Irán, una tensión latente




El 28 de diciembre de 2017, se iniciaron protestas en la segunda ciudad más importante de Irán: Mashhad -donde se encuentra el santuario del Imán Reza-, para luego expandirse hasta Kermanshah en el oeste y Bandar Abbas en el sur. Las demandas apuntaban a la situación económica y financiera del país persa, el desempleo juvenil -protagonizada por la tercera generación luego de la Revolución Islámica de 1979.

La gente en diferentes ciudades del país -que consideraban como incompetente al gobierno del Presidente Hasán Rouhaní para gestionar la economía- decidieron expresar su rechazo mediante protestas pacíficas. No obstante, las manifestaciones han tratado de ser transformadas en factores incendiarios, mediante disturbios y la activación de comandos de grupos armados.  Ante ello los pronunciamientos de Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel no se hicieron esperar. Las piezas del tablero de ajedrez en Oriente Medio, se empezaron a jugar desde afuera, en un complejo entramado que define el futuro de la región, movimiento a movimiento.

Vía Twitter el presidente estadounidense, Donald Trump, expresó sin prudencia - y promoviendo la injerencia en asuntos internos en un estado soberano- que los manifestantes "tendrán el gran apoyo de Estados Unidos" y afirmó: "es hora de un cambio". Por su parte, el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanhyahu, publicó vía redes sociales: "valientes iraníes están saliendo a las calles. Buscan libertad, justicia y las libertades básicas que se les han negado por décadas".

Pero la información más relevantes es la que manifestó el analista Rasoul Goudarzi, quien  advirtió que "un estudio realizado por los ingenieros informáticos iraníes puso de relieve que la mayoría de los mensajes convocatorios para protestas, fueron lanzadas desde Arabia Saudita y escritos en idioma árabe y persa".

La crisis económica es real, aún después de la firma del acuerdo nuclear con el P5+1 (Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania), que canceló los castigos comerciales. Pero a partir de la asunción del Presidente Donald Trump se han incumplido partes del acuerdo, como la eliminación de las sanciones económicas y la baja de los bloqueos, lo que produce desestabilización.

Antes de la reanudación de las nuevas sanciones de Estados Unidos, la devolución de decenas de miles de millones de fondos anteriormente congelados, al gobierno iraní no tienen excusa alguna y ya no puede ocultar las fallas estructurales de su sistema económico y la corrupción.

Pero lo cierto también -y aquí entra el factor externo-  es que Irán, líder del mundo chiíta, destina cuantiosos recursos a su guerra contra Arabia Saudita por la hegemonía en la región. Es una guerra muy costosa que se libra a través de partes interpuestas. Se desarrolla en Yemen- donde Teherán apoya a los rebeldes hutíes-, en el Líbano, con su tradicional patrocinio de la milicia Hezbollah y sobre todo se dirime desde hace ya casi siete años en Siria, que ante la definitiva intervención militar de Rusia, Irán ha contribuido no sólo a la supervivencia de Bashar al Asad, sino a que éste tenga ya ganada prácticamente la guerra.

Y en el marco interno, en el corazón de Irán hay dos posturas antagónicas: la del Presidente Hasán Rouhaní  que aspira a mayores libertades y reformas en el gobierno y la otra, la del Líder Supremo de la Revolución Islámica, el Ayatollah Alí Jamenei con los Guardianes de la Revolución como una de sus pilares.

Esa discrepancia pública fue el hito político más trascendental que dejaron las protestas, que se apagaron en los últimos días, pero se hace evidente que hay una descontento larvado en los jóvenes que no consiguen trabajo y que quieren mayores libertades que las que le entrega el régimen clerical.

No hay que olvidar que Irán, es el cuarto productor de petróleo del mundo y el segundo productor de la OPEP y Medio Oriente -después de Arabia Saudita-, y que se ha posicionado como una potencia mundial. Además, de acuerdo al BP Statistical Review of World Energy, de junio de 2017, expone que el país persa tiene las primeras reservas de gas probadas del mundo, que ascienden a 33,5 billones de metros cúbicos, seguido de Rusia y Qatar. Con este último país, comparte la propiedad y la explotación del yacimiento de gas South Pars-North Dome: la mayor reserva del mundo de este recurso.

Ante esto, Washington que domina el petróleo de Arabia Saudita, Irak, Kuwait y todos los países del Golfo Pérsico y la península Arábiga, no puede regentar el petróleo de Irán.

Es tan así que el presidente francés, Emmanuel Macron, afirmó que era importante "mantener el diálogo con Irán" y advirtió que el tono de las declaraciones en Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita "es casi equivalente al que nos llevaría a una guerra".

Por su parte, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Sigmar Gabriel ha criticado la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de Irán y asegura que el bloque comunitario nunca seguirá el ejemplo de Washington. Al mismo tiempo, ha acusado al presidente estadounidense, Donald Trump, de instrumentalizar la situación en Irán y advertido sobre los intentos del magnate de echar más leña al fuego.

De hecho, la comunidad internacional y los integrantes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, evidenciaron que no obedecen las directrices de Trump y Estados Unidos, ya que los miembros del ente internacional rechazaron la postura injerencista de Washington ante los acontecimientos en Irán, hecho que causó otro fracaso en la esfera internacional y en este juego de ajedrez, donde occidente, cuando mueve sus piezas, es cuando se producen los mayores problemas. Y la denominada "Primavera Árabe", así lo demuestra.

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