"Me perdí por amor en la montaña y por suerte me encontraron"

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#CosasDeLaVida "Estuve cinco días y cuatro noches perdido. Grabé una despedida en mi cámara digital por si fallecía. Me tendí en el suelo, miré al cielo y verbalicé culpas que nunca había dicho. Después lloré desconsoladamente".


Fui prioridad nacional de rescate en 2014, aparecí en todos los medios de comunicación y al segundo día ya se hablaba de las nulas posibilidades de encontrarme con vida. Todo fue por amor; a continuación cuento mi historia.

Tengo 32 años y desde siempre me han gustado las montañas, aunque recién a los 20 subí una por primera vez. La experiencia que iba acumulando me dio la confianza para realizar ascensiones en solitario. En paralelo, pololeaba con una compañera de liceo que conocí en tercero medio. Once años después, cuando yo tenía 27, terminamos tras un largo periodo de desgaste e intolerancia mutua. La ruptura fue abrupta: un día peleamos, pidió un flete, empacó sus cosas y se fue de la casa donde convivíamos. Además, cambió número telefónico, correo electrónico y me bloqueó de todas las redes sociales.

Pasó un año y no podía olvidarla. Por eso quise reconquistarla y se me ocurrió un plan: tomarme una foto en la cima de tres cerros que están juntos: el Minillas (2.467 metros), Tarapacá (2.494 metros) y Punta Damas (3.149 metros), con un letrero en cada uno que completara la frase "Lidia te amo". Todo esto lo debía hacer en un día y grabarlo para después viralizarlo en redes sociales. Para la epopeya sólo llevé un pantalón de trekking, zapatillas normales, polera, polerón, parka, gorro y guantes; no tenía saco de dormir ni carpa. Llevé 1,5 litros de agua, 2 barras de cereales, 2 manzanas y un plátano.

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Miguel Valero en su expedición de 2014. Foto: Gentileza Miguel Valero[/caption]

Antes de que subiera, los noticieros hablaban de una ola polar en Santiago, pero no les presté atención. Partí a las 7 de la mañana de la última semana de mayo. Subí hasta las cimas del Minillas y el Tarapacá, pero cuando me dirigía al Punta Damas empezaron los problemas. Ya era tarde -las 16.30 en horario invernal- y había mucha nieve y viento blanco. Previendo que no lograría mi epopeya, seguí caminando dificultosamente y aguantándome la frustración. El clima empeoró, me escondí del viento tras una roca para centrarme mentalmente y vi una quebrada por la cual creí poder bajar.

Sin embargo, después de caminar bastante tiempo sentía que no descendía. La luz se estaba yendo. Me negaba a asumir que estaba perdido. Pero comencé a desesperarme, pisé mal y me hundí abruptamente. Caí hasta que sentí un golpe que me frenó: me di cuenta que estaba colgado sólo de un pie. Duró poco: se me salió la zapatilla y seguí cayendo. Cuando aterricé quedé inconsciente. Cuando desperté, moví mis muñecas, pies y todo estaba en su lugar. Afortunadamente pude avisar por celular a una amiga del Cuerpo de Socorro Andino que estaba perdido y herido.

En ese lugar pasé 4 noches y 5 días; era una especie de socavón que tenía una cueva entre arbustos con agua estancada. Ahí comí hojas, grillos y chanchitos de tierra; y tomé del agua estancada. El primer día intenté salir escalando una pendiente que casi me cuesta la vida. En la noche dormí abrazado a un árbol para no caerme. Al día siguiente, cuando desperté sentí un peso en los párpados que no me permitía abrir los ojos: acerqué mis manos y me di cuenta que tenía las cuencas oculares llenas de nieve. Decidí bajar, pero no pude. Esa noche se me congeló el celular.

Mi rutina para pasar las noches era la siguiente: metía los pies en la mochila, me recostaba y temblaba de frío hasta que me desvanecía de sueño, despertaba tiritando hasta que volvía a desvanecerme en sueño, y así hasta que amanecía. Un día cronometré mi rutina: eran 45 minutos de temblores y media hora de sueño.

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Miguel Valero junto a su amiga del Cuerpo de Socorro Andino. Foto: Gentileza Miguel Valero.[/caption]

Al tercer día, el calcetín de mi pie descalzo se desintegró. El hambre se hacía irresistible, eran puntadas al estómago que me obligaban a doblarme en posición fetal. La cuarta noche debía tomar una decisión: seguir ahí o devolverme. Era difícil, no sabía si me estaban buscando. Era una decisión de vida o muerte, ya que devolverme era peligroso, estaba débil y lesionado.

Cuando tomé la decisión de salir de donde estaba, grabé una despedida en mi cámara digital por si fallecía. Me tendí en el suelo, miré al cielo y verbalicé las culpas que nunca había dicho. Después lloré desconsoladamente. Entonces escuché un pito y vi a una persona del Socorro Andino; grité con todas mis fuerzas y sentí un dolor en mis costillas. Ese día me ubicaron, pero no pudieron llegar donde estaba porque era muy escarpado. En la tarde llegó el helicóptero, pero cayó neblina y suspendieron el rescate.

Me rescataron al mediodía del día siguiente, en helicóptero. Lo primero que me dijo el cabo Vera fue: "Todos pensábamos que veníamos a sacar un cadáver". Me trasladaron en una cuerda colgando hasta una cancha de rugby, pausaron el partido, me subieron a la cabina y llegué al Hospital Cordillera, en Puente Alto.

Finalmente, después de esa hazaña, recuperé a mi polola. Ella entendió lo que hice, le impactó y no supo qué decirme más que agradecerme. Le costaba un poco expresar en palabras lo que sentía al respecto. A los tres años volvimos a terminar.

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Valero siendo rescatado en 2014. Foto: Gentileza Miguel Valero.[/caption]

Hoy recuerdo esos días en que me perdí por amor en la montaña y, por suerte, me encontraron.

* Miguel es profesor de Filosofía y estudiante de postítulo en Religión.

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