La ideología de género: cuestiones previas




La llamada "ideología de género" se ha convertido, en el último tiempo, en uno de los principales temas públicos para algunos sectores conservadores. Son dos las preguntas que, en principio, cabría hacerse sobre este asunto. La primera se refiere a cómo dichos sectores entienden la mencionada ideología. Y la segunda, guarda relación con el grado de plausibilidad de esta comprensión.

No resulta fácil responder a la primera interrogante, ya que son muchas las acepciones que se plantean, por ejemplo: a) una suerte de conspiración internacional de determinados grupos (feminismo radical y "homosexualismo" ideológico) que, al alterar los valores básicos en materia de sexualidad humana, buscaría destruir los cimientos de la cultura cristiano-occidental; b) una de las principales estrategias de la denominada "nueva izquierda" o "marxismo cultural" para reemplazar la otrora lucha de clases por una lucha de sexos; c) en general, toda doctrina que desafíe el "orden natural" en materia sexual, es decir, que apunte a legitimar (cultural y legalmente) las identidades LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales); y d) en particular, el reconocimiento del derecho de las personas trans a modificar su carnet de identidad de acuerdo a su autopercepción de género.

Las dos primeras acepciones resultan ser las menos plausibles. No existe en materia de feminismo ni de diversidad sexual una suerte de pensamiento único que, de manera concertada (ni menos aún secreta), apunte a destruir los valores predominantes de la cultura cristiano-occidental. Otro asunto distinto es que, en la práctica, las leyes inclusivas en torno a dichos puntos supongan (o hayan supuesto) importantes cambios culturales. Lo mismo puede decirse con respecto a la ley de divorcio, de filiación, entre otras.

Tampoco resulta atendible la idea según la cual la agenda feminista y LGTBTI sea, necesariamente, patrimonio del marxismo post guerra fría. Ante todo, porque importantes sectores liberales (pertenecientes a distintas ramas) suelen apoyar, con mucha fuerza, dicha agenda. Un ejemplo es Deirdre McCloskey que, siendo transgénero, es una de las principales defensoras del libre mercado en la actualidad. Además, con la casi única excepción de la Argentina de los Kirchner, no puede seriamente afirmarse que los regímenes socialistas de Latinoamérica hayan sido proclives a las causas de género y diversidad sexual. La Venezuela chavista ha sido (y sigue siendo) el país más atrasado en estas materias. Y con relación a Ecuador, invito al lector a revisar un video en YouTube, en el que Rafael Correa se pronuncia en los mismos términos de quienes se oponen a la supuesta ideología de género.

Por lo mismo, y pensando más bien en las dos últimas acepciones, existen precisamente dos cuestiones previas que deberían discutirse con altura de miras. La primera es si puede sostenerse que exista algo así como una "normalidad" en materia de identidad sexual, que deba ser reconocida como "oficial" por el Estado. Esto resulta muy importante debatirlo, ya que quienes defienden esta visión consideran que la sexualidad humana debería estar, al menos esencialmente, orientada a la procreación, y que el Estado así lo debería sancionar. En este sentido, y aunque pueda aceptarse como un mal menor que los "sodomitas" no vayan a la cárcel, bajo ningún punto de vista deberían las leyes autorizarlos a casarse y adoptar niños.   

Sin embargo, la visión precedente incurre en una gran paradoja, que puede expresarse en las siguientes dos preguntas: ¿por qué sería "ideológica" la aceptación de la diversidad sexual y no su rechazo?; ¿por qué no lo sería la creencia de que "lo normal" es que la sexualidad humana se oriente de modo esencial a la reproducción?

Y otra cuestión previa se refiere específicamente a las personas trans, que son todas aquellas que sienten y expresan una identidad de género distinta a la de su sexo biológico. Aquí los conservadores muestran, salvo contadas excepciones, una total falta de empatía. Sobre todo, por considerarlas como "enfermas mentales" (tesis de la senadora Jacqueline Van Rysselbergue en la Comisión de Derechos Humanos del Senado). Pero también por afirmar que las identidades trans constituirían meros caprichos o exacerbaciones de la subjetividad humana (tesis del senador Andrés Allamand, al limitar incluso a los adultos el acceso a la modificación del carnet de identidad).

En suma, y para dejar el guante lanzado, ¿por qué debería el Estado, a través de su ordenamiento jurídico, asumir como oficial una visión particular en materia de sexualidad humana, que es lo que ocurre hoy?; o, en cambio, ¿por qué no debería acoger, con igualdad de derechos, a las identidades sexuales "alternativas", que es a lo que fervientemente se oponen los sectores contrarios a la "ideología de género"?

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