Ingenuidad política




Cuando de titulares se trata, la Iglesia Católica parece inclinarse por la economía de palabras. Así, por ejemplo, las encíclicas papales llevan por nombre apenas las primeras líneas del texto con que su santidad ilumina a sus ovejas.

El Te Deum, el ahora tan polémico Te Deum, constituye otra demostración. Significa "A ti, Dios" y corresponde a las primeras palabras del cántico de acción de gracias cuya autoría la Iglesia atribuye a los santos Ambrosio y Agustín.

Ahora bien, lo que nosotros en general entendemos por Te Deum (esto es, una ceremonia "republicana", como algunos la llaman, que se celebra cada 18 de septiembre) se remonta a 1811 y nació a solicitud del entonces Director Supremo, José Miguel Carrera. No crea, por favor, que soy muy letrado en estas materias. Simplemente (y lo confieso, no como algunos honorables parlamentarios) lo leí en Wikipedia.

A partir de 1970 se convirtió en ceremonia ecuménica, pero sirva este breve repaso histórico para dejar bien en claro que se trata de una oración católica y que, al menos hasta 1870, se efectuaba al final de la misa.

En 1975, a Pinochet se le ocurrió la idea de sumar un "Te Deum" evangélico. Desconozco sus motivos, pero para nadie es un misterio que las relaciones del general con la jerarquía católica no eran de las mejores, así que un acercamiento al mundo evangélico no le venía nada de mal.

No obstante este origen, a ninguno de sus sucesores en La Moneda le pareció tan mala la idea. Después de todo, no hay que ser adivino para advertir los intereses que rondaban por la cabeza de las siguientes autoridades: los evangélicos son muchos (léase, muchos votos) y sirven como contrapeso frente a la poderosa Iglesia Católica. La propia Bachelet fue especialmente considerada con ellos. Les abrió las puertas de los cuarteles militares, creó una oficina de asuntos religiosos en La Moneda (para así atenderlos a todos por igual y no al arzobispo en particular) e, incluso, les instauró su propio día, con feriado y todo lo demás.

Pero por mucho que a los periodistas les cueste comprender, las iglesias evangélicas (nótese el uso del plural) no tienen mucho que ver con la jerarquía y la estructura católica (y ahora, el singular). Prácticamente cada pastor es una iglesia en sí mismo, lo que sirve para explicar la diversidad de opiniones y actitudes que usted puede encontrar en su interior.

Esto es, precisamente, lo que los señores y señoras políticos no entendieron ni previeron. Como resultado, les salió el tiro por la culata. Pensaron que con feriados y reconocimientos tendrían a los evangélicos (y sus votos) en la mano y, de paso, contrapesados a los obispos católicos. No les resultó y ahora lloran y vociferan por las ofensas de unos pastores convertidos en candidatos.

¿Cómo tan ingenuos?

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