Roberto Merino

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Es escritor. Su padre, Fernando, era un pequeño industrial: fabricó desde lámparas para teléfonos hasta alarmas contra temblores. Murió en 1989.


Amado papá:

Me parece que los muertos están mejor informados que nosotros, de modo que no tiene sentido hacerle un resumen de lo que ha pasado desde 1989 hasta hoy. Cuando usted murió -según nos dijeron sin darse cuenta- tenía la edad que tengo yo ahora y a veces me pregunto si esa cifra, esa marca en la cronología no es acaso una valla que sortear. En esta dubitación me miran los ojos de Freud en la foto que había en la consulta de mi psiquiatra, quien le dio tanto protagonismo a usted en las sesiones y llegó a ser incluso muy cruda en la descripción de sus imposibilidades, de su misantropía, de su no salida al mundo. En todo caso se hubieran llevado muy bien de haberse conocido. En algo incidiría el pelo de ella y su forma de mirar. Una sonrisa en el saludo y hubieran estado de acuerdo en todo.

Con el tiempo hasta el psicoanálisis se deshilacha. Lo que parecía apremiante deja de importar, todos los involucrados en los cahuines de la psicología familiar terminan muertos y olvidados, "superados por las circunstancias".

Mi mamá aún se emociona al recordar una tarde, cuando ambos eran muy jóvenes, en que lo miró largamente mientras dormía y lo encontró muy hermoso. Lo dice tan vívidamente como si esa belleza juvenil irradiara hasta ahora.

He soñado o me han dicho que se le ha visto algunas veces en Punta de Tralca, de lo que infiero que el amor lo puso en esas playas y esos bosques y en el viento terrible de las noches y en el verde invierno y los extensos y polvorientos veranos. Nada de eso nos pertenece ya y sin embargo yo también vago mentalmente por los roqueríos, me interno al anochecer por la calle Lobos Tranquilos, compro pan caliente en Asturias y saludo a la vieja de las vacas. Concretamente todo está empobrecido y arrasado, pero los muertos flotan en unas capas de pasado de distintos espesores, ahí gravitan los días soleados de la juventud, de la felicidad o de la esperanza.

Por ahí nos topamos luego, papá, en esa zona donde se pasa de una dimensión a otra.

Roberto

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