Más vale tarde que nunca




Aunque nada bueno hacían presagiar las formas a las que apeló la Presidenta para cambiar el gabinete, y aunque tampoco fueron buenos antecedentes el hermetismo patológico de las designaciones y la falta de interlocución con los partidos, el resultado de ayer bien podría sacar al gobierno del atolladero en que se encontraba desde febrero pasado.

¿Qué fue lo que ocurrió? ¿El buen sentido que la Presidenta no tuvo el miércoles, cuando se dio un plazo de 72 horas para nombrar a los ministros, que ella misma no cumplió? ¿La voz de su intuición, que ella misma reconoce haber desoído en diversas oportunidades? ¿O fue todo obra de un golpe de realidad, luego que la encuesta CEP de la semana pasada le hizo ver a la Mandataria que la separación de la ciudadanía con su gobierno iba para divorcio a perpetuidad?

Como quiera que sea, la Presidenta volvió a hacer lo mismo que hizo ante circunstancias menos dramáticas en su primera administración: entregarles el gobierno a los que saben. Terminó la hora tanto de los entusiastas como de los chasquillas y se acabó el ciclo de los experimentos refundacionales. Aunque tarde, la Presidenta reaccionó. Al Ministerio del Interior llega un político DC fogueado en los asuntos de esta cartera, formado en la matriz de esa Concertación que fue la autora de la transición, un hombre que siempre ha hecho política desde el realismo y la moderación y que ayer insistió, una y otra vez en sus primeras declaraciones, en la necesidad de oír a la sociedad y de dialogar con todos los actores políticos. Hacía tiempo que este lenguaje no se escuchaba en La Moneda.

Las diferencias del nuevo ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, con su predecesor no son menos evidentes en términos de seriedad, peso intelectual y rigor técnico. Valdés tendrá que restablecer las confianzas heridas con distintos mercados, introducir en el gobierno la idea de que el Fisco no está en condiciones de financiar todo lo que el oficialismo quiera y recuperar el crecimiento potencial de la economía, que hasta hace poco estaba entre el 4 y el 5% y que la gestión del ministro Arenas terminó reduciendo a menos del 3%.

Un gabinete así debiera servirle a la Presidenta para recomponerse interiormente, retirándose un poco del centro del debate sin generar vacíos de poder. La Presidenta necesita darse una tregua de esta naturaleza, que debiera ser aprendizaje, crecimiento y asimilación, luego del golpe que significó para ella el caso Caval. Las señales que envió al país en los últimos meses fueron contradictorias y erráticas, pero ahora al menos podrá contar con la seguridad de que las cosas en su administración se harán con prudencia y sensatez.

La gran ventaja que tiene el nuevo gabinete es no cargar con la mochila de ropa tendida que inhibió al equipo anterior en los temas de financiamiento irregular de la política y de amparo al tráfico de influencias. Aunque todavía el país quizás no sabe todo lo que debiera saber sobre los casos SQM y Caval, los nuevos ministros van a tener las manos libres para desmarcarse de las investigaciones judiciales en curso y concentrarse en lo que son los verdaderos desafíos de la administración: en lo básico, la inclusión, la transparencia, la seguridad pública y el crecimiento. Siempre, claro, estará presente el riesgo de que la acción de los fiscales dañe en el futuro al oficialismo más allá de lo imaginable por ahora, pero si así fuera, en el nuevo equipo político debiera haber capacidad para manejar los problemas. Burgos es un hombre que sabe manejarse en situaciones difíciles y, de momento al menos, está descartado el triste espectáculo de un gobierno que durante meses se refugió en la pura negación.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.