Ahora le toca al Ecuador




Es una lástima que las elecciones presidenciales del Ecuador, cuya primera vuelta tendrá lugar el domingo 19, no atraigan mayor atención internacional.

Deberían hacerlo, ahora que el mundo está aquejado del sarampión populista.

El dato más importante: se disipó el espejismo. Las encuestas dicen que un 70 por ciento del país pide cambios de gran envergadura. Aunque el oficialista Lenin Moreno lleva la delantera, tiene un tercio del voto. Guillermo Lasso, el empresario y banquero exitoso que va segundo, o Cynthia Viteri, la socialcristiana que va tercera, serán rivales con altas probabilidades de triunfar en una segunda vuelta.

Correa se sacó la lotería petrolera cuando llegó al poder. Como han mostrado en un artículo Gabriela Calderón utilizando estadísticas de Pablo Arosemena y Pablo Lucio Paredes, el gobierno populista ha recibido la mitad de todos los ingresos petroleros percibidos por el Estado ecuatoriano desde 1972, cuando empezó a exportarlo en grandes volúmenes. Pero el peso elefantiásico del Estado populista sólo permitió un crecimiento económico entre 2007 y 2014 similar al que se había dado en los seis años anteriores, cuando no existía la bonanza que le cayó a Correa del cielo.

¿Qué hizo con tanto dinero? Malgastarlo, como buen populista. Durante un tiempo eso le dio popularidad y un voto cautivo. El gasto público llegó al equivaler a casi la mitad del PIB, algo insólito para un país latinoamericano. Como suele suceder, no le bastó y por tanto se endeudó: la deuda casi se cuadruplicó. Si un gobierno no populistas estuviera gastando tanto en servir esa deuda, sería destrozado por la oposición populista, que lo acusaría de entreguista y traidor.

Ecuador entiende ahora mejor lo artificial de laquella farra populista. El país no creció en 2015 y tuvo crecimiento negativo en 2016, mientras algunos de sus vecinos, como el Perú, con sistemas un poco más liberales, registraron varios puntos porcentuales de crecimiento. El panorama para los próximos años es sombrío.

Si ése fuse el único legado, sería grave. Pero hay el otro, que no se mide en cifras: la devastación institucional, la erosión sistemática de la democracia liberal. Pocos países de la región han sufrido mayor persecución contra la libertad de prensa en años recientes.

Correa se hizo reelegir porque, como tantos populistas de la última década y media, cambió las reglas de juego y manipuló las instituciones a su antojo. Pero la repulsa ciudadana alcanzó niveles suficientes como para que aceptara, a regañadientes y en medio de consantes amenazas de revertir la decisión, no presentarse a una nueva reelección este año. Aspira, lógicamente, a que su candidato, Moreno, lo suceda en el cargo para preservar su "Revolución Ciudadana", como llama a su régimen populista autoritario, corrupto y económicamente antimoderno.

La tarea de la oposición será, pase quien pase a la segunda vuelta con Moreno este 19 de febrero, unirse para derrotar al oficialismo. Derrotarlo quiere decir hacer lo que ya ha ocurrido por distintas vías en otros países latinoamericanos: dejar atrás el sarampión, es decir la infancia política, y empezar la complicada labor de adultos que implica sentar las bases para el desarrollo.

Es un error creer que Ecuador nos queda lejos a los que no somos ecuatorianos. América Latina necesita dar de una vez el salto adelante. Mientras haya regímenes como el ecuatoriano, aun si su tamaño demográfico y económico no es de los mayores, la región verá su imagen afectada y su prestigio lesionado.

Otros latinoamericanos –por ejemplo, los argentinos, los brasileños— han despertado del largo letargo populista. Ahora le toca al Ecuador. Prestemos mucha atención.

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