No hay salud




El sistema universitario, en teoría, debería estar orientado por la búsqueda de la verdad. Sin embargo, los títulos universitarios están vinculados a la posición social y económica de las personas. Dicho vínculo es una de las bases de la promesa meritocrática que legitima nuestro orden, pero, al mismo tiempo, somete al sistema universitario a presiones y lógicas que le son ajenas, desvirtuándolo. Si la educación universitaria es vista como la llave maestra del ascenso social, tanto el sistema político -que opera bajo la lógica de los votos y las mayorías- como el económico -que opera bajo la lógica de la ganancia- buscarán controlarla.

Visto desde esta perspectiva, el movimiento universitario del 2011 tiene muy poco de universitario. Sus demandas, en realidad, buscaban hacer preponderar la lógica del sistema político por sobre la del económico en la coordinación de la educación universitaria. Y la razón para ello era propia de una agrupación de consumidores abusados. El sistema político, en tanto, ideó un modelo nuevo que pone la calidad de la educación como último criterio, y el aumento de la matrícula como prioridad. El resultado es devastador: la segmentación social aumenta y las universidades más afectadas son las pocas que ofrecían acceso a educación propiamente universitaria a la clase media. El rentismo político y el económico se han dado las manos para retorcer más todavía el pescuezo de la vieja institución medieval.

Y mientras la tormenta se desata sobre nuestras universidades, las nubes oscuras se arremolinan sobre nuestro sistema de salud. ¿Alguien en su sano juicio piensa que la presión de la hoy mayoritaria clase media por mejores prestaciones médicas no terminará haciendo volar por los aires el actual sistema? Las Isapres son muertos caminando: solo benefician a los adinerados y a los hombres jóvenes sanos (y más bien adinerados). Uno va a sus clínicas por un dolor de muelas y terminan haciéndole resonancias magnéticas. La UTI es más intensiva económica que médicamente. Y lo cierto es que el sistema no puede defenderse desde ninguna perspectiva de justicia: no es ni siquiera un mercado. Es -tal como las universidades de ínfima calidad, en las que el riesgo de la inversión en el título recae solo en el estudiante- rentismo al resguardo estatal. Están, políticamente, solos.

El sistema de salud se sostenía mientras la mayoría del país era pobre y no tenía mayores expectativas de mejores prestaciones. Al nuevo Chile le queda chico. Le incomoda. El porcentaje de personas que están en ese limbo en el cual ni el sistema público ni el privado responden razonablemente a sus expectativas crece día a día. Y uno de estos días llegarán a las puertas del poder con guadañas y antorchas. Y los apoyarán las mujeres. Y los viejos.

Si nadie plantea ahora una reforma profunda, responsable y sustentable a nuestro sistema de salud, la improvisación al ritmo de la calle se hará cargo. Y ahí vendrá el llanto y el rechinar de dientes.

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