Echar por la borda




Ha costado un enorme esfuerzo y décadas salir de la profunda crisis a la que caudillos ideologizados condujeron a Chile. El camino seguido para superar la pobreza, modernizar el país, mejorar las condiciones de vida y el acceso a la educación de su población y la consecución de numerosos otros logros sociales ha sido arduo y espinoso. Ha resultado tan difícil desarrollar y construir, como fácil fue desandar y destruir. En este sentido, el acontecer nacional reciente resulta altamente inquietante. El derrotero que han ido tomando los acontecimientos muestra un peligroso amasijo de desconfianza social, corrupción, pérdida de dinamismo económico, delincuencia impune, conflictividad social, radicalización político-ideológica, descomposición moral, y un largo etcétera negativo.

Chile necesita con urgencia liderazgos a la altura de sus desafíos. En caso contrario, existe el riesgo inminente de echar por la borda lo conseguido, junto con frustrar las esperanzas de la mayoría silenciosa. El reto no es menor. En primer lugar se requiere tener una visión de Estado y actuar de tal modo que se haga posible gradualmente el rescate del sentido común, en especial el gubernativo, la revaloración social del servicio público y las responsabilidades directivas en general, la apuesta por la unidad y el entendimiento, la concentración de voluntades y energías en la satisfacción de las principales necesidades de la ciudadanía dejando de lado las "agendas particulares" y las ensoñaciones utópicas, el reordenamiento del equilibrio perdido entre derechos y deberes, el otorgamiento de garantías al trabajo esforzado y honrado, la persecución efectiva del delito, y más. Y de esta forma, dar cabida a la restauración de las confianzas perdidas. Al mismo tiempo y con un horizonte de acción en el largo plazo, se debe atender a la mejora substancial en campos de los que se ha hablado demasiado y se ha hecho menos y mal. Entre ellos, existen dos que claman prioritaria dedicación dada su trascendencia para el mañana: la educación y la familia.

La educación debe ser de buena calidad y al alcance de todos los chilenos. Esto es lo relevante. Habrá que concordar formas de mejorarla que incluyan el aporte de todos los sectores nacionales. Dentro del ámbito de la educación se comprenden los conocimientos, la cultura cívica, los hábitos éticos, las formas de trato y el uso de lenguaje, todos aspectos ostensiblemente desmejorados en nuestra vida cotidiana. Sin avances reales en este rubro, no se puede esperar un futuro esplendor sociopolítico, ni tan siquiera económico. La familia, en cuanto núcleo y fundamento del ordenamiento social, debe ser apoyada y fortalecida. Si como institución ella decae, la comunidad que se conforma sobre su base seguirá necesariamente igual suerte. El deterioro que ha venido experimentando la familia en Chile es un factor relevante que pareciera ser olvidado al momento de analizar la crisis por la que atraviesa el país. Urgen entonces políticas revitalizadoras de la familia, las que hasta ahora brillan por su ausencia.

Habiendo tanto por hacer para retomar una senda de prosperidad espiritual y material para Chile, realmente es imperativo enmendar el rumbo.

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