(No) hay plata




EN LAS últimas semanas se ha intensificado el debate presidencial y estamos conociendo con alguna profundidad los programas de las diversas precandidaturas. En particular, Beatriz Sánchez se ha referido en varias ocasiones explícitamente al tema de la abundancia de platas disponibles para financiar la ampliación sustancial de los programas sociales, reflejando lo que probablemente sea un sentir bastante compartido en nuestra sociedad. No obstante, es un craso error.

Por ejemplo, en el programa Tolerancia Cero de Canal 13, Sánchez sostuvo que, "no digan que no hay plata en Chile, porque la hay". Luego se refirió a la inconveniencia de fijar prioridades en materia de gastos sociales. Días después, en el programa Aquí Está Chile de los canales CNN y Mega, repitió similar concepto, sosteniendo que no hay que tratar de pelear la educación superior con la básica. Sí hay plata en Chile, enfatizó.

Chile ya no es el país pobre que nos legó la Unidad Popular. A partir de 1985, el país ha crecido rápidamente y así lo ha hecho el ahorro nacional acumulado. Destaca el monto de los activos líquidos de los chilenos, que el Boston Consulting Group estima en unos 400 mil millones de dólares, la mitad de ellos correspondientes a los Fondos de Pensión.

A pesar de lo anterior, los recursos materiales son limitados, dado que siempre las personas aspiran a más. Para satisfacer en el corto plazo éste último deseo, resulta tentador echar mano al ahorro acumulado en el país para financiar una gran expansión de los programas sociales. Las holguras fiscales son prácticamente inexistentes y generar espacio para un mayor gasto fiscal requeriría una reforma del Estado, políticamente muy complicada.

No es de extrañar entonces que los precandidatos del Frente Amplio propongan -para financiar sus programas sociales- reformar el sistema de pensiones y -en el caso de Alberto Mayol- expropiar parte de algunas firmas mineras y de utilidad pública. Además sugieren recurrir a nuevos impuestos sobre la renta (especialmente drásticos para las personas de más altos ingresos y para empresas de mayor tamaño en ciertos rubros).

Un programa de tributación, expropiación y reforma de pensiones como el propuesto por los precandidatos del Frente Amplio -orientado en buena medida a gastar la plata que hay- es extremadamente negativo para la inversión y por ende para el nivel de los salarios reales (Harberger 1995). Una vez gastada esa plata, el país se hallará más pobre y será una ardua tarea retomar el camino del progreso. El deseo de mejorar la condición de los menos favorecidos se verá así absolutamente frustrado.

Hay plata para sustentar los niveles de ingreso actuales, pero no la hay para una expansión significativa y a corto plazo del gasto social. Los resultados de un programa del tipo comentado ya lo experimentamos en Chile en los años 1970. Y quizás el caso de Venezuela sea un buen ejemplo actual de lo que nos pueda suceder si el país recurre al ahorro acumulado para financiar un gasto social mucho mayor.

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