Genealogía de Rubem Fonseca




Nacido en 1925 en Minas Gerais, Rubem Fonseca comenzó su carrera literaria a los 38 años con la publicación de cuentos, y solo 10 años después debutó en la novela. Desde entonces ha alternado ambos géneros, dando forma a una obra en la que el deseo, la violencia, el poder y la marginalidad conforman una madeja imposible de desenredar.

De su vida se sabe muy poco. Estudió comunicación y leyes, pero ni siquiera los premios recibidos (el Rulfo, el Manuel Rojas, el Comões) han modificado su decisión de no conceder entrevistas. De ahí que resulte especialmente iluminador el libro La novela murió, conjunto de crónicas en las que se filtran sus intereses, placeres y obsesiones. Fonseca se opone a las pieles bronceadas, divaga sobre los spam que llegan a su correo y muestra un humor despiadado ante las contraindicaciones de los medicamentos.

No resulta exagerado afirmar incluso que en estas páginas se configura  un mapa para entender de qué están hechas las historias que Fonseca cuenta de manera magistral, combinando siempre velocidad y suspenso, indagación sicológica y aliento social, referencias artísticas doctas y expresiones propias de la cultura de masas.

Mención especial merece su pasión por el cine: ha sido guionista y cinéfilo inveterado, lo que se nota al hablar de las palomitas de maíz o al reconocer que el cine aún no logra producir "la obra de arte completa", eso que Wagner llamaba Gesamtkunstwerk. La razón radica en la temporalidad de las películas: por mucho impacto que haya tenido un filme, siempre está fechado, pertenece a una época. En otras palabras, una película como Ciudadano Kane tiene valor dentro de la historia del cine, pero no ha resistido el paso del tiempo como El Quijote. ¿Por qué las imágenes envejecen peor? La respuesta quizá se encuentre de manera oblicua, sugiere Fonseca, mirando la literatura, cuya mayor riqueza reside en la imaginación del lector: es él quien completa la historia concebida por el autor.

La joya del libro es un ensayo autobiográfico que parte como un relato de iniciación a la literatura y termina con la sumisión a las pulsiones de la ciudad, de Río de Janeiro, adonde Fonseca llega tras la quiebra de su padre en el pueblo de Juiz de Fora. A los 12 o 13 años ya no se queda todo el día en su pieza leyendo. Prefiere salir. Descubre los cines, las bibliotecas públicas, la playa, los prostíbulos, los cafés. Trabaja como repartidor, el oficio ideal para perderse en el centro y los suburbios. Entra a escondidas a ver películas de adultos y contempla hipnotizado a la gente al interior de las confiterías. Se da cuenta que la vida es más rápida que en las novelas y las personas más atractivas: voluptuosas, alegres y elegantes a veces; decrépitas, feas y sin alma también. Son apenas 34 páginas, lo más que sabemos de la vida de Fonseca hasta ahora. Pero allí está toda la materia que más tarde compondría su fascinante universo literario.

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