Parte de mi familia llegó de muy lejos, escapando de una Yugoslavia herida. Mi bisabuelo, quien estuvo varios años en un campo de concentración nazi, solo quería salir de Europa una vez acabada la guerra y tenía dos opciones: Australia o Chile. Habían decidido irse a Australia, pero poco antes de tomar el barco que desde Italia los llevaría a empezar de nuevo, mi bisabuela murió de un cáncer fulminante y los planes cambiaron forzosamente, ya que en Australia solo recibían familias "completas". Por esa razón terminaron viniendo a Chile, un país que solo conocían por una enciclopedia que había comprado mi bisabuelo poco antes de que el barco zarpara. Se instalaron en Buin y ahí comenzaron a reconstruir sus vidas y a sanar las heridas que puede dejar una experiencia como la que azotó a Europa en ese tiempo. En una época en que psicólogos y terapeutas eran mayor lujo que ahora, el alma era la que tenía que encontrar los mecanismos de defensa adecuados para apalear tanto mal recuerdo. Hace un par de años tuve la suerte de acompañar a mi abuela en su único viaje de regreso a Europa, antes de morir quería volver a la ex Yugoslavia y ver la tumba de su mamá en Italia. Nunca voy a olvidar la emoción de mi abuela -mujer fría curtida por la guerra- cuando llegamos a la fosa común del cementerio municipal del pueblo de Trieste, donde reposaban, junto con otros tantos igualmente olvidados, los restos de mi bisabuela. Solo en esa expresión comprendí el dolor enorme que significa una huida obligada hacia otros destinos y pude ver en la cara de mi abuela el rostro de una niña desvalida y sola, como tantos niños del mundo que han perdido la inocencia tempranamente a causa del dolor y las bombas.
¿Cuántas historias parecidas a esta tenemos en Chile? ¿Cuántos venezolanos, colombianos, peruanos, haitianos y sirios llegan escapando de una realidad trágica y asfixiante? Tengo la intuición de que son pocos los que se van de su país por las simples ganas de cambiar de aire. Es por eso que el tema de la inmigración hay que mirarlo desde una perspectiva más empática y humana. La discusión no se puede reducir simplemente a números, oficinas y papeles, porque en el centro de la misma se contraponen valores esenciales que definen lo que somos y seremos como sociedad.
Es por esa misma necesidad de humanizar la discusión sobre los inmigrantes que -poco antes de morir- el famoso sociólogo polaco Zygmunt Bauman escribió Extraños llamando a la puerta. Dentro de todas las ideas que presenta el texto hay una que llama particularmente la atención, y tiene que ver con el intento que hace el autor de explicar esta animadversión en contra de quienes llegan, tema que si bien en Chile no se ha materializado explícitamente, igualmente vemos destellos en la forma en cómo interactuamos con ellos. Bauman acude a una fábula de Esopo para explicar que siempre en el mundo hay alguien que está peor que uno. En nuestros países ya existen muchos marginados, ridiculizados, condenados a ser siempre los últimos en todo, como los personajes de los cuentos de Raymond Carver (la literatura otra vez adelantándose a la historia). Para esos marginados, que creen que han tocado fondo, les es muy cómodo y casi satisfactorio encontrar en los inmigrantes a alguien que está peor que ellos, porque viene a devolverles la autoestima robada e incluso le da sentido a sus propias existencias. Son ellos, los que están en permanente riesgo de exclusión, los que terminan enarbolando las banderas nacionalistas de Donald Trump y Marine Le Pen, porque es ahí donde pueden encontrar el salvavidas que, mediante la degradación de quienes están más abajo, les permita seguir sintiéndose parte de una sociedad que siempre ha tendido a excluirlos.
Es por esto que resulta esencial que las políticas públicas que se impulsen no solo sean relativas a mejorar la situación de quien migra a nuestro país en aspectos puramente formales, sino que también deben enfocarse en fortalecer las relaciones sociales, haciendo parte del fenómeno a aquellos que acogen a los recién llegados como los funcionarios municipales o de otros servicios públicos y a la sociedad civil. Una multiplicidad de autores (en Chile Thayer y Stang, 2017; Matus et al., 2012) sostienen que el rol de los municipios es primordial, especialmente considerando que los inmigrantes se asientan dentro de una comuna en específico y son los municipios los que -a pesar de no tener los recursos y atribuciones suficientes- ofrecen ciertos servicios públicos esenciales para los habitantes. Lamentablemente existe evidencia que da cuenta de que el desarrollo de políticas locales a favor de quienes llegan del exterior depende en gran parte de la voluntad de cada uno de los alcaldes y funcionarios, más que de políticas coordinadas entre el gobierno central y los locales e incluso más que de la concentración de migrantes en cada comuna (Thayer y Stang, 2017). Si bien en el último tiempo se ha intentado fortalecer el rol municipal en la inmigración, todavía nos hace falta avanzar en una institucionalización de las respuestas que pueden dar los gobiernos locales, que implique soluciones enfocadas en la integración más que en la simple tolerancia. Después de todo, esto está recién comenzando.







