Jorge Mario Bergoglio, jesuita




El apostolado de Francisco I, que da mucho que hablar y seguirá dando, se entiende por la impronta jesuita de Jorge Mario Bergoglio. Su gobierno, que puede calificarse de "combativo", se inspira profundamente en la historia de la Compañía de Jesús.

Ignacio de Loyola, su fundador, fue soldado antes que religioso. En los principios fundantes de la Compañía se ve transfigurado ese espíritu militante y combativo. Así, en una visión de los Ejercicios Espirituales, Ignacio plantea el mundo como un campo de batalla entre dos grandes potencias: Jesucristo y Satanás. Los miembros de la Compañía tienen la misión, por tanto, de enrolarse bajo la bandera de Cristo para ser instrumento de Dios e incidir en esa batalla mundana y terrenal.

Por eso el jesuita no se encierra en su celda para dedicarse a la contemplación sin más: debe orar y meditar, pero también siente la necesidad de actuar para cambiar el estado de las cosas de este mundo y decantar esa batalla del lado de Cristo. El Papa Francisco deja esto en evidencia cuando se pronuncia sobre temas de actualidad, incluso incómodos en algunas esferas eclesiásticas, como la homosexualidad, el divorcio, la sexualidad o la pobreza.

Durante su formación, los jesuitas viven experiencias relacionadas con la pobreza, el dolor y la necesidad: el servicio en un hospital, la inserción en una misión jesuita y un mes de peregrinación, que se realiza con un compañero sin llevar dinero, para sentir la pobreza y abandonarse a la Divina Providencia. Esta experiencia supone un reflejo de la misma vivencia de Cristo, pero también una toma de conciencia de los problemas fundamentales del mundo. Sirve también para conocer lo que los jesuitas llaman el "modo de proceder" de la Compañía.

Esto explica el énfasis del Papa en la vivencia de la pobreza y la humildad, que él mismo ha sabido transmitir en imágenes paradigmáticas, como la de su austera habitación en la Casa de Santa Marta –su residencia, en lugar del habitual Palacio Apostólico Vaticano– o su costumbre de lavar los pies a presos, discapacitados o refugiados en Jueves Santo. Tras su viaje a Sri Lanka y Filipinas, en enero de 2015, afirmó que hay que dejarse evangelizar por los pobres, "porque tienen valores que tú no tienes".

El llamado de Francisco a una Iglesia pobre le ha enfrentado a miembros del cardenalato romano. Cuando el Jueves Santo de 2014 criticó en su homilía a los prelados "untuosos, suntuosos y presuntuosos", que debían tener "como hermana a la pobreza", a nadie se le escapó la referencia al cardenal Tarcisio Bertone, quien estaba a punto de instalarse en un ático de unos 700 metros cuadrados situado, casualmente, al lado de la residencia actual del Papa.

Esta necesidad de actuar en el mundo también permite entender la convicción política de Francisco. En 2013, ante un grupo de alumnos de colegios jesuitas, afirmó que "es deber del cristiano involucrarse en política, aunque sea demasiado sucia".

La afirmación no es nada sorprendente en boca de un jesuita. De hecho, la expansión de la Compañía durante el siglo XVII se debió, en buena parte, al ascendente que sus miembros lograron sobre las clases dirigentes de las ciudades en que fundaban sus colegios (que debían financiarse de algún modo). Por eso no era raro encontrar en los círculos de la nobleza a consejeros jesuitas, atentos a influir en decisiones políticas. Esto provocó no pocas disensiones dentro de la Compañía y le valió la crítica de sus opositores.

Para Francisco la política es "una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común". Sus veladas críticas a la política ambiental de Donald Trump o a su tensa relación con Corea del Norte se entienden desde esta afirmación, cuya impronta está profundamente arraigada en la Compañía.

De estas convicciones nace un ideal de política que rehúye los parámetros nacionales y estatales para proyectarse a toda la Humanidad, siguiendo el impulso misionero jesuita. Por ello, cabe esperar que en los próximos años Francisco insista en su crítica a esas ideologías tan comunes hoy en día que, ancladas en estrechas definiciones identitarias, solo reconocen al "otro" como enemigo. El populismo, las trabas a los refugiados, los muros (físicos y mentales), la criminalización de la pobreza, son temas candentes sobre los cuales seguirá manifestando su oposición. Y es que guste o no, Jorge Mario Bergoglio es un jesuita coherente.

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