De la calle a la calle




La afirmación puede resultar demasiado tajante en tiempos de ambigüedad, pero si no hay inversión, será muy difícil volver a retomar el camino del progreso en el país.

El porcentaje de inversión en relación al PIB cayó de la barrera de los 20 puntos, lo cual no pasaba hace décadas, esto se viene a sumar a otras malas noticias en el plano económico, pero paradójicamente, para algunos sectores políticos estos y otros antecedentes no les dicen nada.

¿Cuál es la razón de ello?, será que algunos se acostumbraron a vivir en un país ordenado y que a pesar de lo que pasara existían ciertos consensos que nos permitieron existir y decidir sobre un espacio de certidumbre. Todo eso fue infravalorado y de ser una fortaleza del país pasó a ser la causa de los males actuales.

Que los líderes de distintos partidos, coaliciones o inclusos que los empresarios y trabajadores se pusieran de acuerdo para enfrentar los desafíos de mañana o los problemas del presente se tomó como traición a la clase y quienes lo hacían merecían el desprecio de las fuerzas emergentes, aquellas que desde un fundamentalismo ideológico se han arrogado una supremacía y una pureza moral en su actuar.

Mucho de esto puede desprenderse de lo que se ha dado en llamar el clamor de la calle, esa masa de personas que bajo una consigna, o muchas a la vez, se vuelcan a la protesta para manifestar su descontento.

En el gobierno anterior, la oposición de la época no dudó en estimular las manifestaciones, justificando cada una de ellas de las maneras más extrañas. Los estudiantes tenían derecho a tomarse sus colegios, y en muchos casos destruirlos, por ser una acción democrática,  olvidando el principio básico de respeto a quienes no estaban de acuerdo o así no lo deseaban. Pero que va, para ellos en política todo vale. Lo complejo es que fueron criando movimientos que se les tornaron incontrolables y hoy se vuelcan sobre sus propios padrinos.

Si la democracia tiene una valor, más allá de representarnos a todos por iguales, es que establece mecanismo que permiten canalizar los conflictos, ese es un atributo que las dictaduras no poseen. El mejor ejemplo de esto lo vemos en Venezuela hoy día.

El actual gobierno de Bachelet está llegando a su fin de una manera que nadie se habría imaginado en su inicio. No es solo la baja aprobación a quien lo lidera, tampoco la desaprobación a cada una de las políticas propuestas, sino el quiebre en la coalición que lo llevó al poder.

Lo anterior no es un dato menor, una coalición que termina fraccionada con al menos dos candidatos presidenciales y un tercero de fuerzas que pasaron por el gobierno y fueron responsables de instalar algunas de las demandas y soluciones más radicales en su interior como la pésima reforma en educación.

Como corolario de estos años nos queda entender que el maximalismo suena bien en el discurso, pero no en la práctica política. La responsabilidad puede ser menos espectacular, pero contribuye mucho más a las soluciones de largo plazo para las personas. En definitiva, poner a las personas al centro de nuestras preocupaciones antes de las cuotas de poder le servirá como reflexión a un sector importante de la política local.

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