La encrucijada




Años atrás Chile era un país de emigrantes, bajísima participación femenina en el mercado de trabajo, y miseria e informalidad masivas. Se trata de características propias de economías sobrepobladas, incapaces de dar condiciones de trabajo dignas a una fracción significativa de sus habitantes.

Hoy, nuestra economía es atractiva para los inmigrantes, la participación laboral femenina es creciente, especialmente en las  más jóvenes, y la pobreza es menos de la sexta parte que en 1987 como porcentaje de la población. También, la mayor parte de los empleos actuales están en el sector formal. Esta nueva situación es propia de economías con escasez de trabajadores.

¿Por qué es esto relevante? Porque en las economías sobrepobladas el crecimiento económico es desigualizante. El aumento del capital es el fundamento principal del crecimiento. El exceso de población, en tanto, es caldo de cultivo para la sobreexplotación, la discriminación y el trato indigno. La desigualdad tiene un fundamento económico que sólo la épica sindical (Clotario Blest), la denuncia (Padre Hurtado) y especialmente las políticas públicas pueden paliar, y sólo parcialmente.  

En las economías con escasez de trabajadores, en cambio, el crecimiento económico es progresivo. El trabajo es un protagonista económico principal, incluyendo el capital humano, la capacidad de innovar y el aumento de la productividad. Estos componentes dan fundamento al crecimiento y también elevan las remuneraciones. La escasez da estatus y dignidad al trabajo.

El paso de la abundancia a la escasez da lugar a una encrucijada histórica: dar el salto final al desarrollo o pasmarse.

Simon Kuznets (P. Nobel 1971) notó que la distribución del ingreso tiende a ser más igualitaria tanto en las economías muy pobres como en las muy ricas, con un valle en las que se ubican las restantes (La Curva U de Kuznets). Si ése es el camino al desarrollo, el crecimiento es necesariamente desigualizante al inicio, y progresivo al final. Arthur Lewis (P. Nobel 1979), es quien sintetizó que ese camino se asocia al tránsito desde la sobrepoblación a la escasez de trabajo.

Las economías hoy desarrolladas -todas más igualitarias que la chilena- siguieron ese camino, donde Japón fue la primera que logró reducir rápida y significativamente la miseria masiva (1870-90).

La historia moderna también registra casos de economías que llegaron a la encrucijada final, previa al salto al desarrollo, y se pasmaron. El factor común en todas ellas es que en ese punto decidieron que, en lo económico, había muchas otras cosas más importantes que crecer. Como en Chile hoy, donde el crecimiento económico es la variable sacrificada en las reformas emblemáticas. En efecto, la reforma tributaria buscó elevar la recaudación (de acuerdo con esto) poniéndole más impuestos al ahorro de las empresas (en desacuerdo). La reforma educacional prioriza la gratuidad en la educación superior (de acuerdo sólo para los que no pueden pagar) por sobre la calidad de la educación preescolar y escolar. La reforma laboral pretende nivelar la cancha en la negociación colectiva (de acuerdo) introduciendo distorsiones que no existen en ningún país desarrollado. Ya llevamos 10 años haciendo muy poco para dar el salto final al desarrollo. ¿Ha valido la pena esperar?

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