Las ciudades deben ser inclusivas con la tercera edad




Esta columna fue escrita junto a Juan Barrientos Maturana

Según datos publicados por La Tercera, a propósito de un estudio de la Universidad Católica, 330 mil adultos mayores viven solos en nuestro país. Los datos revelan que los ancianos que padecen esta situación aumentaron de 10,3% en 1990 a 14,9% en 2015. De acuerdo a proyecciones de la OMS, la población mayor de 60 años en América Latina y el Caribe representará un 24% del total en 2050.

En una sociedad que envejece año a año, nos encontramos con una cantidad creciente de personas que enfrentan estas etapas de la vida en la soledad de sus hogares y en ciudades que no están diseñadas para esa realidad. Esto se condice con la legítima necesidad de autonomía e independencia que los adultos mayores van adquiriendo a medida que la sociedad también mejora sus estándares de salud y aumenta la esperanza de vida. Las ciudades deben acoger estas nuevas tendencias en los estilos de vida de los adultos mayores y ponerse, también, al servicio del cuidado de estos grupos poblacionales con el uso de tecnologías adecuadas.

Sin embargo, es fundamental mencionar que a partir de los 60 años, comienzan a aparecer los primeros síntomas de artrosis de rodillas, la necesidad del uso de lentes ópticos y mayores niveles de hipoacusia. Con la natural independencia de los hijos, la viudez y la necesidad de mantenerse independientes y activos, los ancianos y ancianas optan (o necesitan) vivir solos, pero ¿qué ocurre cuando estos ancianos sufren algún tipo de accidente en la soledad de sus hogares y no cuentan con la atención inmediata? ¿Cómo ayudarles cuando, producto de problemas de memoria, se pierden en el ajetreo capitalino? ¿Cómo procurar la atención adecuada y oportuna ante caídas, accidentes, o problemas repentinos de salud?

Las ciudades no han sido pensadas para una población que envejece. No han sido concebidas, originalmente, para personas que tienen movilidad reducida o que poseen algún grado de sensibilidad disminuida, como la visión o la audición. Tal como lo señala Leonardo Vega en su estudio de ciudades y envejecimiento , "las ciudades que habitamos no están planificadas y ordenadas para todas las edades, y si se hace, es desde esta perspectiva deficitaria, que se limita a hacer funcional y accesible los espacios urbanos, desconociendo al viejo como sujeto activo, autónomo y participativo". En este plano es donde el uso de la tecnología se hace útil, interesante y práctico, siendo un aliado poderoso a la hora de monitorear a estas personas. Resultan novedosas las iniciativas como las de ehomeseniors.cl, que dota a los hogares de los adultos mayores de sensores que detectan caídas, accidentes u otros posibles riesgos con la finalidad de alertar de manera temprana a familiares o, eventualmente, a los servicios de urgencia.

El uso de la tecnología al servicio de la calidad de vida de las poblaciones vulnerables es una de las principales características de las ciudades inteligentes y, cuando tenemos una realidad como la chilena, en donde los adultos mayores aumentan en número, se vuelve una posibilidad no solo cierta, sino que, además, absolutamente necesaria y accesible. Es importante hacer hincapié en que no se está hablando de nuevos y complejos desarrollos tecnológicos, sino, más bien, de la adaptación de tecnologías ya existentes, pero, esta vez, al servicio de un grupo particular de personas necesitadas de cuidados. Ese es el espíritu que debe mover a la ciudad inteligente, tanto para poblaciones vulnerables como para el transporte, el monitoreo de los desastres naturales, el uso de la energía, etcétera. Enhorabuena, estas iniciativas nos llevan a pensar en nuestras sociedades como grupos humanos que ponen la tecnología al servicio de quienes la necesitan y no al revés.

  • [1] http://www2.latercera.com/noticia/mas-330-mil-adultos-mayores-viven-solos-chile/
  • [1] Vega, LA.(2014). Ciudad, envejecimiento-vejez y educación: Elementos para develar un conflicto entre la ciudad concebida y la ciudad practicada. Sophia vol 10 (1), 50-63

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