Cuba




Algo tiene Cuba que influye de una manera que no guarda proporción con su tamaño y riqueza -habría que decir pobreza si de lo material se trata- desde mucho antes de la revolución que llevó al poder al régimen comunista de Fidel Castro. Cuna de muchos de los mejores escritores de América Latina, en la primera mitad del siglo XX fue tanto expresión de la mejor cultura del Caribe, como domicilio de los vicios que recibió desde Estados Unidos.

La caída del régimen de Batista convirtió la isla en un enclave estratégico durante la Guerra Fría, desde allí se intentó exportar la revolución al continente. Prácticamente todos los países, y muy especialmente el nuestro, están marcados por su historia, por el liderazgo carismático de Fidel, del "Che Guevara", por los guerrilleros en sus uniformes verde oliva, que prometían al pueblo americano la liberación de las garras opresivas del capitalismo.

Mito y realidad se confunden, la épica y los crímenes se entrelazan hasta que cuesta distinguir dónde termina una y comienzan los otros. García Márquez, Neruda, Cortázar, viven la revolución, la visten de magia y parecen elevarla a los altares de la cultura latinoamericana; pero el exilio de Cabrera Infante o la persecución de Lezama Lima, caído en desgracia y cuya obra fue prohibida, nos recuerdan la opresión de una dictadura tosca en la que, al final del día, solo cabe la palabra oficial.

Como siempre sucede, con el paso de los años la realidad está terminando por imponerse al mito, el comunismo languidece y se muere con los octogenarios revolucionarios de entonces, que intentan contener la apertura inevitable que se avizora a la vuelta de la esquina. Pero, aún hoy, la revolución cubana sigue encarnando el sueño de la izquierda latinoamericana de los sesenta, al mismo tiempo que la pesadilla brutal para los que llevan décadas luchando por la libertad  y el reencuentro del pueblo cubano. Sueño y pesadilla se confunden, se disputan aún en este siglo XXI globalizado, en que el comunismo solo sobrevive en los libros de historia.

Pero no hay posibilidad de error, la naturaleza del régimen cubano está más que acreditada, su fracaso es de tal magnitud que lo convierte en un caso de estudio, una rareza que es más objeto de interés científico que de disputa política seria y, sin embargo, sigue teniendo la capacidad de despertar los sueños de una generación que creyó ver allí el camino al cambio por una sociedad que terminaría con las injusticias y miserias del capitalismo. La revolución, como sus octogenarios líderes y sus idealistas seguidores de entonces, están cerrando su ciclo, disolviéndose en la historia. Probablemente por eso el viaje de la Presidenta es tan simbólico, es simplemente el rito final, la última expresión de un sueño que termina sin gloria y probablemente con pena.

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