Dos propuestas al tirón de orejas de la OECD




La OECD acaba de publicar un informe sobre los niveles de productividad del país y las políticas de desarrollo productivo vigentes. ¿Las conclusiones se preguntarán ustedes? Nada que no hayamos escuchado antes: la productividad total de factores estancada desde los 90s; la productividad minera cayendo a una tasa anual de 5%; exportaciones muy poco diversificadas y destinos comerciales altamente concentrados. Todo esto hace que el país sea extremadamente vulnerable a shocks externos.

Si bien el mencionado informe hace un loable esfuerzo en identificar y diagnosticar una serie de cuellos de botella al crecimiento de la productividad, hay dos puntos en los que me gustaría detenerme: (i) la baja inversión en I+D de las grandes empresas y (ii) la escaza incidencia de las regiones en la transformación económica del país.

Que el gasto total en I+D en Chile es bajo no es novedad (0.4 del PIB), pero lo que si llama la atención es que la contribución de las grandes empresas chilenas al gasto privado en I+D es de sólo un 57%, mientras que en países como Alemania, Japón, Estados Unidos y Suecia dicha contribución es mayor al 80%. Chile debe diversificarse en base a sus ventajas competitivas actuales, y si las grandes empresas no toman el liderazgo, la tarea es casi imposible. Si queremos generar un potente sector de servicios para la minería como el de Australia ¿quienes son los actores que corren con ventaja? ¡Las grandes mineras! Son las empresas como Codelco, Anglo-American, BHP o Antofagasta-Minerals las llamadas a invertir en nuevos desarrollos tecnológicos para el sector o nuevos servicios mineros. Estas empresas corren con ventaja ya que tienen una mayor espalda financiera y, sobre todo, tienen un conocimiento productivo (know-how) que el resto de las empresas no tienen. Lo mismo con el sector forestal y empresas como CMPC, Arauco o Masisa. No es casualidad, entonces, que las 10 empresas que más gastan en I+D en el mundo sean gigantes como Volkswagen, Samsung o Intel. Sería importante entonces que en la tramitación de la nueva reforma tributaria del gobierno entrante se revisaran los incentivos tributarios que hoy existen al gasto en I+D y si éstos son realmente atractivos para las grandes empresas del país.

En segundo lugar, las regiones deben jugar un rol más importante en el proceso de diversificación productiva. Si bien iniciativas como descentralizar el 40% del presupuesto de CORFO de aquí al 2021 o dotar de más presupuestos a los gobiernos regionales van en la dirección correcta, el país todavía sufre de un fuerte centralismo. Una herramienta de descentralización que valdría la pena explorar es la creación de Zonas Económicas Especiales a nivel regional. Una política de este tipo debería enfocarse en las fallas de mercado locales que están impidiendo la instalación de empresas, tanto nacionales como extranjeras, en ese territorio. Por ejemplo, la creación de parques industriales que resuelvan problemas de mala conectividad (puertos, carreteras, etc.) en Biobío, seguridad en la Araucanía o provisión de agua en Antofagasta, permitiría destrabar el desarrollo económico de tres regiones que presentan las tasas de desocupación más altas del país. Sin ir más lejos, países con niveles de desigualdad similares a Chile como México y Panamá ya están utilizando esta herramienta para hacerse cargo de sus desigualdades regionales.

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