Literatura para valientes




Los personajes de Denis Johnson son seres caídos, marginales, a veces totalmente apartados del mundo, seres que de un momento a otro se convierten en individuos increíblemente cercanos al lector. El misterio de esta transformación se hace aún más insondable si consideramos que Johnson, que murió el miércoles a los 67 años de edad, se valió del laconismo para articular una de las voces literarias más potentes de nuestros tiempos.

Johnson fue de esos escritores elegantes, seguros de sí mismos, que creen que la única forma de promover su obra es la obra misma. Renuente a dar entrevistas o a participar en algún modo del circuito de la autopromoción, escribió poemas, cuentos y novelas. En todos los géneros su voz sobresalió, y a mí me cuesta pensar en algún escritor estadounidense vivo que lograse conmover, tal como él lo hizo, con aquella aparente simpleza y, sobre todo, con su brutal transparencia. Tal vez Cormac McCarthy, igualmente alejado de los medios, sea el único autor contemporáneo que supo expresar con similar ferocidad las complejidades y honduras de la condición humana.

La mejor puerta de entrada al universo rudo de Denis Johnson es Sueños de trenes, una novelita corta, inolvidable y conmovedora. Insoslayables también son los relatos de Hijo de Jesús y la novela Árbol de humo. Sus poemas, poco traducidos al castellano, dejan ver esa condición desesperante y de violencia soterrada que hoy en día, a la luz de la situación extrema por la que pasa Estados Unidos, retumban con inquietante sonoridad.

Es más: entre las decenas de teorías que explican el ascenso al poder del bestial Donald Trump, pienso ahora, habría que abrirle una brecha a la poesía de Denis Johnson: allí, en sus versos, campea cierto arrebatamiento, cierta miseria e infamia que pueden dilucidar mejor que cualquier tratado sociológico el devenir de la contingencia estadounidense. En este sentido, Johnson merece ser considerado un profeta, un calibrador de su época que percibió con más lucidez que el resto lo que de verdad ocurría en los estratos poco visibles de la sociedad.

En una de las raras entrevistas que concedió, Denis Johnson sostuvo, parafraseando a Joseph Conrad, que su arte consistía en que el lector oyera, sintiera, viera –así, con énfasis– lo que él intentaba transmitir con el poder de la palabra escrita. Pero, claro, él no se refería al lector en general o a cualquier tipo de lector, lo que me lleva a terminar con una advertencia: su obra no es para el pusilánime o el simplón. O dicho de otro modo: la literatura de Denis Johnson es sólo para valientes.

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