Francisca es profesora jefe de prebásica en un colegio particular en Lo Barnechea. Hoy realiza 11 clases online a la semana, además de elaborar un cuadernillo, un video con ejercicios, guías para los alumnos, planificaciones semanales e informes para las familias. Normalmente, ella llegaba a las 7:50 a.m. al establecimiento y se iba a las 13:30 horas, menos un día que salía a las 5 p.m. “Ahora puedo estar hasta las dos de la mañana en el computador”, cuenta la docente, quien agrega que la pandemia le dio un giro radical a su rutina. “Quiero renunciar día por medio”, dice, más en serio que en broma.

”El primer mes y medio no dormía nada, de angustia, de no saber cómo funcionan las cosas, de no poder hacer participar a todos los niños, de no alcanzar a hacer las cosas”, confiesa Francisca. En julio, afirma, ya logra conciliar el sueño, pero todavía no descansa: “Me despierto en la mitad de la noche porque pienso, ‘¿agendé bien la clase?, ¿pedí los materiales correctos?’. O se me ocurren ideas, entonces me levanto de la cama y las anoto en post-it”, cuenta.

Testimonios como el de Francisca no son difíciles de encontrar en los establecimientos del país. La mayoría, eso sí, pide anonimato por temor a represalias, algo que se da sobre todo en colegios particulares pagados, donde la amenaza de los apoderados de dejar de pagar la mensualidad, por los cambios en el “servicio” entregado, han hecho que las escuelas les exijan a los docentes duplicar y a veces triplicar las clases en línea para así justificar el cobro.

Una encuesta hecha por el portal Educar Chile, respondida por 1.051 docentes y educadores entre el 19 de mayo y el 5 de junio, reveló que el 23% de ellos asocia la implementación de la educación a distancia con un estrés constante y un 20%, con aumento de presión.

“Mi sensación no es cansancio, es insipidez de sentir que estás haciendo lo mejor y le puedes dedicar toda tu cabeza, pero sientes que igual te quedas a medias”, dice la profesora Teresita Caraccioli.

“Como estado emocional, los profesores en general tienen preocupación y ansiedad”, explica la antropóloga Ana María Raad, exdirectora del portal Educar Chile y hoy al frente de EcosiSTEAM, un programa de la Universidad de Harvard para acelerar el aprendizaje. Para ella, esta realidad se da por la “combinación de rutinas, el aumento de la carga laboral y mucho tiempo de estarse adaptando y reinventándose sin mucha claridad tampoco de cuál es el siguiente paso”.  

Teresita Caraccioli es profesora de Biología del Liceo Amanda Labarca, en Vitacura, donde hace clases en seis cursos entre quinto básico y cuarto medio y, también, lleva la jefatura de un segundo medio. Ella además de ser docente es madre de Tomás, de apenas un año, y cuenta que se despierta todos los días a hacer clases y organizar su material mientras su pareja cuida a su hijo. “Cuando uno está con él, el otro está trabajando y cuando el otro está trabajando, uno lo cuida. Y después hay que hacer las cosas de la casa: aseo, lavar la ropa, cambiar las sábanas...”, así dice que se le pasa el día.

Pero a pesar de que la suya es una rutina de locos, cree que el cuerpo no le ha pasado aún la cuenta: “Mi sensación no es cansancio, es insipidez de sentir que estás haciendo lo mejor y le puedes dedicar toda tu cabeza, pero sientes que igual te quedas a medias”.  

La culpa

Raúl -quien no se llama así, pero pidió ser identificado con ese nombre- llegó en marzo desde Santiago a trabajar en un colegio subvencionado de Alto Hospicio. Si bien no era su principal motivación para irse de la capital, su nuevo plan de vida consideraba disfrutar de la playa y el clima de Iquique, pero nada fue así. “Pensaba meterme en un deporte playero, pero hoy sólo pensar en bajar a la playa me distrae”, cuenta, y agrega que desde que llegó a esta ciudad sólo pudo pisar un día la arena, un domingo de marzo cuando recién habían comenzado las clases.

“Ha sido muchísimo trabajo, yo diría que el doble o el triple de lo habitual”, opina Mario Aguilar, presidente del Colegio de Profesores.

En su establecimiento la mayoría son alumnos de escasos recursos, que muchas veces presentan problemas de conectividad en las clases a distancia. “Me estresa enseñar así, es una pega super de asistente social porque tienes que estar ‘persiguiendo’ a las familias, ya que hay algunas que tienen un montón de problemas. Hay mamás que me dicen que no tienen cómo conectarse a la plataforma del colegio, porque es pagar internet o la luz. ¿Cómo no le voy a decir que no se preocupe por las tareas de su hija?”, reconoce, al reflexionar sobre el escenario que ha extendido sus jornadas de trabajo. “Estoy viviendo con culpa. Cada vez que quiero ver una película ya son las 10 de la noche, pero estoy subiendo algo del colegio”, explica.

Este tipo de reportes han llegado al Colegio de Profesores. Según Mario Aguilar, presidente del organismo, esto sucede porque nadie -ni el Ministerio de Educación ni los sostenedores ni los profesores ni los alumnos-, estaba preparado para la educación a distancia, lo que ha resultado en más trabajo para los docentes. “En los hechos, el profesor trabaja y sigue conectado a veces hasta altas horas de la noche, porque hay familias donde los padres trabajan y en la noche recién pueden consultar, llamar, enviar un WhatsApp o un correo electrónico y hay que responder. Ha sido muchísimo trabajo, yo diría que el doble o el triple de lo habitual”, opina Aguilar.

El dirigente dice que si bien no manejan cifras sobre la incidencia del estrés o de licencias médicas en el profesorado, éstas deberían aumentar en relación con el período anterior a la pandemia. “Preliminarmente, me atrevería a decir que va a haber un alza en las tasas habituales de licencias médicas porque se está reportando muchísimo estrés, agobio, agotamiento y cansancio”, comenta.

Alguien que podría engrosar este registro es Alejandra, guía de salón -algo así como la profesora jefe- en el preescolar de un colegio Montessori del sector oriente de Santiago. Ahí ha debido adaptarse, modificando su metodología de educación a la pantalla y lidiando con padres que reclaman que el trabajo que hace es insuficiente para educar a sus hijos, una dinámica que ha impactado en su salud. “Me ha generado un montón de alergias, me ha dado dermatitis nerviosa, se me empezó a caer el pelo, duermo mal todas las noches y tengo como un cansancio generalizado”, reconoce la docente, quien para contrarrestar estos problemas comenzó a meditar y a hacer rutinas de ejercicios de media hora.

”Creemos que el uso de las tecnologías de teletrabajo va a generar también un compromiso mayor de la salud mental de los profesores”, opina Dante Castillo.

Ella dice que detenerse tampoco es una alternativa, porque de la dirección del colegio le piden atender las solicitudes de los padres sin mucha posibilidad de queja. “Al final tengo la presión de que esto tiene que salir sí o sí porque necesito la pega. Esa es una de las grandes presiones que tenemos hoy los profesores porque nadie puede decirle que no al trabajo”, explica.  

Si bien no existen cifras sobre el momento de la salud mental de los profesores, pronto las habrá gracias a un estudio pedido por el Colegio de Profesores y que está realizando el sociólogo y doctor en educación Dante Castillo, director del Centro de Estudios e Investigación Enzo Faletto de la Facultad de Humanidades de la Usach. Ahí medirán dos tipos de expresiones sicosociales en los docentes: la tecnoansiedad -la vinculación emocional con el uso de las tecnologías- y la tecnofatiga -los sentimientos de cansancio y agotamiento mental y cognitivo asociados a su uso-.

Las preguntas se les están haciendo llegar actualmente a profesores de educación básica y media de establecimientos municipalizados, subvencionados y particulares pagados y los resultados que serán publicados durante este mes serán homologables a trabajos que se están haciendo en universidades de España, Francia y Brasil. Castillo cuenta que hizo un estudio preliminar en noviembre del año pasado, en el contexto del estallido social cuando algunos establecimientos debieron recurrir a clases online. Los resultados mostraron que un 11% de los docentes manifestó algún tipo de patología de alta intensidad. O sea, estaba tecnoansioso o tecnofatigado.

”En este nuevo estudio, el porcentaje de profesores con alguna patología va a ser mayor por temas de agotamiento emocional. Creemos que el uso de las tecnologías de teletrabajo va a generar también un compromiso mayor de la salud mental de los profesores”, opina Castillo, y explica que este instrumento lo están pensando para prepararse y adelantar los escenarios para cuando ocurra la vuelta a clases presenciales.

Ilustración: Camila Aravena

Jorge Poblete, subsecretario de Educación, dice que en el ministerio están periódicamente levantando las inquietudes y preocupaciones de la comunidad educativa. “Los cambios y adaptaciones que han tenido que hacer los profesores durante este período nos han impulsado a realizar diversas iniciativas de contención y apoyo socioemocional para nuestros docentes”, explica.

En ese sentido, destaca que la semana pasada lanzaron la “Bitácora para el Autocuidado Docente”, una herramienta de trabajo personal, voluntario y autónomo para que los profesores puedan desarrollar su propio aprendizaje socioemocional. “Esta herramienta también ayuda a la regulación de las emociones y entrega recomendaciones específicas para trabajar la motivación, la recuperación de energías y, así, avanzar hacia el bienestar socioemocional”, dice Poblete. Esta medida se suma a un ciclo de conferencias online lanzadas hace algunos meses por el ministerio y que están destinadas específicamente al desarrollo socioemocional de todos los actores de la comunidad educativa.

En esa cancha emocional le ha tocado jugar mucho en estos meses a Isabel, profesora de prebásica en un colegio en Cerro Navia, que, además de las actividades académicas, tiene que llamar por rutina una vez a la semana a los apoderados de sus 28 alumnos. “El otro día me llamó una apoderada a las 20:30 horas y yo pensé que era por algo importante porque lloraba y lloraba, pero era para contarme algo nada que ver, sobre un accidente de tránsito”, recuerda la docente y agrega otra “anécdota” sobre lo mismo: “Me pasó con una apoderada que me decía ‘tía, yo estoy super mal emocionalmente, mi hijo me ve mal y él también está estresado’. Ahora me di cuenta de que tengo que estar preguntando cómo está el niño y cómo está él o ella, porque de eso también depende el aprendizaje de mi alumno”.  

Para Ana María Raad, esa responsabilidad emocional es otro de los factores que se suma al cansancio de los docentes. “En este momento también se ha potenciado o amplificado ese rol porque también están haciendo de resorte emocional con los niños y de la comunicación con las familias”, afirma la experta.

”Hay muchos papás que dicen ‘para eso te pago, lo mínimo es que hagas algo’... ¿Los colegios? Toman una postura de servicio al cliente, de ‘estamos para servirle’. Las decisiones de aumentar las clases en línea las toman por estos reclamos, jamás se ha hecho una encuesta al profesorado, pero sí a los apoderados”, dice Paula.

Isabel cuenta que no duerme bien, termina de trabajar y a las 19:00 horas empiezan los WhatsApp de los papás que le envían las tareas y muchas veces le piden consejos. Dice que duerme en la pieza que convirtió en una sala de clases y que habla con sus amigos por donde mismo se comunica con los apoderados. “No hay separación de trabajo y vida privada”, se queja.  

El cliente siempre tiene la razón

Paula enseña Lenguaje y Ciencias Sociales a niños de segundo y tercero básico en un colegio particular de Las Condes, y tiene claro cuál ha sido su mayor problema en este período: “Me causa una contradicción hacer clases a través de una pantalla; estoy violando mis principios porque sé que no les hace bien a los niños”, dice, y después detalla un trance que han vivido muchos profesores de colegios privados. Cuenta que partieron con dos clases online a la semana, pero los apoderados reclamaron argumentando que no estaban recibiendo un servicio al nivel de lo que pagaban y un día el gerente de finanzas del establecimiento los llamó a una reunión.

”Comparó la situación del colegio con la de Latam. ‘¿Vieron lo que pasó ahí? Nosotros no quisiéramos llegar a algo así’, nos dijo. Fue una especie de amedrentamiento que me pareció super evidente”, recuerda la docente al referirse a una situación que, según afirman algunos profesores, ha ocurrido en varios establecimientos. “Hay muchos papás que dicen ‘para eso te pago, lo mínimo es que hagas algo’... ¿Los colegios? Toman una postura de servicio al cliente, de ‘estamos para servirle’. Las decisiones de aumentar las clases en línea las toman por estos reclamos, jamás se ha hecho una encuesta al profesorado, pero sí a los apoderados. Nadie nos ha preguntado nuestra opinión como expertos en educación sobre tener a niños de tercero básico 45 minutos frente al computador. Pero al cliente sí se le pregunta”, alega Paula.

Desde el Colegio de Profesores, Mario Aguilar dice que se trata de un fenómeno que han visto recurrentemente. “Hay colegios pagados que tratan de mantener la ‘clientela’ o el ‘servicio’, que son dos conceptos que para mí están muy distorsionados respecto de lo que debe ser la educación. Han ejercido muchísima presión hacia el profesorado para que responda mensajes a toda hora y estar poco menos que 24/7 conectado y disponible”, opina.

“Llevamos cuatro meses en este ritmo, después de tener unas vacaciones ridículas que se pusieron cuando no eran necesarias. ¡Las necesito ahora!”, comenta Pilar, profesora.

Esta mirada más economicista de la educación es denunciada por algunos docentes. Francisca -la profesora de un colegio de Lo Barnechea con que partía el artículo-, recuerda que “al principio teníamos cuentas de Zoom gratis y a la media hora se nos cortaba la clase, entonces no alcanzábamos a despedirnos o a explicarles algo a los niños”. Si la clase se acababa sorpresivamente las profesoras enviaban un mensaje a los apoderados pidiendo disculpas y un mensaje de despedida a los niños para que entendieran que se terminaba la clase. Aunque a los receptores, esto no siempre les caía bien. “Las que ponen la cara para todos esos errores somos nosotras. Entonces, nos dicen que las profesoras cortamos las clases, cuando es el colegio el que no es capaz de pagar Zoom; que las profesoras son las que agendan mal las clases, cuando en realidad la plataforma es la que falla; que los niños se aburren porque la rutina es todo el rato igual, cuando el colegio no nos permite hacer más clases u ocupar otras herramientas”, se queja.

Ana María Raad dice que la visión de los educadores en Latinoamérica es bastante distinta a la del mundo anglosajón y al europeo. “Ahí tienen un reconocimiento, una admiración y una valoración de la profesión de los docentes. Aquí estamos acostumbrados a tener una relación más bien de exigencia de servicios educativos y muy poca comprensión del rol del profesor”, explica.

Ante esta presión han surgido iniciativas como la campaña #RecesoPedagógico, iniciada desde organizaciones de docentes, con el argumento de que las vacaciones de invierno que fueron adelantadas por el Ministerio de Educación y que se extendieron entre el 13 y el 24 de abril no sirvieron para aplacar el cansancio de los docentes.

Una de las que plantea eso es Pilar, profesora de Arte en un colegio de Las Condes. “Llevamos cuatro meses en este ritmo, después de tener unas vacaciones ridículas que se pusieron cuando no eran necesarias. ¡Las necesito ahora! En otros colegios van a dar semanas, pero sin avisarles a los papás porque si no, van a alegar. Ojalá que este artículo remueva el alma de las personas y digan: ‘es que se lo merecen’”, exhorta la docente.  

“Hay que darle certidumbre al sistema. Tanta incertidumbre es parte del agotamiento, porque no se sabe si se vuelve o no; eso genera un estrés adicional muy fuerte”, opina Aguilar.

Según Raad, este cansancio del profesorado es una realidad mundial, tal como lo reportó un estudio hecho por la Universidad de Harvard con la OCDE que dio cuenta de profesores sobrepasados en distintos países. “No hay una disposición ministerial respecto a las vacaciones y hoy hay colegios que han decidido entregar unos días y otros que no lo han hecho, pero ahí no tengo una respuesta oficial. Lo que sí está clarísimo es que se requiere por lo menos un tiempo de descanso, no sólo para los niños, sino para los profesores. Eso es transversal a los colegios privados y públicos, porque cuando se tomó la decisión de adelantar las vacaciones de invierno no se veía este escenario en julio”, opina la antropóloga.

En ese sentido, desde el Colegio de Profesores explican que ya le hicieron una petición formal al Ministerio de Educación para que se concrete un receso durante este mes. El subsecretario Poblete afirma que “los establecimientos educacionales tienen la posibilidad, dentro de un marco flexible, de adecuar sus actividades durante el período de cuarentena. Esto podría significar, por ejemplo, un cambio de actividades, jornadas de reflexión del cuerpo docente, actividades de contención socioemocional, entre otras”.

Raad dice que hay una expectativa de que se dé una señal más formal o institucional con respecto a las vacaciones de invierno, “aunque eso signifique que el año escolar va a durar más tiempo, pero en realidad se recomienda llegar a puerto en buenas condiciones que hacerlo todos reventados”. Aguilar alude a otra razón importante para una nueva detención de las clases: disminuir la incertidumbre. “Hay que darle certidumbre al sistema. Tanta incertidumbre es parte del agotamiento, porque no se sabe si se vuelve o no; eso genera un estrés adicional muy fuerte”, comenta el presidente del Colegio de Profesores.

Un agotamiento al que no se acostumbran los docentes y que algunos aseguran les ha dejado un “trauma”. Pilar -la profesora de Arte de un colegio de Las Condes- cuenta que a pesar de los vaivenes que han tenido en los últimos meses aún tienen formas de distraerse. En su caso se reúne virtualmente algunas noches con otras docentes a través de videollamada, un canal que no a todas les gusta: “Tengo una amiga que es del grupo y siempre le aviso que nos vamos a juntar por Zoom, pero me responde ‘llevo 12 horas frente a la pantalla, por favor no hagamos un encuentro por ahí... no quiero saber de Zoom ni de Meet ni de nada’. Así estamos”.