El fiel de la balanza




Amedida que se acerca el 17D, se vuelve aparente que quienquiera triunfe en las urnas, no recibirá un mandato masivo ni dramático que pudiera entenderse como cambiar el rostro de Chile. Más allá de la encendida retórica de los candidatos, la verdad es que ambos bloques en pugna deben prepararse para un periodo de empate de fuerzas.

Empate en el plano político, como resultado del balotaje y del hecho de que una mitad de la población no concurrirá a votar. Tampoco los liderazgos en competencia reivindican para sí alguna misión histórica.

Adicionalmente, la sociedad civil está en relativa calma, volcada en los mundos de vida personal. En el ámbito económico, los recursos fiscales no abundarán, el crecimiento demorará en tomar vuelo y un entorno global incierto obligará al futuro gobierno a navegar por rumbos conocidos. También la cultura pública favorece el empate, pues las visiones de mundo, las ideas y las ideologías en disputa se encuentran en equilibrio, sin que exista una hegemonía a favor de la ruptura o la conservación.

Además, el empate será reforzado institucionalmente por un Congreso sin definidas mayorías, propenso por ende a acuerdos puntuales más que a una agenda de clivajes ideológicos.

¿No hay cabida entonces para políticas de modernización y reformas sociales en el próximo futuro? No es así. Solo que la gobernabilidad del cambio y la continuidad será más difícil, pues tendrá que lidiar con aquel empate social, político y cultural y con las restricciones impuestas por la economía y el Congreso.

Agréguese la inflación de expectativas que ambas candidaturas en campaña han alimentado sin reparar en las consecuencias futuras. En efecto, han desplegado un amplio abanico de ofertas en los más diversos aspectos de la vida en sociedad.

A partir de marzo próximo llegará el momento de hacer las cuentas y de reformular las promesas en términos de un plan gubernamental serio, acotado y sostenible. Habrá pues que estar preparado para gobernar el empate. Frente a este cuadro, el comportamiento de los candidatos, sus comandos y coaliciones al acercarse el cierre de la campaña aparece como particularmente insensible. Confundidos en batallas retóricas, no se hacen cargo de las dificultades que se avecinan, no llaman a moderar las expectativas, ni buscan tampoco preservar un tono de amistad cívica, que será imprescindible para la gobernabilidad futura.

Quien quiera sea elegido tendrá que partir, esa misma noche, mostrando que entiende la situación de empate y hablar a las tres "mitades" que conforman la sociedad chilena, cada una con sus variados grupos internos: la mitad que no concurre a votar y la mitad de los votantes que desea un gobierno de centroderecha o uno de centroizquierda.

Habrá que ver si ganadores, perdedores y no votantes se ponen a la altura del desafío.

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