El peligroso ajedrez entre EE.UU. y Norcorea




En los últimos días, varios medios internacionales han publicado ilustraciones similares, en las que Donald Trump y Kim Jong-un aparecen como un par de vaqueros a punto de batirse a duelo, mientras el resto del pueblo observa expectante.

Más allá de la metáfora, lo cierto es que tanto Estados Unidos como Corea del Norte están sosteniendo un verdadero "gallito", mientras el mundo aguanta la respiración, esperando ver cuál de los dos hará el primer movimiento. O no.

El escenario es complejo. Los recientes bombardeos en Siria y Afganistán, más allá de la justificación oficial entregada por el Pentágono, fueron una muestra de la voluntad del actual gobierno estadounidense  de usar la fuerza militar cada vez que lo estime conveniente, y sin esperar la autorización de organismos como Naciones Unidas. Frente a eso, el régimen norcoreano condenó dichos ataques y advirtió a EE.UU. que no intente una acción similar contra ellos.

Hasta la fecha, Pyongyang ya ha realizado cinco ensayos nucleares y según Washington, se prepara para un sexto. Un acto que —sumado a sus constantes pruebas con misiles balísticos de distinto alcance— buscará demostrarle al mundo su poderío y que por lo mismo, no acepta ningún tipo de presión política o económica. Aunque, se supone, Norcorea aún no ha perfeccionado un proyectil capaz de transportar una ojiva nuclear.

Además de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido) —que durante décadas conformaron el exclusivo club nuclear—, hoy existen otros países que tienen arsenales de este tipo (aunque mucho más pequeños), como India y Pakistán. Sin embargo, es Norcorea el país que le quita el sueño a Trump y que, además, se ha transformado en la piedra en el zapato de China.

La preocupación estadounidense por Corea del Norte no es nueva. George W. Bush lo incluyó dentro del llamado "Eje del mal" —junto a Irán e Irak— en un discurso de 2002, precisamente debido a su desarrollo de misiles balísticos y por su programa nuclear. Posteriormente, Barack Obama buscó detener ambas iniciativas impulsando nuevas y mayores sanciones sobre Pyongyang. Y ahora la pregunta es hasta dónde estará dispuesto a llegar Trump.

Efectivamente, el Mandatario estadounidense podría ordenar un bombardeo convencional preventivo sobre territorio norcoreano, pero eso no garantizaría la destrucción de todas las instalaciones nucleares y de misiles del régimen de Kim. Es más, su destrucción podría incluso acabar causando una versión moderna del accidente de Chernobyl.

Por otro lado, bastaría con que Kim pudiera disponer efectivamente de solo una de sus bombas —se presume que tendría entre 8 y 10— para poner en peligro real a Corea del Sur o a Japón, lo que más allá de las miles de víctimas que podría causar un ataque así, generaría un profundo descalabro de la economía mundial.

A su vez, el hecho de que Corea del Norte limite con China, lo vuelve casi intocable; y Kim lo sabe. Beijing considera a Pyongyang como un aliado que está dentro de su esfera de influencia, de modo que un ataque estadounidense sería como entrar al patio delantero de China. Algo que obligaría al gobierno de Xi Jinping a responder de manera clara y contundente (y que no desea hacer, considerando sus lazos económicos con EE.UU.). Salvo, obviamente, que Washington se comunicara previamente con Beijing y le diera ciertas garantías.

Al mismo tiempo, en el plano diplomático, Norcorea es un dolor de cabeza constante para China. Porque cada vez que realiza un ensayo nuclear o dispara un nuevo proyectil, Estados Unidos exige a China que utilice su influencia para detener a Kim. Algo que cada vez se hace más difícil, a pesar de que la economía de Corea del Norte depende casi en un 80% del mercado chino.

Pero hay otros elementos en esta compleja ecuación. Para el régimen norcoreano, tener armas nucleares representa una especie de garantía de que ni EE.UU. ni otra potencia mundial intentará atacarlos. Y de esa manera, Kim Jong-un evitaría —al menos en teoría— correr la misma suerte de gobernantes como Saddam Hussein o Muamar Gadafi.

Para China, la eventual caída de la dinastía Kim también abre un escenario no deseado. Porque el fin del actual gobierno posibilitaría —más temprano que tarde— un proceso de reunificación entre ambas Coreas. O mejor dicho, la desaparición de Norcorea (tal como ocurrió con la República Democrática Alemana), que pasaría a formar parte de un nuevo país, cuyo gobierno estaría en Seúl y no en Pyongyang. De esta forma, esa nueva Corea sería democrática, pro occidental y abierta al libre mercado. Pero sobre todo, un país que contaría con la presencia de 30.000 efectivos estadounidenses, que es el contingente actualmente desplegado en la mitad sur de la península.

Me momento, se impone el status quo en la península coreana, una de las regiones más importantes en términos económicos y tecnológicos, pero también una de las más volátiles del mundo. Solo queda esperar a ver quién hará el primer movimiento.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.