Algo va mal




Lo bueno es que cada vez existe más información sobre el bienestar social, se han creado indicadores más elaborados, menos gruesos, para conocer mejor el desarrollo social, incluyendo las percepciones subjetivas sobre el bienestar individual y familiar, de manera tal que podemos conocer mejor los progresos existentes en la situación social de las personas, más allá de los estados de ánimo generalizados que se conforman muchas veces sin base real en los hechos, o como suele decirse ahora, a través de posverdades en gran parte mentirosas.

Esta información permite, además, establecer comparaciones a nivel regional y global con un nivel de aproximación razonable.

Si eso no existiera, quienes insistimos en afirmar que desde el regreso a la democracia Chile ha progresado enormemente y que la sociedad chilena, más allá de sus muchos problemas aún sin resolver, sus rémoras de desigualdad y los abusos e injusticias que aún perduran, nunca estuvo mejor en toda su historia, nos convertiríamos en bichos aún más raros, en orates que merecen solo ser acallados.

Pero las cifras de progreso social de diferentes fuentes, tanto nacionales como internacionales, que tienen una credibilidad más allá de toda sospecha, nos muestran repetidamente esos avances, en algunos casos más lentos, pero casi nunca muestran retrocesos.

Ello, sin embargo, tiene poco efecto sobre el extendido síndrome de Casandra que reina en el país, anunciando no sólo desastres futuros, sino presentes y pasados de manera categórica, esférica, sin matices, describiendo una situación social infernal y desesperanzadora. Este síndrome no tiene domicilio político fijo, puede venir desde la derecha o desde la izquierda.

El tono de la derecha, al menos el que expresa su movedizo candidato presidencial, es áspero, hiriente, sin concesiones, alimentado -claro está- por un gobierno algo noqueado, con poco respaldo y muchos errores a su haber.

Ello alienta en la derecha una visión conquistadora y triunfalista cerradamente negativa, que considera al actual gobierno como la causa de todos los problemas y más aún, de todos los males, incluso de las catástrofes naturales, proponiendo, en consecuencia, echar marcha atrás en todo como alternativa. ¡Volvamos a los negocios sin trabas, volvamos a las recetas del "modelo" y todo marchará como miel sobre hojuelas! Le falta sólo decir que sería conveniente un buen sahumerio.

Ese discurso simple y con ribetes restauradores hace recordar la frase de ese viejo gran zorro de la historia política llamado Talleyrand cuando dijo "Ils n´ont ríen appris… ni ríen oublié" (no aprendieron nada… ni olvidaron nada), refiriéndose a la nobleza borbónica que regresaba a Francia después de la Revolución y de Napoleón Bonaparte, como si nada hubiera pasado, con la misma arrogancia.

En estos cuatro años, en Chile no ha habido, por cierto, ni revolución, ni tampoco la grandeza constructiva o destructiva de Napoleón, sólo se han llevado a cabo algunas reformas que eran necesarias, pero cuya ejecución se realizó de manera cacofónica y con escasa receptividad de la gente, acompañadas de un lenguaje algo crecido.

El país no ha dado pasos gigantescos, pero tampoco está al borde del abismo.

Por ello, resulta desmesurado proponer una suerte de restauración como si estuviéramos respirando con dificultad y gravemente enfermos, para lo cual se nos propone remedios ya vencidos para recuperar la salud en los próximos años y ponernos orondos y rozagantes.

En todo caso, resulta sorprendente que quien dirigió un gobierno más bien anodino pueda arrogarse esa pretensión.

Pero también, al menos una parte de la centroizquierda, tiene una baja sintonía con los hechos reales.

Sin preguntarse si los problemas del actual gobierno no tienen que ver más bien con el abandono de un método reformador que combinaba sin palabras altisonantes la preocupación simultánea por el crecimiento y los avances sociales, algunos piensan que al gobierno no le fue bien porque las reformas fueron tímidas, porque no se cambió "el modelo", y de lo que se trata es de poner el pie en el acelerador haya o no haya bencina, reemplazando el apoyo mayoritario por generosas cucharaditas de lucha de clases que nos lleven a una polarización política, escenario en el que se sienten cómodos.

Otros van más allá e impulsan un izquierdismo variopinto y pimpante, coincidiendo curiosamente con el momento en que "la razón populista" va en retirada en la región.

A este cuadro se le suman cálculos electorales desprovistos de toda nobleza, particularismos y defensas de feudos clientelares que son campo propicio para el bochinche, las frases asesinas y el insulto.

Así las cosas, poco espacio queda para una propuesta de reformismo gradual y bien pensado, para un debate en que prime la reflexión y no la pura emoción y las pulsiones sociales que, por supuesto, forman parte de la política, pero que cuando ocupan todo el escenario favorecen la demagogia y la ensoñación irresponsable, cosa que suele terminar mal.

Es por ello que a quienes encarnan un camino responsable les cuesta levantar vuelo. Son como aviones muy buenos, con tecnologías avanzadas y pilotos que saben cómo y dónde conducir la nave, pero que están carreteando en una pista de tierra, con hoyos y piedras, con poco ancho y poco largo. No la tienen fácil.

Entre tanto, la gran mayoría de la gente está ausente, indiferente, no presta demasiada atención a lo que sucede.

Aunque sus vidas tienden a cambiar para mejor y así lo reconocen cuando responden sobre cosas concretas, sus opiniones generales están marcadas por el desencanto, por los escándalos, por la neblina informativa.

Eso es lo que queda en el oído y que les repiten hasta la saciedad algunos comunicadores y humoristas, unos de profesión y otros que lo parecen aun cuando hablen en serio.

Algo va mal se titula un libro del gran historiador británico Tony Judt, fallecido muy tempranamente, refiriéndose a la situación mundial, que ya mostraba hace algunos años el deterioro del cual somos testigos en el presente. Sí, algo va mal también en un país donde predominan el gruñido y la descalificación, el gesto adusto y la desconfianza exacerbada.

Donde se aprecia tan poco lo alcanzado, donde la palabra acuerdo es denostada con sarcasmo, donde la construcción de futuro se piensa solo como una acumulación de derechos sin sus deberes correlativos, donde la codicia penetra delictualmente a la institución mejor valorada por los chilenos, quizás en parte porque hoy el dinero es casi la única medida de éxito que cuenta.

Algo va mal, no porque pensamos diferente, benditas sean las diferencias, que aseguran la vida democrática, sino porque parecería que hemos perdido un mínimo común compartido que nos permita un camino de avance gradual, progresista y sólido en un mundo cada vez más complejo.

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