueltas en mi mente, producto de lo que leía. Eso hizo que fuera surgiendo una sensibilidad hacia lo ficticio… hasta que llega el momento en que uno se desespera y quiere lanzarse a escribir", señala Tristán.

-¿Qué dinámicas se dan entre un escritor y cultor de las matemáticas, un arquitecto y una escultora?

-Somos una familia que siempre anda en tantas cosas. Mi papá pasa viajando, está metido en ene proyectos. Ahora último a mi mamá le ha tocado hacer muchas esculturas. Las conversaciones en la mesa son de locos. Estamos hablando de algún tipo de madera y, de repente, mi papá empieza a divagar sobre una puerta, yo me pongo a transmitir sobre algún cálculo o sobre del libro y mi mamá menciona las esculturas. Es bien raro y a veces nada tiene coherencia. Son conversaciones cruzadas. En la cocina tenemos un pizarrón, donde a veces dibujo un gráfico, mi papá hace planos y les saca fotos y mi mamá deja recados.

Érase una vez…

Tristán tenía unos ocho años cuando un amigo le regaló las Crónicas de Spiderwick, una serie de libros infantiles protagonizada por dos gemelos que descubren que su casa está plagada de seres sobrenaturales. Esa fue la génesis de la senda que lo llevaría a convertirse en escritor: "Ahí me empecé a adentrar en el género. Luego salté a Las crónicas de Narnia y después a El señor de los anillos. Uno se queda en este tipo de mundos y al leer se sueña mucho. Pero en mi caso ese sueño no se quedó sólo en eso. Tuve la necesidad de sacarlo".

La otra gran influencia provino de Asia, de un país que él considera como su favorito de todos los que ha visitado: Japón. "Veía mucho animé, como Bleach, One Piece, Inuyasha. Las series niponas en general son más profundas que las occidentales y, por ejemplo, incluyen reflexiones sobre el diálogo entre los elementos, entre el aire, el fuego, la tierra y el agua. Eso también está presente en el libro", señala. En el animé fue donde también encontró, casi por casualidad, la inspiración para guiar a Anígoran en la clásica senda del héroe. La misma ruta de exploración, caída y resurgimiento que también siguieron Frodo en El señor de los anillos y Luke Skywalker en Star Wars.

"Hay una secuencia donde, por ejemplo, Anígoran está en la cárcel y debe enfrentar varias lecciones. Tengo que admitir que cuando escribí el libro ni siquiera sabía qué era la senda del héroe, pero hoy me doy cuenta que historias como la de Dragon Ball tienen mucho de eso. Goku tiene que vencer villanos todo el rato. El animé tiene mucho de eso, de aprender. Las pruebas que tiene que pasar Anígoran le ayudan a conocerse", asegura Tristán.

-¿También fuiste aprendiendo de ti mientras escribías?

-Yo mismo soy bien parcelado. Casi se podría decir: ahí va el Tristán deportista porque practico atletismo en la universidad, por allá va el Tristán matemático y por acá el Tristán escritor. En realidad, la historia de Anígoran sirve para ver la manera en que las cosas de la vida nos van impregnando. Uno siempre está recibiendo estímulos, que luego procesamos y de eso sale algo nuevo, distinto y fascinante.

-¿Esa capacidad de cautivar explica por qué la fantasía se ha vuelto tan popular?

-Es un género súper entretenido para los jóvenes y adolescentes. Es una forma de liberarse, de transportarse a otro mundo y liberarse del sistema en general, de la vida. De huir un poco de las responsabilidades. Además, son historias muy ricas para convertirlas en series de televisión. Me acuerdo que hace años la gente empezó a leer Las crónicas de Narnia por la película. El cine y plataformas como Netflix impulsan ciertos géneros. Tengo suerte que hoy la fantasía sea exitosa.

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El autor junto a su libro (Crédito: Roberto Candia).[/caption]

La historia de La última fracción parte con la derrota de Dóhernaz, cuyo cuerpo es separado en 36 partes que se desvanecen en haces de luz. La primera en desaparecer es el cerebro, luego el estómago y los pies. Con el paso de los siglos, esos fragmentos o fracciones se van reencarnando en diversos personajes y criaturas. "Hay un ejercicio al plantear que un elemento no puede ser el todo. En eso existe un pequeño juego matemático que me divertí haciendo", dice el autor.

- Más allá del título, ¿qué otros nexos existen entre el libro y tu faceta más numérica?

-Hay algunas escenas en las que se presentan algunas reflexiones matemáticas, pero más que eso creo que la forma inconsciente de armar esta historia tuvo mucho de lógica causal y matemática. Mi cerebro está estructurado de esa forma y, aunque a primera vista no lo parezca, eso ayuda a darle coherencia a una historia. Fue una especie de ejercicio de matemáticas relacionales, de enlazar elementos para que tuvieran sentido.

Los números, al igual que la épica fantástica, se apoderaron tempranamente de la mente de Tristán. Hoy recuerda que aprendía de inmediato y por eso se ponía a conversar con sus compañeros de la Alianza Francesa, hasta que los profesores le llamaban la atención. "Las matemáticas me salían fáciles… son tan bonitas. Además, en mi colegio les dan un enfoque mucho más inteligente. Se preocupan mucho menos de geometría, que para mí es una lata, y se enfocan mucho más en funciones, en variabilidad, en límites. En ingeniería uno está todo el rato derivando... es como jugar un poquito".

-¿Alguna vez quisiste seguir los pasos de tus papás?

-Nunca me tincó arquitectura… quedé chato. En la presentación del libro, mi tía Sandra contó que las ciudades y los escenarios del libro revelan que tengo sensibilidad con los materiales, por el lado de mi mamá, y por las construcciones, por parte de mi papá. Muchas veces él me pregunta qué opino de una casa o un edificio. Cuando era chico iba mucho a distintas casas y desarrollé un ojo para eso, pero llegó un momento que fue tanto que dije "chao con esto". No estudié ninguna carrera creativa, pero las matemáticas sí tienen bastante intuición, igual que este libro.

La aprobación del clan

Ese instinto le ayudó a darse cuenta de varias cosas durante la redacción. Una de ellas fue el tipo de personalidad que quería darle a Inaza, una joven noble que se hace amiga de Anígoran y se atreve a desafiar los moldes de su casta. "Para mí, una mujer atractiva jamás sería alguien que se queda esperando a que la salven. El tema de la belleza física pasa a segundo plano. Inaza es una mujer potente, con mucha personalidad. Si no fuera así, para mí no tendría sentido que fuera protagonista. Y aunque la historia gira en torno a Anígoran, en algunas cosas que tengo pensadas para más adelante me interesa mucho ver cómo ella evoluciona", señala Tristán.

El autor también entendió que necesitaba la retroalimentación de su familia: "Soy muy afortunado del nivel de inteligencia de mis papás. Él es súper racional, mi mamá es muy intuitiva, muy visual, muy 3D. Con ellos la relación casi siempre fue de amigos o de pares". Ellos leyeron el manuscrito que presentó a la editorial SM cuando tenía 17 años, al igual que su tía, la periodista Sandra Radic: "Ella fue bien chora. En mi familia si encuentran que algo es horrible simplemente te lo dicen. Soy bastante bueno para las faltas de ortografía y mi tía me corrigió bastante".

Tristán incluso le leyó algunos pasajes a su abuela materna, a quien los Radic llaman Yayi: "Ella me preguntaba por qué había escrito de cierta forma una escena o me interrogaba sobre qué iba a pasar después". Tampoco se olvidó de su hermana menor Olivia, de 15 años. A ella le dedica el libro, y en su lanzamiento esta semana se quebró al mencionarla. "Ella básicamente en los espacios que está es muy presente, a pesar de lo ausente que podría ser. Quizás es un ancla para nosotros tres, una manera de quedarse en la realidad que es muy fuerte. Es un alivio emotivo muy grande para la familia. Su presencia es muy potente... tiene una mirada viva, intensa", dice.

Tal como ocurrió hace años cuando terminó su estreno literario, en el verano que se aproxima Tristán volverá a poner manos a la obra. Ya tiene pensada una secuela para La última fracción y, al igual que Anígoran, está a la expectativa de qué le depara el futuro.

-¿Dónde te ves de aquí a diez años?, ¿cómo un escritor o un académico dedicado a las matemáticas?

-Creo que soy de esas personas irresponsables de este siglo, que no se dedican a pensar qué van a hacer en el futuro, pero que hacen bien las cosas ahora. Cuando estaba escribiendo el libro no le conté casi a nadie, porque no me gusta adelantar lo que voy a realizar. Prefiero ir encontrándome a mí mismo y no ponerme metas que quizás no voy a cumplir. Al final en la vida uno va moviéndose en lo que le resulta más. Por ahora, la escritura va muy bien, igual que las matemáticas. Ojalá que no tengan que chocar.

La última fracción (@laultimafraccion en Instagram)

Autor: Tristán Radic

Ilustración de portada: Luis Inzunza

Editorial: SM

Páginas: 424

Precio: $ 11.900

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